Parte 17

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-Me gustas mucho. -Le dije a Silvana mientras con una mano acariciaba su mejilla.

-Lo sé-dijo ella.

-Sí, lo sabes, pero me gusta decírtelo, y a ti te gusta escucharlo, ¿verdad?

Ella asintió.

-Ese es el sentido de decir algunas cosas, aunque parezcan sabidas o las creas obvias. El sentido de una frase, una sonrisa, un abrazo, un beso. Decir a un empleado que está haciendo un buen trabajo, decirte que tu comida estaba deliciosa, decirte que estoy muy a gusto contigo. Ser agradecido, ser amable, transmitir la propia sensación de bienestar, compartirla.

Estábamos desnudos bajo los sábanos, en ese punto en que las ropas no es lo único de lo que nos desnudamos para ser ni más ni menos que nosotros mismos ante otra persona, para bien o para mal. -Eres preciosa, tienes pasión, y me siento muy bien al estar juntos.

Ella sonrió y siguió escuchando sin interrumpir, con interés.

-La primera vez que te vi, toleraba a mi jefa, y a la vez apreciaba a la editora estrella. Ahora respeto a la persona que se hizo a si misma contra todos los obstáculos, aprecio a la mujer que se anima a hablar de los que siente sin temor de que pierda autoridad o se vea débil.

-Tú lo haces más fácil. -dijo ella.

-Y tú podías hacérmelo un poco más fácil. -exclamé bromeando.

- ¿No crees que la muralla tiene sentido, después de todo? No impiden el paso a todas las personas, pasan quienes se lo ganan. Hay personas que murieron intentando escalar el Everest, y conocían los riesgos. Una de las cosas que me han gustado de ti es que también conocías riesgos, y los desafiaste por la importancia que me dabas.

- ¿Qué más te ha gustado de mí?

-Creo que te lo diré de a poco, tú sígueme poniendo atención y puede que lo notes por ti mismo.

-De acuerdo. -Me sentía como si estuviera cerrando un trato con el beso que en ese momento le daba.



No recuerdo un mejor fin de semana en mucho tiempo. Acordamos que volvería a mi apartamento, ya que allí tenía archivos y carpetas que quería revisar antes de volver al trabajo, y que mejor si cada uno regresaba al mismo desde su propio hogar. Mejor salir en un momento en que estaba todo bien antes que permanecer en su espacio hasta otro momento en que ella me pidiera gentilmente que me largue. Conduje con el cuidado de siempre, con el cinturón puesto, y con Silvana en mi mente como si fuera de acompañante, pues en cierta forma no dejaba de estar, mientras esperaba en un semáforo, mientras veía cruzar a los peatones, cuando tomaba una curva, se repetían en mi mente algunos momentos y frases. Puede ser a veces algo positivo, pues es como revisar un texto para corregirlo: se puede encontrar detalles que no hubiera notado antes. Sentí a mi espalda el pitido que me indicaba que el auto quedaba cerrado y con su alarma activada. Me decía también que no fue un sueño, pero que no me aferre a ello hasta que vea en qué se convierte. Mientras esperaba el ascensor pensaba que las cosas no volverían a ser iguales en la oficina, aunque también me preguntaba cómo serían.

Entré yo solo al ascensor, y antes de que se cerrara, otros dos sujetos interrumpieron las puertas e ingresaron, los dos vestidos de negro, muy elegantes y también serios.

-Buenas noches, Sr. Da Silva. -Dijo uno de ellos. -Se le nota muy animado.

-Supongo que sí, se me debe notar contento como perro con dos colas. ¿Qué tal ustedes? ¿Mucho trabajo en la funeraria?

-Nadie suele hacer bromas con nosotros, Sr. Da Silva.

-Siempre hay una primera vez, Sr...déjenme adivinar, ¿ustedes son Ortega y Gasset...o Donato y Stefano?

-Nuestro jefe desea conversar con usted. -dijo el otro. -Y cuando digo "nuestro", me refiero a que también es SU jefe, quien lo contrató para su nuevo puesto en Sveta Ediciones.

-Disculpen un momento, caballeros...-toqué el botón correspondiente a mi piso. - ¿Puedo adivinar que ese mismo jefe tiene una hija que ya conozco?

-Parece que ya la conoce mejor que nosotros, por lo que hemos visto. -dijo el primero de ellos.

-Me caen bien, de verdad. Ustedes están en casi todos los detalles.

Noté que de pronto arrugaban la nariz y no podían ocultar una sensación de desagrado, casi era como si les costara respirar.

-Fui yo, disculpen. -les confesé. -debió ser algo que comí.

Las puertas se abrieron, y allí me esperaba precisamente el jefe, elegante, pero con más vivos colores.

-Disculpen...-les dije interrumpiendo la salida de ambos. -Seguro que el señor desea que esta sea una conversación privada, pueden esperar abajo.

Las puertas volvieron a cerrarse mientras ambos decían cosas que no llegué a escuchar completas.

-Sr. Da Silva. Espero que mis hombres no hayan sido muy intimidantes.

-Creo que me hice encima del susto. -dije con mi mejor sonrisa. Me complace conocer en persona al padre de Silvana.

Noté que él alargaba su mano, buena señal. Yo hice lo mismo y nos dimos un apretón. Yo no me había atrevido a hacerlo primero y arriesgarme a quedar con la mano solitaria en el aire. Algunos de estos tipos son soberbios. Otros piensan que lo cortés no quita lo valiente.

-Antonio Manuel. -se presentó. -Puede llamarme Antonio, y lo llamaré Fernando. Si me llama "Tony", las cosas no irán bien entre nosotros.

Antonio tenía unos zapatos en los que podría reflejarme para peinarme. No querían pensar lo que costaran. Su cabello canoso estaba corto y prolijamente arreglado. Podría ser modelo de una afeitada perfecta, aunque más me llamó la atención el mismo tipo de ojos que su hija, claro que estos no me gustaban, y que parecían más fríos. Para tener unos 25 o 30 años más que yo, se notaba en tan buen estado como yo mismo.

-Hablemos en mi departamento. Estaremos a solas...a menos que encontremos más gente vestida de negro bajo la cama.

-Puedo asegurarle que no la hay, Fernando. Siempre le recuerdo a mis hombres que sin respeto no somos nada, ¿no cree?

-Coincido. Eso mismo deben estar pensando sus hombres en este momento. Adelante por favor.

Tras cerrar le invité lo que quisiera tomar, peor no le apetecía, por lo cual le propuse que se sentara donde guste.

- ¿Sabe que podía haberme llamado? Podría haber ido a su oficina cuando usted quisiera.

-Esta es una visita más personal, Fernando. Nadie más sabe que estamos hablando, y así lo preferiría, aunque usted es libre de tomar sus decisiones.

Me miró, o más bien me examinó, me escaneó como si tuviera rayos X incorporados, con la diferencia de que esos aparatos no dan una sensación de frialdad.

-Me gusta conocer a alguien personalmente, ver sus ojos, su expresión. Sus respuestas espontáneas. -Me explicó.

-Supongo que está aquí para decirme que haría muy bien en alejarme de su hija.

-Sr. Da Silva, perdón...Fernando. Usted es muy listo, pero malo para las suposiciones. Para decir eso bastarían mis hombres. -hizo una breve pausa, noté en el aire cada instante de vacío. –Me gustaría que hablemos tanto de trabajo como de familia, pero sobre lo que plantea, pues no. No le pido que se aleje de mi hija, de hecho, quiere que continúe tan próximo de ella como ambos gusten.

La respuesta me tomó por sorpresa. Antonio podría ser manipulador, pero no improvisaba ni era impulsivo, según lo que sabía por su hija. ¿Qué estaba planeando? ¿En medio de qué situación me encontraba? 

Polos apuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora