Parte 1

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- ¿En qué piensas?

-Pienso en ti, preciosa. Eres el tema preferido de mis pensamientos.

- ¿Y piensas en algún detalle en particular sobre mí?

-Me gusta la pasión que dedicas a lo que te gusta.

- ¿Me amas?

-Claro que te amo, linda.

-Lo sé, pero me gusta que me lo digas. No deberías esperar a que pregunte.



El despertador me sacó de un estado parecido al trance. Ya había despertado, más temprano, pensando otra vez en ella. ¿Cuántas veces ya? Se había apartado de mi vida. La quería, y ella lo sabía, aunque utilizara la excusa de que yo no tuviera sentimientos, que no supiera lo que le pasaba, como si uno tuviera que adivinar lo que está pensando. No me considero muy diferente de otros hombres, y ahí caemos en esa idea que tienen muchas de que "todos los hombres son iguales". Mi madre, cuando era muy pequeño, me inculcó la idea de que los hombres no lloran. También eso de que debía trabajar mucho para mantener a quien fuera mi esposa. Entonces cambiaron el mundo, todos trabajamos. ¿Tener hijos? En muchos casos no, o dedicarse a la profesión o a viajar y disfrutar de la vida en pareja, como también solo, o sola. Por si fuera poco, había llegado al mundo una legión de "feminazis" que odiaban a todos los hombres por igual, y dejaban mal paradas a las verdaderas feministas, como si ellas hubieran venido de París. ¿A dónde va el mundo?

Yo iba a mi primer día de trabajo en Ediciones Sveta. La Junta de Accionistas me había hecho una buena oferta, y yo había aceptado para cambiar de aires y no pasar ni cerca de quien solo merecía el olvido. La voz del GPS me indicó que ya llegaba a destino, voz femenina. "Tú no me vas a dejar por un celular con asistente virtual, ¿verdad?", pensé. Busqué un lugar en el estacionamiento que no estuviera marcado como reservado, y al entré a mi nuevo espacio de trabajo. El lugar tenía su propia temperatura, pisos relucientes, fotos de conocidos autores relacionados con la editorial, en marcos digitales en las paredes. Cada tanto tiempo, cambiaba la imagen de uno por el rostro y un libro de otro.

Salí del ascensor. Esquivé a una ocupada secretaria que llevaba un vaso plástico de café en cada mano, tal vez ninguno para ella. Saludé cordialmente a quienes supuse mis compañeros de trabajo mientras pasaba entre sus escritorios. Llegué hasta la oficina de la editora jefe y me anuncié con su secretaria, una rubia guapa de cabello recogido y lentes de baja graduación. 


La primera impresión que tuve de Silvana, mi nueva jefa, fue ligeramente negativa. Me pareció fría, insensible. Dicen que la primera impresión es lo que cuenta, pero no es verdad. Ocurre que no la conocía bien. Decidí darle la oportunidad de mostrarme que era diferente. Mi segunda impresión era otra: inhumana, despótica, impresentable. Posiblemente yo le haya resultado igual de encantador en nuestro primer encuentro, y digo "encuentro", como en el boxeo, o como en el choque de un cometa contra la tierra. Empezamos con el pie izquierdo... rayos, nunca utilizaría esas trilladas frases en mi trabajo, pues se espera que sea creativo. Sin embargo, seguía sin conocerla bien, y sin perder mi fe en la humanidad. En esto último puede que Silvana tuviera razón, y solo en eso, al pensar que soy incorregible.


Polos apuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora