Kinder

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Dániel

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Dániel

Ese día estaba tan emocionado, me recuerdo levantado a las cinco de la madrugada saltando en todas las camas y gritándole a mis padres que aquel seria mi primer día en el kínder. Por fin sería un estudiante, de esos que iban con mochilas y se subían a un bus amarillo. Once años después sigo preguntándome en que mierda estaba pensando.

Fue horrible y desastroso. Antes de eso solo tenía que llorar para que mi madre me atendiera, podía dormir todo el día si quisiera, hasta ese maldito día. Tenía que levantarme en la mañana y con mucho frio para ir a colorear horrorosamente unos dibujos. Y por supuesto lo peor de todo es que la conocí a ella. Habiendo tantos niños ese día entrando al kínder en todo el mundo, me tenía que tocar con ella. Gabriela Furnets.

No bien entre en la sala me quede frente a la pizarra mirando en que me había metido, adelante estaban los niños jugando con autos, en el otro extremo las niñas vistiendo y desvistiendo muñecas, nadie estaba solo, a excepción de una persona. Gabriela.

Se encontraba en uno de los rincones mirando hacia la pared, su melena era impresionantemente horrible, era un ir y venir de mechones rojos revueltos en su nuca, esa niña tenía la segunda guerra mundial en su cabeza.

Me acerque con el único objetivo de ver más de cerca su cabellera, a mi edad era lo que más me llamo la atención. Al acercarme más pude notar como sostenía una Barbie sobre un caballo haciendo que este diera saltos sobre el suelo como si estuviera saltando vallas. Ella observo mis zapatos acercarse y levanto la mirada, tenía una decena de pecas sobre la nariz y las mejillas. Me sonrío y dejo ver dos enormes dientes de conejo.

- ¿Quieres jugar conmigo?

No. Por supuesto que no quería jugar con ella. Solo quería tocar su pelo.

Retrocedí para alejarme, el conejo parlante se paró de un salto y se acercó a mi rostro abriendo sus ojos, como si yo hubiera sido poco menos el arca de la alianza.

- ¿Has visto el corcel indomable?

-Ssss...si -dije nervioso y tratando de zafarme de su agarre.

Un chico se nos quedó observando, abrió sus ojos y desde ese momento comenzó mi martirio.

- ¡La zanahoria tiene novio! -Grito lo suficientemente fuerte para que todo el salón escuchara y se diera vuelta a mirarnos.

Yo me zafe de su agarre, los demás hicieron un círculo alrededor y comenzaron a gritar una y otra vez lo mismo.

- ¡Zanahoria tiene novio, Zanahoria tiene novio!

Yo me moría de vergüenza y a ella pareciera como si no le importara que los demás le gritaran cosas por toda la sala. El conejo solo me miraba con sus ojos brillosos. La voz de los demás me retumbaba en la cabeza a tal punto que me estaba doliendo . No soportaba que esos chicos siquiera me relacionasen con ella.

- ¡No soy su novio! -Grite y todos se quedaron mudos.

A la chica se le cerró la sonrisa de golpe. El brillo en sus ojos cambio cuando comencé a mirarla con furia. Entre esa multitud escuche una risita y luego otra hasta que finalmente se transformó en una estampida de carcajadas. El conejo recogió la muñeca del suelo y salió corriendo.

Suspire aliviado. Las risas cesaron y todos volvieron a lo que estaban haciendo. Yo no sentí culpa por esa niña, ni en ese momento ni en once años después. Esa chica había arruinado mi primer día en el kínder y no le basto con eso, también me arruino el resto de mi vida en la escuela.

Me quede ahí sentado solo en un rincón mientras todos los demás jugaban. No era así como yo en mi inocente cerebro me imaginaba la escuela, estaba totalmente desilusionado. Papá siempre decía que a las mujeres siempre se debía respetarlas y cuidarlas, por eso que no se les debía tocar ni con el pétalo de un rosa, pero ese día, a los cinco años, Gabriela ya me había sacado de los cojones y en ese preciso momento tenía ganas de golpearla.

Mi estómago crujió y me vi obligado a sacar el emparedado que mamá me había mandado en la mochila. Bote los papeles que lo envolvían y me dispuse a darle un mordisco, pero en eso quede, con la boca abierta mirando al chico de cabello negro y regordete que miraba mi comida como la octava maravilla del mundo. Sus ojos observaban fijamente mi pan y se lamia una y otra vez los labios.

- ¿Hola?

Su vista se desplazó a mi rostro y me sonrió. Llevaba una cotona café y se notaba que debajo de esta traía mucha ropa, mucha. Por ese motivo, sus enormes mejillas estaban rojas por el calor que le producía estar con esa tonelada de ropa. Era como Heidi versión hombre.

-Hola, mi nombre es Ren.

Me extendió la mano y nos dimos un apretón infantil. Su voz y su rostro me parecían amigables.

-Yo soy Dániel.

-Mucho gusto Daniel.

-No, no Daniel, Dániel.

Ren ladeo su cabeza confundido, no lograba entender la diferencia entre Daniel y Dániel y yo a esa edad tampoco sabía cuál era. Años después me dijeron que mi nombre era francés. ¿Por qué me pusieron Dániel y no Daniel? No tengo idea.

Esa fue la primera vez que hable con Ren y recordando esos momentos me doy cuenta, once años después que hay cosas que nunca van a cambiar. Ren sigue mirando mi comida y sigue pareciendo una Heidi versión hombre, y por supuesto Gabriela sigue ahí, alrededor mío, pegada como un chicle. Por suerte se le emparejaron los dientes y se le arreglo el cabello.

En fin, ese jodido y maldito día, comenzó todo.

Un beso para GabrielaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora