•Cautivador I•

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No entendía cómo había ocurrido todo ese desastre en primer lugar, no quería admitir que inconscientemente fue él quien le permitió al otro entrar en su apartamento. No podía siquiera explicar cómo terminó en el sofá de su sala sin la chaqueta del uniforme y la camisa arremangada hasta los codos mientras bebía una copa de vino con su mejor amigo, el tipo más molesto del mundo.

En su defensa, Guren argumentaría que Shinya era completamente determinado y era casi imposible de hacer cambiar de opinión; por lo que era obvio que no podría evitar que éste lo molestara en su apartamento, quisiera o no. A pesar de eso, admitía en el fondo que no le molestaba beber con sus amigos de vez en cuando. El detalle estaba en que normalmente solía hacerlo cuando estaban los miembros de su escuadrón, y además se cuidaba en no exceder su propio límite. En ésta ocasión, estaba solamente con la persona en la que más confiaba y había bebido lo suficiente como para no estar ebrio, pero si un poco más relajado de lo que le hubiese gustado.

Guren se estaba arrepintiendo de haber dejado que Shinya bebiera: si éste ya de por sí era hablador, el nivel parecía haber aumentado de intensidad cuando bebía. Estaba sentado con él en el sofá, sus pies descalzos estaban en el regazo de Guren. Su camisa blanca tenía abiertos los primeros tres botones, permitiendo ver un poco su nívea piel que muchas mujeres envidiarían. Su voz suave como la miel, que parecía permitir que las palabras danzaran en su campo de audición, era el sonido más representativo de la estancia.

El monólogo de Shinya podría resultar molesto, pero su voz era tan agradable que no causaba del todo ese efecto. Era dulce, era como probar las nubes con la punta de la lengua, era como rozar el césped con los pies descalzos. Guren no sabía si el alcohol lo estaba afectando, pero no le encontraba otra respuesta a la forma ansiosa en la que se sentía. No encontraba más excusas que pudiesen justificar su comportamiento. Era raro, le parecía que el cabello blanquecino de Shinya era lindo. Le parecía que la curva del cuello de Shinya era agradable para su vista. Le parecía que las facciones de su amigo eran muy agraciadas y delicadas, como si a propósito el universo hubiese ideado crear a un hombre tan precioso como lo era ése tipo.

No pienses eso. Es Shinya, es un hombre, pensó vagamente adoptando ese típico pensamiento que había tratado de emplear por más tiempo del que podría admitir, porque no quería reconocer que desde hace mucho ése chico molesto le parecía lindo. No de la forma en que Mahiru lo era cuando vivía; Shinya no era una chica como ella, y no le importaba.

Eso le asustaba. Le asustaba porque nunca se había sentido así desde Mahiru, en quien pensaba como su único amor; a quien, tan fácil como la amó, también la perdió. No había deseado sentirse atraído por nadie más, y hacerlo por su estúpida piedra en el zapato —claramente, cierto Hiiragi adoptado—, era lo último que habría contemplado nunca.

O al menos solía hacerlo, pero ahora en ese estado no le importaba mucho tener esa clase de pensamiento. No cuando escuchaba la risa fácil que salía de los labios ajenos, no cuando veía un ligero sonrojo en el rostro normalmente pálido de su amigo. Shinya seguía hablando tontamente de cómo su hermano adoptivo Seishirō un día se había caído, pero no le escuchaba totalmente. No podía hacerlo si el otro inconscientemente se mordía un poco el labio inferior. No podía concentrarse.

—Deja de beber, estás ebrio —Guren dijo poniendo su mano sobre la del otro para detenerlo a media tarea para tomar otra copa. Éste le miró con calma.

—No lo estoy. ¿Quién crees que soy? —masculló con un puchero.

No sonaba borracho, pero aún así le preocupaba que comenzara a estarlo si bebía más. Guren tranquilamente apartó la botella para que estuviese a una distancia notable de Shinya, quien acrecentó su puchero. Siempre tiene que ser tan infantil, se quejó el moreno en su mente.

—¿Por qué eres siempre tan aburrido, Guuuren?~ —el albino se quejó.

—No lo soy, simplemente soy prudente a diferencia de ti.

Eso no tenía efecto notable en el que tenía ojos azules, quien sonrió un poco.

—¿Lo eres? ¿Aún cuando pensabas hace rato que soy atractivo?

—¿Quién va a pensar tal cosa de ti, imbécil...?

—Tú —al pelinegro le disgustaba en serio ese aire creído que Shinya empleaba en situaciones como esa—. Es lindo que admitas tu amor por mí...

Con brusquedad, el moreno le tomó la camisa con su puño. Sus caras quedaron muy cerca, lo suficiente para que Guren percibiera lo largas y blanquecinas que eran las pestañas del chico frente a él, quien lo miró con sorpresa.

—Me estás haciendo enfadar con tus malditas bromas.

—Cariño, tú siempre piensas que bromeo contigo —el apodo junto con la sonrisa llena de descaro del otro le provocaba un poco de rabia y ansiedad en partes iguales—. ¿Qué dirías si te digo que voy en serio?

Una palabraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora