NARRADOR - MITSUHA

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Sonó una alarma. No recordaba ese tono de alarma, pero no le dio importancia. Mitsuha se limitó a deslizar su mano en el intento de tocar su teléfono y callar la alarma, pero su mano quedó pendida en el aire. ¿Dónde estaba el piso? Seguramente ahí, sólo que aún seguía dormida y el sueño la entorpeció. Continuó moviendo su mano para encontrar su teléfono pero seguía sin tocar siquiera el piso. La chica empezó a desesperarse y a moverse más bruscamente hasta que cayó al suelo.
¿Cayó al suelo? Pero, ¿no había estado allí todo el tiempo? Su cama no era una cama alta, estaba al ras del suelo.
Se quedó allí tumbada en el suelo unos segundos con los ojos cerrados, tratando de atrapar el recuerdo de la noche anterior que explicara adónde se había ido a dormir para haber caído de una cama alta y no de la suya, pero ese recuerdo no existía. ¿En dónde, pues, se encontraba? No lo sabía. Así que abrió los ojos y se irguió.
Cuando se quitó la sábana en la que estaba envuelta para examinar el lugar se sobresaltó.
—¿Dónde… —empezó a decir, pero se detuvo sobresaltada nuevamente. ¿Qué le había pasado a su voz?
Mitsuha se encontraba en un cuarto pequeño, y le daba la sensación de estar a un tercer o cuarto piso de altura. Había un uniforme listo y colgado en la pared, un uniforme de chico. Había un escritorio a su izquierda y camisas perfectamente ordenadas y planchadas al lado de la cama. Muchos libros y series de mangas completas, además de libretas de la escuela que parecían estar ya viejas.
Con prisa llevó sus manos a su cuello. Tenía un bulto allí que no estaba antes. ¿De qué se trataba todo eso? Luego bajó sus manos a su pecho al sentir su ausencia y otro sobresalto le llegó al notar que estaba más plana que su hermana Yotsuha. ¿Qué estaba pasando?
Sin notarlo, la chica había comenzado a sudar. Nervios, quizá.
—Hay algo ahí… —dijo, susurrando. No quería volver a asustarme con su propia voz.
En su entrepierna sentía un peso que no era normal. Y sumado al peso, también había un bulto sobresaliente. Llevó sus manos lentamente al lugar con miedo, y cuando llegó y palpó, ahogó un grito de terror.
Luchó por mucho tiempo con la grotesca sensación de tener algo colgando entre las piernas que se tambaleaba como un reloj de péndulo cada que daba un paso. Necesitaba encontrar un baño para lavarse la cara.
Cuando llegó al baño, al verse frente al espejo, quedó petrificada. El reflejo era el de un chico de su misma edad. Un chico, no ella; no Mitsuha. ¿Dónde estaba ella? Ciertamente justo allí, pero eso no era ella. ¿Qué estaba pasando?
En la mejilla tenía un parche. Mitsuha, curiosa, trató de levantarlo, pero tan pronto lo tocó, el dolor se llevó su curiosidad.
Luego, varias paredes más allá, la chica escuchó la voz de un hombre:
—Taki, ¿ya despertaste?
¿Taki?, se preguntó ella. ¿Quién es Taki?
Salió de la habitación y caminó por el pasillo del lugar siguiendo el ruido de la televisión. Dobló a la izquierda y vio a un hombre joven con lentes sentado a la mesa.
—Hoy te tocaba cocinar, no te hagas el tonto.
—Me disculpo… —dijo ella. Esa voz que salía de su garganta seguía haciéndola sentir muy rara.
—Yo ya me voy —dijo el hombre—. Termínate la sopa y vete al colegio aunque vayas tarde. Nos vemos.
El hombre salió del lugar por la puerta que estaba al final del pasillo. Mitsuha se quedó fuera de sí viendo a la puerta después que aquel hombre se fue. No entendía nada.
—Que te vaya bien —dijo. Quizá un poco tarde.
Al par de minutos, la chica fue a la cocina de ese lugar y echó un vistazo.
Pero qué sueño tan más bien hecho, se dijo.
Y enseguida escuchó el timbre de un teléfono celular. El ruido venía de la habitación donde había despertado. Corrió a la habitación y tomó el teléfono que estaba en el suelo:

TSUKASA:
Corre, vas a llegar tarde!

—Eh… ¿Qué? ¿De quién es esto? ¿Tsukasa? ¿Quién es ese?
Mitsuha se levantó y fue por el uniforme que colgaba de la pared. No entendía nada, pero seguiría la corriente.

Al salir de la casa donde estaba, reposó sobre la puerta después de cerrarla.
—Esto es muy realista —pensó en voz alta.
Y cuando alzó la vista para ver lo que tenía enfrente, otro sobresalto la envolvió.
Los edificios que se alzaban al frente, esos rascacielos cuyos paneles de cristal cegaban al reflejar la luz de la mañana. Los sonidos que coloreaban los alrededores, el aire que se respirada. No lo conocía, pero sabía de qué se trataba. No podría ser otro lugar más que ese. La chica estaba convencida.
Tomó el teléfono y husmeó entre las rutas y los lugares guardados en Maps. Entonces se dio cuenta de que iba tarde para llegar a la Preparatoria Jingu. Y, también, comprobó que su argumento era correcto.
—¡Estoy en Tokio! —gritó.

Logró llegar a la preparatoria tomando los metros correctos gracias a el teléfono que tenía. Sin embargo, al poner un pie dentro de la escuela, no supo qué hacer. ¿Adónde se suponía que debía dirigirse? Husmeó entre distintos salones sin saber lo que hacía hasta que la mano de un chico más o menos de su edad y un poco más alto que ella (¿él?) le puso la mano en el hombro.
—¡Taki! —le dijo.
La chica se sobresaltó. Había olvidado que en ese sueño su nombre era Taki.
—Conque llegando a mediodía, ¿eh? Vayamos a comer.
El chico la dirigió con un brazo sobre su hombro. Eso la hacía sentir aliviada, ella no sabía adónde ir. Al menos aquel chico la guiaba.
—Ignoraste mi mensaje.
—¿Eh? ¿Tsukasa-kun? —soltó Mitsuha, insegura.
—Al menos suenas como si lo sintieras —dijo Tsukasa.

—¿Te perdiste? —le preguntó el chico que estaba frente a ella, al lado de Tsukasa. No sabía cómo se llamaba, y no quería preguntar por miedo a parecer una estúpida.
Estaban sentados a la orilla de una cancha de baloncesto que estaba en el último piso de la escuela.
—¿Cómo podrías perderte de camino a la escuela? —preguntó el tipo sin nombre.
—Eh… —Mitsuha no sabía qué decirles—, yo (watashi) …
—¿Watashi? —le dijo el chico sin nombre, viéndola con cara de pregunta.
La chica intentó corregir el error:
—¿Yo (watakushi) …?
—¿Eh? —dijeron los dos sujetos al mismo tiempo.
—¿Yo (boku) …?
—¿Qué?
—¿Yo (ore) …?
Los chicos asintieron.
Qué difícil era. Pero claro, si ella era un chico en ese sueño. Un chico de Tokio. Tenía que esforzarse en expresarse como tal.
—Es que yo (ore) me entretuve con unas cosas —dijo la chica—. Todo es muy animado aquí en Tokio.
—¿Será que estás hablando con dialecto? —preguntó el chico sin nombre.
—¿Eh…?
—¿Dónde está tu almuerzo? —preguntó Tsukasa.
—Pues…
—¿Estás medio dormido?
—¿Tienes algo? —dijo Tsukasa al otro chico.
—Emparedado de huevo y croquetas. Toma, te comparto.
—Lo agradezco —dijo Mitsuha.

Después del almuerzo, Mitsuha siguió a los chicos a un café.
—Taki, ¿qué vas a ordenar? —le preguntó Tsukasa.
La chica no había visto el menú aún, y cuando lo hizo, se espantó.
—¿Qué? ¡Podría vivir un mes con lo que cuesta uno de estos! —exclamó.
—¿Pues de qué época eres? —dijo Tsukasa.
La chica reflexionó unos instantes.
—Bueno, da igual —dijo—. Es sólo un sueño después de todo.
—¿Qué dices? —dijeron los chicos. Pero Mitsuha se limitó a ordenar y luego disfrutar de su comida.

—¡Ah! ¡Pero qué buen sueño! —dijo una vez comió.
—¿Eh? ¿De qué hablas, Taki?
—De nada.
—¿Te encuentras bien?
El teléfono anunció una notificación y la chica lo revisó. Se trataba de un recordatorio: iba tarde al trabajo. ¿Trabajo? Vaya. Sí que se trataba de un sueño más que realista, muy elaborado.
—Voy tarde al trabajo —soltó, con la esperanza de que uno de los chicos le dijera lo que debía hacer.
—Cierto, hoy tienes cambio de turno, ¿no?
—Pues vete ya —le dijo Tsukasa.
—Ah, claro —dijo ella.
Pero permaneció allí de pie ante los chicos.
—Eh… ¿En dónde se supone que trabajo?
—¿Pero qué dices, Taki? —dijo el chico sin nombre.
Mitsuha se sintió estúpida. Qué real se sentía todo.

Resultó trabajar como mesera en un restaurant de comida italiana llamado Il Giardino Delle Parole. Y como había llegado tarde, al entrar al lugar uno de los demás meseros fue a su encuentro y la llevó a un lugar donde estaba su uniforme y se lo dio para que se cambiara, apresurándola.
—Llegas tarde, Taki —le decía el chico—. Cámbiate rápido y a trabajar, que hoy tenemos mucha gente.
Ser la mesera de un restaurant no podía ser muy complicado, ¿o sí?
Pues resultó ser que sí. Quizá no lo sería para un restaurant común y corriente, con pocas mesas. Pero no para un restaurant enorme como lo era aquél.
Mitsuha se esforzaba por tomar bien cada orden, recoger las mesas que ya estaban desocupadas, llevar las órdenes correctas a las mesas correctas, pero le resultó demasiado.
¡Las mesas 6, 7 y 10 están esperando!
¡Mesa 12!
¡Taki!
Enseguida.
Aquí tiene.
Un zucchini y una ensalada de tomate…
Yo no ordené eso.
¡Taki, te dije que no más trufas!
¡Taki!
¡No puedo escucharte!
¡Taki!
¡¿CUÁNDO SE VA A TERMINAR ESTE SUEÑO?!

—Oye, muchacho.
Mitsuha se volvió, un sujeto sentado en una mesa para dos la había llamado.
—¿Sí?
—Encontramos un palillo de dientes encajado en nuestra rebanada de pizza —dijo el sujeto—. Podría ser peligroso comérmela, qué bueno que me di cuenta. ¿Qué tienes que decir?
—Bueno… —dijo Mitsuha—. No se usan palillos de dientes en los restaurantes italianos.
—¡¿Pero qué?! —espetó el sujeto, golpeando la mesa y causando estrépito.
Enseguida, una chica mesera se acercó al lugar.
—Señor, disculpe —dijo—. ¿Todo bien?
—Pues verá… —comenzó a hablar el sujeto otra vez.
—Yo me encargo de esto —le susurró la chica mesera a Mitsuha. Otro muchacho tomó a Mitsuha de la mano y se la llevó del lugar.
—Estás muy extraño hoy, Taki —le dijo el muchacho.
Al fondo, se escuchaba la chica mesera hablar con el sujeto de la pizza:
—Por favor acepte nuestras disculpas. La cuenta corre por parte de la casa.
—Ah, ¿en serio?
—Esperamos que no se haya herido.

Cuando el restaurant hubo cerrado, todos los meseros trabajaban en silencio limpiando el lugar para que estuviera listo para el día siguiente. Mitsuha estaba limpiando el piso.
—Eh… —dijo la chica— Okudera-san…
Okudera era la chica que había aparecido cuando Mitsuha hablaba con el sujeto de los palillos de dientes. Era una chica hermosa, de cabello castaño y movimientos delicados.
—Okudera-senpai —la corrigió uno de los demás meseros.
—Okudera-senpai —dijo—, acerca de lo de hace un rato…
—Sólo tuviste mala suerte —le dijo Okudera.
—Pues…
—Apuesto a que ya lo tenían todo preparado —dijo Okudera—. Trato de manejarlo todo de acuerdo al manual, pero…
—¡Okudera-senpai, su falda! —dijo una de las demás chicas que limpiaban.
La falda de Okudera estaba rasgada. Pero se notaba que fue algo hecho a propósito. Mitsuha no lo había notado hasta que aquella chica lo mencionó.
—¿Está bien? ¿Qué pasó? —los demás se acercaron.
—La cortaron…
—Ese sujeto de hace rato… —dijo Okudera.
Mitsuha la tomó de la mano.
—Senpai, venga conmigo —le dijo.
Se la llevó a un cuarto del restaurant que al parecer era una oficina.
—Por favor, quítese la falda —le dijo.
—¡¿Qué dices?! —exclamó Okudera.
—Tranquila, me voltearé.
Mitsuha sabía muy bien trabajar con hilo. Era algo así como su elemento. Todos los años viviendo con su abuela y trabajando con los hilos en el Santuario Miyamizu te vuelven un experto. Arregló la rasgadura en la falda de Okudera con un lindo patrón de bordado.
—¡Genial, Taki-kun! —dijo Okudera— Se ve más linda que antes.
Mitsuha sonrió satisfecha.
—Gracias por haberme ayudado hoy.
—La verdad es que estaba preocupada por ti —dijo Okudera—. Eres un chico débil, pero rápido para encontrar problemas.
Mitsuha pensó en el parche en su mejilla.
—Me gusta más el tú del día de hoy —continuó Okudera—. No sabía que tenías un lado tierno.
Cuando fue momento de cerrar el restaurant e irse a casa, Mitsuha acompañó a Okudera al metro y fueron juntos hasta su parada. Luego Mitsuha continuó sola hasta llegar al hogar donde había despertado (¿comenzado a soñar?) esa mañana.
Mientras iba en el metro, no dejaba de sorprenderse por lo elaborado y largo que estaba ese sueño.
Qué sueño tan más bien hecho, se dijo a sí misma.
Cuando estuvo en la habitación donde había comenzado todo, se quitó los zapatos y se tumbó en la cama, husmeando en el teléfono que llevaba.
—Vaya, él tiene un diario —se dijo—. Es muy organizado.
Luego entró en la galería de fotos.
—Es genial vivir en Tokio —hablaba para sí.
Entre las fotos de aquel teléfono, encontró una de Okudera.
—¡Vaya! ¡Si es ella! ¿Será que le gusta?
Mitsuha abrió una nueva entrada en el diario:

Nueva entrada:
A la salida acompañé a Okudera hasta la estación gracias a mis poderes femeninos.

Y de pronto, sin saber por qué, a Mitsuha le vino el recuerdo de su libreta con «¿quién eres tú?» escrito en ella. Todavía no sabía quién había hecho eso, y estaba segura que no había sido ella. Así que se le ocurrió algo: fue al escritorio de al lado de la cama y tomó un marcador para rayar en su mano:

MITSUHA

Luego el cansancio se apoderó de ella y fue a la cama.
Mitsuha no dejaba de pensar que todo era no más que un sueño y que era muy curioso irse a dormir en su propio sueño.

TU NOMBRE (君の名は) | Adaptación literariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora