24. Como una moneda de cambio.

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Todo daba vueltas como en aquellos juegos mecánicos de las ferias itinerantes de verano. Esos a los que la llevaban sus padres durante las vacaciones, cuando aún era pequeña y no sabía de la existencia de la magia ni mucho menos se imaginaba que estaría en estas circunstancias, luchando por su vida contra una fuerza que no la consideraba digna de existir solo por ser hija de muggles.

Tenía la garganta apretada y seca, mas su cuerpo estaba lánguido, absolutamente derrotado y apaleado. No sabía cuántos minutos habían transcurrido, por Merlín, ¡ni siquiera recordaba su nombre!. El golpe había sido tan intenso que su cerebro se sacudió más de la cuenta, dejándola desorientada y sin voluntad. A duras penas podía sentir sus extremidades, sin embargo, percibió como sus piernas chocaban contra algo similar a la tierra húmeda, entumeciendo su piel.

Otra cosa era la parte superior de su cuerpo, ya que su pecho estaba contra algo más firme, algo que se movía, una vez arriba, otra vez abajo, repitiendo de tanto en tanto. De hecho, su oreja percibía un fuerte y rítmico sonido que le inspiraba algo de tranquilidad entre toda esa sensación extraña que la embargaba. Una sensación de haber muerto por unos escasos segundos y revivido solo por el milagro del azar.

Abrió los ojos lentamente, con demasiada dificultad para su gusto, y parpadeó en múltiples oportunidades, tratando de superar el manto de oscuridad que se cernía sobre ella. La imagen borrosa se fue limpiando y de pronto se volvió nítida, enseñándole algo parecido a un bosque. Un bosque insondable y tenebroso, mientras a sus espaldas reconocía el suave vaivén del agua estacada. Se levantó poco a poco, insegura, aún no completamente consciente de su entorno, cuando una voz familiar la detuvo en seco.

–¡Diablos Granger! ¡Hasta cuándo me vas a enterrar los codos en el estómago! –reclamó la voz–. Es más, hazte útil y quítate de encima de una buena vez.

Ella se echó hacia atrás y cayó sobre su trasero como si le hubiesen lanzado un expelliarmus, tardando unos instantes en reaccionar. Como en una película, su cabeza repasó en una fracción de segundos todo lo sucedido.

.

Theodore y ella.

Luego Draco entra en la ecuación.

Draco y Theodore se trenzan a golpes. Sangre. Theodore la vuelve visible gracias al maleficio imperdonable de Draco. Draco la arrastra entre varios mortífagos para luego correr con ella encima, sobre su espalda, mientras esquivaba rayos en movimientos aleatorios. Ambos alcanzando un traslador.

Imagen perdida. Imagen perdida.

Un golpe en seco contra el suelo.

Todo se va a negro.

.

Sacudió la cabeza pero siguió sin decir nada. Ya sabía que Theodore le había mentido, ya sabía que Draco estaba vivo. Pero era muy distinto estar así, frente a él, luego de buscarlo en cada mortífago, luego de creerlo muerto por tanto tiempo.

Por su parte, Malfoy la miraba de vuelta, impaciente, sin entender puta cosa.

–¿Te golpeaste la cabeza o siempre fuiste así de lenta? –soltó finalmente el rubio, ceñudo–. Mas te vale que reacciones y vuelvas a ser la sabelotodo que conocía, mira que es cosa de minutos que averigüen donde lleva el traslador que tomamos. Así que tenemos que marcharnos, ¡ahora! –añadió molesto.

Pero Hermione no se movió. Es más, ni siquiera se ofendió.

–Creí que estabas muerto –habló sin parpadear, con voz plana–. Me dijeron que estabas muerto.

El Diario de una MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora