Parte 9

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 La fila de personas para saludarme era casi similar a la de quienes querían saludar y felicitar a la autora. Entre esas personas llegó quien había reconocido: Priscila Costa.

Su vestido blanco con falda corta pasaba solo sobre uno de sus hombros, y el resto se adaptaba a sus formas sin llegar a ser ajustado. Sus cabellos bajaban en ondas solo en apariencia desordenadas, a cada lado de su rostro.

-Adorei sua exposi­ção, Fernando. Concordo em tudo. Nossa, como sabe você falar! Acho que venderia também um livro de matemáticas!-me dijo sonriendo y buscando mi mirada.

-Obrigado...quiero decir, gracias. Ya conoces a mi jefa editorial, Silvana.

Estrechó su mano, hablándole ahora en español.

-Es un placer saludarla de nuevo. Nuestro último encuentro ha superado nuestras expectativas. Pienso que ahora se abren muchas oportunidades.

-Eso mismo pienso. -dijo Silvana. -Algunas oportunidades suelen ser fugaces y se las lleva quien las atrapa primero. Aprovechemos cada día para cerrar buenos tratos.

-Hablando de eso...-me dijo Priscila entregándome algo que sacaba de su cartera. -Olvidé darte mi tarjeta de contacto.

-Ya tenemos los datos de contacto de tu empresa-dije.

-Es mi número directo, en caso de tener que hablar algo importante. Si me disculpan, debo encontrarme con mi padre por asuntos de trabajo. Ojalá podamos volver a conversar pronto.

Mientras veía su espalda alejarse, le entregué la tarjeta a Silvana.

-Tal vez quieras decirle algo importante.

-Tal vez se me ocurran algunas cosas. -respondió ella.

- ¿Qué haces un sábado después del trabajo? -pregunté para cambiar de tema.

-Trato de relajarme, antes que comience e pensar en el trabajo del lunes y en las maneras más productivas de realizarlo.

- ¿Y cómo te relajas?

-Con mucho sexo.-ella sonrió al verme alzar las cejas.-¿A que yo también puedo hacer bromas? Ya te lo habrás imaginado por un instante. En realidad, voy al spa, a menos que sea una ocasión en que esa otra alternativa sea más atractiva. ¿Y tú que haces?

-Me gusta correr. Estos últimos tres días debo haber corrido más de 20 km en total.

- ¿Algo en particular te hizo correr tanto?

-Algo que siempre iba un paso delante y que no alcancé.

- ¿Qué hubieras hecho si lo alcanzabas?

-Hubiera obtenido respuestas. Hablando de eso y de lo que conversamos en la semana... ¿puedo proponerte una cena que no se de negocios?

-De acuerdo, pero primero iré al spa. -escribió algo del otro lado de la tarjeta. -Búscame allá dentro de tres horas, ya se nos ocurrirá algún plan.

Silvana era gentil al hablar de "nosotros", pero como le gustaba hacer, marcaba el paso, ponía los tiempos. Tres horas y ya vería lo que aceptaba y lo que no, bajo sus términos. Debía estar disfrutándolo. Para mí no era tiempo de correr, sino de caminar mirando bien donde pisaba. Caminé, pensé en unas cuantas cuestiones; tomé un café, caminé y pensé más...y llegué al spa casi 45 minutos antes de lo indicado. El lugar era tranquilizador desde el momento de entrar, con sus colores claros, su música de fondo, las velas aromáticas junto a pilas de piedras circulares, una pequeña fuente con agua corriendo casi en silencio.

- ¡Fernando!

-Reconocí la voz, así como la recepcionista me había reconocido.

- ¡Carla! ¡Cuánto tiempo! Y para ti es como que no pasa.

-Nunca cambias. -dijo ella con una sonrisa. - pero eso es lo bueno de ti. ¿Qué te trae por aquí? No he visto que tuvieras un turno, hubiera reconocido tu nombre.

Carla era una gran amiga desde niños. Coincidimos en estudios, en algún que otro trabajo, en buenas y malas. Cada uno podía contar con el otro como apoyo o como confidente. Como ocurre al comprometerse, uno puede a veces tomar distancia de las amistades, más si mi anterior puesto me hubiera sacado de mi ciudad. Ahí estaba ahora, con su uniforme blanco, con su nombre en el lado izquierdo del pecho, sus largos cabellos castaños en un bello peinado con trenzas, y la sonrisa habitual, que no era parte solo de ese trabajo.

-Estoy trabajando para Silvana, en Ediciones Sveta, es mi nueva jefa. La habrás visto venir varias veces, supongo.

- ¿Trabajas con ella? - se sorprendió mientras se adelantaba para darme un abrazo. -Me llama la atención que no hayas venido antes a buscar alivio. A veces nuestro personal necesita relajarse un rato después de tratarla.

-Sé que tiene su reputación, pero eres lista como para ver sólo máscaras y murallas. Imagino que tú también percibes una luz dentro de ella. ¿Crees que le falte mucho para terminar su tratamiento de hoy?

-No, solo le faltaría un masaje antes de tomarse un tiempo libre en el jacuzzi, como siempre, uno reservado para ella.

-Interesante...creo que puedes hacerme un favor, como en los viejos tiempos.

Carla me miró con curiosidad y atención.

Vi a Silvana entrar a una de las salas de masajes. Uno de los masajistas entró momentos después y le dio las que supuse que serían las indicaciones habituales mientras se preparaba. Entonces Carla tocó a la puerta, él dijo que enseguida volvía. Carla le habló en voz baja, miró hacia mí, él pareció mostrarse entre aliviado y comprensivo y se retiró. Antes que se notara nada extraño, yo entré en su lugar. Silvana estaba echada boca abajo, su cuerpo cubierto por una toalla de la cintura para abajo. Los brazos a los costados, el rostro hacia abajo en esa abertura que tienen las camillas de masaje. La habitación tenía la luz un poco más baja que el resto del lugar, unas flores blancas a un costado de ella, junto a una fila de velas aromáticas y varias toallas blancas dobladas.

Comencé por percibir la tensión en sus hombros, en su cuello. Aparté sus cabellos con suavidad hacia un costado. Deslicé mis manos suavemente primero, luego identifiqué las áreas tensas, procedí a utilizar mis dedos en movimientos cuidadosos, bien calculados. Podría decir que su tensión se deshacía entre mis dedos, que primero soltaba leves quejidos y luego sonidos de alivio y de placer. Examiné con mis manos su espalda desnuda a los lados de la columna, desde los hombros a la cintura y de regreso. Dediqué mi atención a cada zona que lo necesitara. Nuevos sonidos de aprobación. Seguí líneas imaginarias de los meridianos de energía, y presioné con la punta de los dedos en sitios específicos, en la espalda, los hombros, los brazos.

-Mmmm...hoy te estás esmerando. - dijo ella. - nunca me habías atendido así.

-Siempre hay una primera vez. -dije yo.

- ¡Fernando! –exclamó girándose, y algo me giré yo para no mirar, pues no tenía nada sobre su pecho ni le preocupaba a ella. - ¿Cómo rayos entraste aquí? ¿Cómo si quisiera te atreves...? -no le salían todas las palabras que le venían a la mente.

-Te dije que en el pasado había hecho varios trabajos. Conozco gente de este establecimiento. Consideré que tú merecías un trato especial, y hasta donde yo sé, lo estabas recibiendo. Si prefieres a tu masajista habitual, no te preocupes, iré a buscarlo.

- ¿Dónde crees que vas? - me frenó antes que diera dos pasos. Volvió a ubicarse boca abajo mientras agregaba algo más. -Que no se te ocurra interrumpirte de nuevo ni salir antes que hayas terminado de darme tu masaje.


Polos apuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora