10. Una puntada. Mil confusiones.

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–Te tardaste.

Hermione escuchó aquella recriminación como un suave murmullo, ya que su propia respiración agitada le impedía oír más. Había corrido todo el trayecto desde la Torre de Gryffindor hasta el Gran Comedor, por lo que ahora trataba de recuperarse intentando coger algo de aire mientras descansaba apoyando ambas manos en sus rodillas.

–Lo siento. Confieso que tardé en decidirme –articuló, enderezándose para observarlo.

Theodore Nott estaba al frente de ella, apoyado en una pared despreocupadamente y mirándola desde arriba con una mueca divertida. Vestía con ropa sencilla pero impecable, haciéndola sentir un poco torpe. De seguro, él había agarrado cualquier prenda de su armario y aún así se veía estupendamente, mientras ella había pasado hora y media frente a ropa corriente y algo holgada, tratando de elegir un atuendo decente para la ocasión. Pero ni siquiera eso dio fruto. Ahí estaba otra vez con su viejo vestido azul, que contrario a los deseos del Slytherin, no mostraba ni pierna ni espalda.

Hermione dejó escapar un suspiro cargado de frustración. A veces no podía evitar tener complejos de patito feo.

Luego de que Lavender le recordara de su supuesto encuentro con Nott, se quedó largos minutos mirando el techo, absolutamente tentada con la idea. Por un lado, por la química que sentía cuando estaba con Nott (algo que nunca le confesaría), y por otro, por la gran patada en el estómago que sería para Malfoy verla en su alma matter.

Tenía rabia.

Aún se sentía vejada por la actitud del rubio, y más aún, se sentía humillada por haber experimentado nerviosismo al tenerlo tan cerca, jugando con ella a propósito. Era un maldito y quería fastidiarlo. Al diablo con su diario. Esto ya era personal.

Sin embargo, si lo pensaba dos veces, sabía que perturbar a Malfoy no era su única motivación. No podía negar que la idea de ser la pareja de Nott por una noche no dejaba de sonar bien en su cabeza. Y es que para que iba a mentir. Le gustaba su desfachatez más de lo recomendable.

Suspiró.

Era oficial. Algo estaba funcionando mal en su cabeza.

–Se entiende –contestó él, despegándose de la pared con una actitud que a Hermione le pareció muy a lo Marlon Brando–. Pero no te preocupes. Mientras te quedes a mi lado estás a salvo. Procura no alejarte.

El muchacho colocó la mano en su espalda y la invitó a caminar en dirección a las mazmorras, lo cual ella hizo no sin titubear. Así, mientras más se acercaban, Hermione más se arrepentía. Prácticamente se movía por la inercia y por el orgullo. Ya había llegado demasiado lejos como para salir corriendo en ese instante ante la mirada desconcertada de su acompañante, el cual iba sumido en el más absoluto de los silencios. Algo que la ponía aún más nerviosa. ¿Desde cuando Nott se quedaba callado?

De pronto, más pronto de lo que ella hubiera querido, se encontraban a solo cinco pasos de la entrada. Hermione tragó espeso.

–¿Que otro invitado ajeno a Slytherin va? –inquirió, nerviosa ante la inminencia del encuentro.

Él la miró por el rabillo del ojo y sonrió traviesamente, rodeándola hasta colocarse detrás de ella. Hermione sintió como su espalda rozaba contra su pecho y tuvo que reprimir un respingo.

–Ninguno. Tú eres la única.

Theodore colocó ambas manos en sus oídos y susurró la contraseña, de tal forma que para ella solo fue un siseo incomprensible. Luego, ante sus ojos se abrió la puerta de la sala común de las serpientes, y él, sin permiso para variar, la tomó del brazo y la obligó a entrar con suavidad.

El Diario de una MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora