Capítulo cuatro

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No sé cómo puede seguir usando esa ropa, antes supongo que se vestía normal pero desde que sus padres le dieron la libertad para elegir que colocarse todo en su aspecto cambio

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No sé cómo puede seguir usando esa ropa, antes supongo que se vestía normal pero desde que sus padres le dieron la libertad para elegir que colocarse todo en su aspecto cambio. Ella decía que nuestra generación era mala y por eso prefería todo del siglo pasado. Incluyendo la ropa y por supuesto la música.

No puedo negar que no me gusta la música antigua, pero ella parece recién salida de Woostock. Todo en ella era algo vintage. Me pregunto de donde conseguirá ese tipo de ropa.

Lleva unos pantalones de mezclilla con pata de elefantes y florecitas estampadas en el muslo, en la parte superior un top color mostaza holgado que le deja al descubierto sus diminutos y delegados hombros. Opino que Ren debería darle un poco de grasa a esta niña.

Demasiada paz y amor por hoy.

Siento su nerviosismo, hemos tratado toda la vida pero a esa chica aun le cuesta estar a solas conmigo.

Ella está sentada sobre mi cama encogida, intimidada. Yo por mi parte estoy sobre una silla giratoria la que hago rodar de vez en cuando.

— ¿Cómo te sientes? —me pregunta.

—Más o menos, me duele la cabeza, como si me la estuvieran martillando.

—Ayer te vi salir con Ren, no ibas muy bien, me preocupe.

Me pone impotente no poder recordar nada. No le contesto porque estoy avergonzado. Debí haber salido muy mal para que viniera solo a saber cómo estaba, aunque no estoy muy seguro que sea solo para eso.

—Gracias por preocuparte, Gabi. —Es lo único que se me ocurre decir.

—Dániel yo —piensa antes de decirme cualquier cosa—deberías controlarte, quiero decir con la bebida.

¿Quién se cree que es para venir a sermonearme a mí en mi propia casa? ¿mi mamá?. Tomo una de las pesas que hay bajo el escritorio y comienzo a ejercitarme. No quiero seguir escuchando sus sermones. No puedo creer que haya viajado media hora para decirme solo esto.

—¿Algo más? —le respondo seco y concentrado en la pesa. No pienso tomarla en cuenta.

—Estoy hablando en serio, ayer casi me...

Interrumpe su oración cuando la miro, ¿Qué es lo que iba a decir?, dejo la pesa en el suelo y me concentro nuevamente en ella.

—Casi qué.

—¿no lo recuerdas?

Niego con la cabeza y palidezco esperando su respuesta.

—Ayer casi me besas, de hecho lo hiciste ....en el cuello. Y ni siquiera lo recuerdas.

Maldición. Sabía que había algo más. Estoy jodido, ayer hice muchas cosas en las que hoy me arrepiento. Me acomodo en la silla y me llevo las manos a la cabeza, creo que lo que acaba de decir ha hecho que el dolor aumente. Lo peor es que Gabriela no bebe y por lo tanto ella si recuerda.

Un beso para GabrielaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora