recuerdos

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Me destruiste, cariño.

Jugaste con mis sentimientos,

jugaste una partida de un juego que ya tenías ganado.

Porque no buscabas amarme.

Tu objetivo era simple y limpio.

Usarme.

Manejarme como a un titere, teniéndome a tu merced.

Tendida a tus pies.

Y todavía algunas veces logro preguntarme,

si en ningún momento sentiste alguna chispa de amor.

Y de vez en cuando en las noches frías,

o también en esas calurosas que me recuerdan a ti,

mi imaginación vuela, pensando que sí me amaste.

Y yo sé, cariño, que eso ya no vale de nada.

Porque yo ya no siento.

Porque ya no recuerdo sentir.

Y yo, amor, ya estuve rota.

Ya cai bajo.

Y ya me levanté.

Me reacomodé.

Porque, mi cielo, aprendí a quererme lo suficiente como para olvidarte.

O bueno, más bien aprendí a vivir con tu ausencia.

Y tu ser, ya no me deleita.

Ya no sufro en agonía porque no me miras.

Ya no anhelo tu amor como antes.

Simplemente estás, no afectas.

Ya estoy segura de que tu alma voló lejos de la mía,

y en esas noches donde ni yo misma me reconozco,

tal vez vuelven a encontrarse.

Tal vez ansían volver a amarse.

Y tal vez así traen a los recuerdos.

Recuerdos que probablemente carecen de verdades,

y donde abundan tus mentiras y falsedades.

Recuerdos que no hacen más que ampliar mi incógnita,

que no hace más que insinuar que lo nuestro no fue más que producto de mi inocencia,

preguntándose si alguna de tus palabras fue verdad,

queriendo averiguar si nuestro amor fue en serio tan fugaz.

Pensando que mi pobre alma fue la única que sintió.

Creyendo que tal vez de veras se sometió,

de lleno y sin cordura,

a un veneno tal como lo es el amor.

Sin pensar en que muchas veces,

la inocencia de nuestros actos,

la flama chispeante de nuestros sentimientos,

es quien puede condenarnos a una tortura de lo más eficaz.

Sin saber que no siempre nos corresponden,

Sin saber que muchas veces quien asegura salvarte,

es quien está planeando tu muerte.

Entonces las almas se alejan,

se despiden con un hasta luego que no hace más que dejar a duda:

¿hasta cuándo?

Y las almas se olvidan,

vuelven a su habitual rutina de no pensarse.

Hasta ese momento, hasta ese luego, donde se funden en una y consumen mi cordura.

Solo para recordarme, que siempre su alma tendrá a sus pies a la mía.

Pero que gracias al cielo, yo ya no siento, ya no quiero ni deseo.

Versos rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora