Parte 4

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Mi oficina tenía el espacio necesario para trabajar y un poco más aún, como para caminar dentro de la misma, o hacer esa simulación de golf típica de algunas películas, esa que yo nunca haría. Limpia, moderna, equipada con su ordenador, pero le faltaba un toque personal. No tenía aún ni fotos, ni un objeto de valor personal, ni tendría algún mérito del cual presumir en una pared. Lo que haya logrado ayer es el pasado, hoy seguimos adelante. Colgué mi saco del perchero en una pared, y comencé a empujar mi escritorio. Ante el ruido que hizo al principio, los demás empleados se voltearon y mirados extrañados como si estuviera loco. El operativo fue breve, y dejé el escritorio de costado para quien entrara no lo tuviera en el medio, con otras sillas a los lados de la entrada, ninguna barrera ante personas con quienes conversara ahí.

- ¿Sr. Da Silva, está todo bien? - preguntó Vanessa asomándose por la puerta.

Ahora sí. -le respondí con una sonrisa. - y sigo estando en mi sano juicio, si eso es lo que te preocupa, pensé. - Llámame Fernando, con un poco de práctica verás que te resulta más fácil.

-En el nombre del cielo, ¿se puede saber qué ha pasado aquí? -Miss Simpatía entró un tanto molesta por lo que veía. Vanessa decidió salir sigilosamente y sin decir una palara, cerrando la puerta y dejándonos solos.

-Señorita Silvana Soares Pessoa. ¡Qué alegría verla de nuevo tan pronto! Póngase cómoda, por favor. -la invité señalando unas de las sillas mientras me sentaba.

- ¿Le parece gracioso, Da Silva?

-Fernando, por favor. Es mi nombre, puedo demostrarlo. Pues...no, no es gracioso, es práctico. - Ya que no se sentaba, yo me puse de pie. -Me gusta hablar con la gente a una distancia que denote que les doy importancia, pero no tan cerca de invadir su espacio personal. También es bueno poder verlos de cuerpo completo y notar todo su lenguaje corporal. Escuchar es una virtud, pero imagina, Silvana, si además logras percibir todos los mensajes, no solo los verbales.

Apoyó las manos en sus caderas mientras me examinaba de nuevo con la vista, puede que ella misma reconociera que había un propósito en mi aparente "locura".

-Si lo llamo Fernando, ¿será completamente sincero conmigo?

-Tienes mi palabra. Yo siempre cumplo.

- ¿Por qué estás realmente aquí? ¿La junta pretende espiarme, enviar a alguien que les informe si realmente la Medusa es tan mala y convierte a los asesores editoriales en piedra?

-Silvana...si quieres comunicarte con la junta, seguro que sabes cómo hacerlo. He pensado en lo que dijiste: todos aquí ha sido escogidos por ti...excepto yo. No quisiste delegar la tarea de selección de personal de tu planta, y de pronto aparezco yo, seleccionado por ellos. Posiblemente yo pensaría lo mismo. Quieres que sea completamente sincero: en parte quería cambiar porque yo na no me sentía cómodo donde trabajaba antes, cuestión personal; la oferta para trabajar aquí era buena, pero no toda decisión importante la basaría sólo en dinero. Conozco tu trayectoria, y vine también en parte porque trabajaría contigo. En el ámbito editorial, no soy precisamente el único que valora tu manera de trabajar. Si la junta tiene sus dudas, hace mal en tenerlas, y si tú tienes que hablar conmigo en cualquier momento...no tengo secretaria, pero mis puertas siempre están abiertas.

-No me vas a engatusar con elogios.

-Lo sé. Te respeto como para intentar eso. Voy a por un café. Te traería uno para celebrar mi primer día de trabajo en esta noble casa, pero no creo que aceptes, ¿verdad?

Pasé junto a ella sin esperar respuesta. Al salir y pasar junto a Vanessa, le hice unas preguntas en voz baja. Al escuchar las respuestas, hice un comentario ante el cual sonrió brevemente.

Polos apuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora