Parte 26

13 2 0
                                    




Conduje todo el camino, lo cual nos daba tiempo para conversar y me ayudaba a concentrarme en algo, y eso siempre me tranquiliza. Yo conocía el camino, tras haberlo hecho de ida y vuelta junto con Priscila. Tal vez silvana estaría pensando en ese detalle en esos momentos.

 El vehículo avanzaba cruzando un paisaje tranquilo de estancias y elegantes fincas de quienes podían permitírselas para escapar de los ruidos de la ciudad, en especial en ciertas épocas de festividades. El verde a ambos lados del camino también era reconfortante, mucho mejor que una maraña de edificios.El sol bajaba tras el horizonte, con esos tonos únicos que da un atardecer, y para buen observador, no hay dos atardeceres iguales.

Nos cruzábamos de vez en cuando con otros autos que iban en dirección a nuestra ciudad. Las luces los anunciaban desde la distancia, no eran muchos a esa hora.

"Memento mori", volví a pensar. Se solía atribuir la frase a que cuando un general romano volvía victorioso de una campaña, un esclavo se lo decía al oído: "recuerda que vas a morir". Así el recuerdo de su humanidad y mortalidad ayudaba a que no se vuelva un individuo arrogante, que se crea capaz de cualquier cosa. Lo más probable, según otra fuente, era que le dijera: "Respice post te! Hominem te esse memento, "Mira tras de ti, recuerda que eres un hombre".

Tal vez Silvana no lo supiera, pero lo ponía en práctica. ¿Lo habría aprendido de su padre? No, ese maniático engreído nunca hubiera escuchado ese tipo de consejos. A diferencia de él, Silvana procuró una voz de confianza que la ayude a cuidarse de sí misma. Curioso detalle.

-¿Alguna novedad?-Pregunté a Silvana mientras ella tecleaba en su teléfono.

-La editorial marcha en orden. Ante alguna dificultad, Vanessa me avisaría de inmediato, pero ella sabe qué hacer. Ya conoce mi manera de llevar la empresa. ¿Vamos al lugar donde comenzó todo?

-Si, ¿no te emociona?-pregunté en broma.

-Tanto como me emocionaría escuchar otro discurso de mi padre en su tono de megalomanía. Conozcamos a ese tal Gael, veamos por qué es tan importante para mi padre, y cómo lo reclutamos. Tu ya tuviste éxito una vez negociando con ellos.

-Tal vez deba contarles otra historia mítica.

-Siempre que te guardes la mejor parte para mí.- añadió ella en un tono ya más cariñoso. Que bueno mejorar el ánimo, porque ya estábamos llegando.

Tras un breve camino de entrada, contemplamos los jardines y la planta alta de la casa, con la terraza que unía la vista al exterior de las habitaciones. Los Costa habían mejorado mucho desde sus comienzos, con mucho trabajo, ganandose día tras día y noche tras noche cada detalle del que ahora podían disfrutar. Yo había visto ese cambio, no solo como testigo, sino como uno de los protagonistas. Recién después de asegurarse de que su padre estaría bien, Priscila había aceptado vivir un tiempo juntos en mi departamento.Una aparente buena idea que no había terminado bien.

Padre e hija salieron a recibirnos al vernos llegar.

-¡Fernando!-El señor Costa no solo se alegraba, parecía haberse contenido para no darme un abrazo. En cambio, nos estrechamos las manos.- Aqui siempre es bienvenido. El hombre que se unió a nosotros cuando otros se iban.

-¿Te gustan las reformas?-Preguntó Priscila, llegando un instante después.- Algunas cosas cambian, otras no.

Le estreché la mano, y tras tomarla ella agregó:

-Estamos en casa, no necesitas ser tan formal.-mientras se acercaba más y me besaba en la mejilla.-Nosotros nos tenemos confianza, ¿verdad?- y en voz más baja.- No te preocupes, no estoy usando labial.

Polos apuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora