20. Sin salida

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Negro. Luego de escuchar esas palabras, se fue a negro.

Su cerebro, incapaz de procesar datos luego de haber recibido de lleno el maleficio cruciatus, se había apagado inexorablemente, sin que ella pudiese evitarlo. Su salvador –o nuevo captor, ella no lo tendría claro más tarde–, aún agachado a su altura, se levantó como si nada, le dio la vuelta para desatarle las manos, y luego volvió por el frente, para liberar sus piernas. Inmediatamente Hermione se desarmó como una muñeca de trapo sobre la silla, mientras él la observaba, con su mano en donde debería estar su mentón, ahora resguardado tras la máscara. Al parecer, se preguntaba qué hacer con la muchacha, sin embargo, antes de decidirlo, tendría que liberarse de los cuerpos que yacían inertes a sus espaldas.

Como si tuviera todo el tiempo del mundo, se acercó a sus víctimas y los apuntó con la varita, murmurando un hechizo que pocos conocían; un hechizo que ni siquiera Hermione Granger hubiera sido capaz de identificar. Al instante, debajo de los cuerpos de los mortífagos fallecidos, aparecieron destellos que formaron una especie de hoyo negro que succionó los cadáveres, haciéndolos desaparecer con destino quién sabe dónde.

–Listo –murmuró complacido–. Váyanse a jugar al infierno, hijos de puta –sentenció.

Luego, giró y caminó en dirección a Hermione, tomando sus brazos para levantarla un poco antes de alzarla por la cintura, colocándosela encima como si fuera un saco de papas. Cuando la tuvo bien asegurada, con otro movimiento de varita la hizo invisible al resto, saliendo del lugar mientras aparentaba normalidad, con la meta de llegar a su habitación antes de ser descubierto. No sería sencillo. Se encontraban en un castillo que Voldemort se había apropiado como centro de operaciones y, a esas horas, había muchos encapuchados de aquí para allá, planeando ataques, arrastrando prisioneros, desechando muertos.

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Gruñó.

Las multitudes le hacían perder la paciencia.

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Apuró el paso y con agilidad, a pesar de llevar a la muchacha encima, subió las escaleras principales, giró a la derecha, llegó hasta el fondo del pasillo y logró entrar a su dormitorio. Una vez cerrada la puerta, botó al suelo el maltrecho cuerpo del Hermione, como quien suelta el maletín al piso después de un día agotador en el trabajo. "Suficiente amabilidad por hoy" farfulló, observando como las extremidades de ella habían quedado desperdigadas en distintas direcciones, pareciendo una marioneta cuyos hilos fueron cercenados. No obstante, sus cabellos ondulados habían quedado esparcidos formando una cascada que lo hipnotizó, y sin poder evitarlo, se quedó observándola por un rato, como observando fijamente un cuadro que no sabe si le gusta o disgusta. "No has cambiado nada, ni siquiera un poco, ni siquiera un lunar" pensó el mortífago.

Al darse cuenta de que estaba absorto con la imagen, sacudió la cabeza para espantar un pensamiento no permitido. Realizó un movimiento de varita a su puerta y luego, la dirigió al cuerpo de la muchacha, desprendiéndose de la madera unos tenues rayos blanquecinos que, al llegar a su destino, se desintegraron en una especie de rocío.

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Más adelante, Hermione maldeciría no haber estado consciente para impedir eso.

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Enseguida, el hombre ingresó al baño que estaba al fondo de su habitación y se encerró ahí, dispuesto a tomar una larga ducha sin siquiera preocuparse de su visitante, pues, si recobraba la consciencia, daba igual. Ahora, Hermione Granger era su prisionera.

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O al menos, lo sería hasta que se aburriera de "jugar" con ella.

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El Diario de una MáscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora