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27 de Noviembre. París, Francia.

El teléfono suena, atiendo la llamada aún entre los brazos de Morfeo. La luz invernal entra ligeramente por la ventana, acariciando suavemente mi rostro que aún estaba hinchado debido a las reparadoras horas de sueño.

- ¡¡Hey, vamos, arriba!!  No te comportes como una tortuga nuevamente, me estoy cansando de esto.- El sonido de su desesperada y linda voz es distorsionado por el cepillo dental con el que está aseando su boca.

- No molestes, ya estoy casi despierta.- Contesto mientras separo mi rostro de la almohada que, poco a poco va recobrando su forma original. Finalmente me incorporo y el frío de la mañana recorre mi espalda.

- Ok, mi primer responsabilidad del día está cumplida, te veo en cuarenta minutos.- Dice con un tono juguetón y burlón, automáticamente sonrío al pensar que seguro estaría esbozando una de esas sonrisas que tanto me gustan. Realmente se toma en serio su trabajo de despertador, demonios ¿qué haría sin él? Estoy segura que necesitaría el doble de alarmas que uso ahora.

Saliendo del trance, recuerdo lo que dijo: "cuarenta minutos".

¡¡¿Cuarenta minutos?!! ¿Cómo espera a que esté lista en cuarenta minutos? 
Anoche no me dió tiempo de prepar mi maleta, el leotardo no se había secado, las horquillas estaban agotadas... Por suerte ballet no tocaba a primera hora, eso realmente me gustaba de los jueves... Bien, ¡concéntrate!  Definitivamente no es momento de pensar en lo que te gusta y en lo que no.

Después de despertar por completo, tomé la mochila deportiva que suelo utilizar, reuní todo lo necesario para ese día. Entré al cuarto de baño para peinarme debidamente, un moño bien firme y justo al centro, no me gusta este paso, es demasiado tardado. Al finalizar mi casi perfecto peinado, caminé y abrí el ventanal que daba a la terraza, para regar las plantas y recoger el leotardo que deje secando anoche. Quité el leotardo y lo puse en la barandilla, mientras regaba las plantas. 

Un movimiento en falso. 

- Coño. - Musité, había empujado con el codo mi leotardo y ahora estaba cinco pisos abajo, en el frío y solitario pavimento. Me di vuelta y dejé la regadera sobre la mesa de la terraza, atravesé casi en dos pasos todo el apartamento, abrí la puerta y lo abandoné a toda prisa para recuperar mi preciado leotardo, antes de que saliera volando o alguien lo tomara. Iba a media escalera cuando me percaté de que aún vestía mi pijama de patitos. Importándome nada, continué mi trayecto. 

Al llegar al lugar donde se supone debería estar mi leotardo, se encontraba la nada. Entré en pánico, pues sin mi leotardo era casi imposible que los profesores me dejaran entrar a clase. Me doy vuelta, para cambiar mis pantuflas por un calzado mejor para la calle e intentar conseguir un leotardo en menos de 20 min. Pero la presencia de una sonrisa burlona me contuvo. Hoseok estaba parado ahí, con el leotardo entre sus manos y observándome, parecía estar divirtiéndose. 

De repente, pasó de estrujarlo entre sus manos, a sostenerlo entre ambas y moverlo de un lado a otro, para hacerlo bailar.

- Muy buenos días, señorita ¿buscaba algo? - Me sonríe y Se despega de la pared, para dar un par de pasos hacia mi. 

- Ja, casi se me sale el corazón.- Posé una de mis manos sobre mi pecho, para después Intentar quitárselo de las manos, pero fue un intento fallido. - ¿Cómo supiste que es el mío? - Me crucé de brazos. 

- La verdadera pregunta aquí es ¿cómo no hacerlo? Además, con lo despistada que eres, no me sorprende mucho. - Se coloca detrás de mi, frota mis hombros y comenzamos a caminar a paso lento. - Por cierto, ¿cómo podría ser de otra persona? En este edificio viven personas de la tercera edad, a excepción de ti y el recepcionista.

Louvre Montanna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora