Narra Joanna
-Entonces, ¿de qué querías hablar?- pregunté luego de un 'concurso de miradas' de dos minutos en la cafetería del hospital. Estaba intentando ser lo más amable posible con él; sabía que después de lo que me había hecho quizás no lo mereciera, pero a pesar de todo, había permanecido encerrado por tres días en un maldito hospital sólo para hacerme compañía.
El salón estaba completamente lleno con el constante tintineo de porcelana y cubiertos. La brisa fría del exterior se filtraba por el vidrio de las ventanas, mezclándose con el calor que irradiaban las diversas estufas ubicadas de una manera nada estratégica; debajo de las ventanas.
Doctores y parientes entraban y salían del lugar sin parar, cargando bandejas con comida, tazas de café o simplemente caminando de un lado a otro del cuarto mientras murmuraban en sus teléfonos. Algunos de ellos incluso se tomaban el tiempo de tomar asiento y pasaban las tardes leyendo libros o el diario; Sue y Beth eran claros ejemplos de esto, aunque se habían vuelto pacientes para ese entonces. Morgenstein me dijo que eran madre e hija; Bill, el esposo de Sue, había fallecido luego de un coma de cinco meses, hacía ya tres años. En realidad no me contó lo que le había sucedido exactamente, pero a Sue y Beth les había costado tanto aceptar la realidad, que terminaron encerrándose en su propio mundo de fantasía, diciéndole a la gente que veían a diario lo contentas que estaban de que Bill se fuera a despertar pronto. Por suerte, ninguna de ellas jamás se me acercó para compartir su alegría; si así hubiera sido, creo que habría estallado en lágrimas en ese mismo instante. Todo lo que podía pensar cuando Morgenstein me lo contó, era preguntarme si yo terminaría igual.-Bueno, y-yo...No lo sé- admitió y suspiró. -¿Cómo estás?
-Ya sabes, soportando...Pero no me puedo quejar, al menos no estoy inconsciente y atascada en una cama de hospital, ¿verdad?- reí secamente. Sonrió comprensivo.
-¿Puedo darte un abrazo?- preguntó de repente. Fruncí el ceño.
-No, en realidad no, te patearía el trasero si lo hicieras...-sonrió burlonamente ante mi amenaza, consciente de que probablemente no lo haría. -Pero considerando que estoy hecha un desastre, creo que podríamos hacer una excepción, sólo por esta vez...
Sonrió y tiró de mí para abrazarme, envolviéndome en sus brazos gentilmente, mientras los míos descansaban sueltos a ambos lados de mi cuerpo. Respiré profundamente, inhalando el familiar perfume a almizcle y loción que manaba de su piel y ropa; en verdad no sabía cómo es que podía oler tan bien luego de estar confinado durante tres días en ese lugar.
-No me enojaré si tú me abrazas, sabes- comentó sarcásticamente. Hice tal como me había dicho y cerré mis brazos alrededor de su cintura, a la vez que sentía su sonrisa contra mi pelo. Luego de un minuto o dos, en verdad perdí la cuenta, me alejé de él y suspiré.
-Gracias, en verdad lo necesitaba.-sonreí a medias.
-¿Esto significa que me perdonas?- alzó sus cejas inquisitivamente. Mordí mi labio inferior a la vez que lo sopesaba.
-Sí, te perdono...-su sonrisa se ensanchó. -Pero con una condición...
-¿Y eso sería...?
-Te quiero fuera de mi vida, Dylan...En verdad aprecio todo lo que has hecho estos últimos tres días, no me malinterpretes. Pero te necesito fuera de mi camino; te estoy dando una segunda oportunidad, sólo que no conmigo. -su expresión decayó un poco. -En cuanto todos dejemos este hospital, te irás por tu cuenta. Sigue con tu vida, tal como yo tuve que hacerlo...Y por favor intenta hacer las cosas bien esta vez. -puse mi taza de café intacta sobre la mesa, me di la vuelta y dejé el salón.
Las voces procedentes del cuarto de Harry -a pesar de estar amortiguadas por la puerta de madera-, sonaban ruidosas, colisionando violentamente entre ellas, como si alguien estuviera discutiendo, aunque no podía descifrar exactamente qué decían, ni siquiera cuando presioné mi oído contra la puerta. Luchando contra la pequeña voz en mi cabeza que me decía que saliera de allí, abrí la puerta e ingresé.
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Strong | h.s
FanfictionSupongo que me di cuenta de lo especial que era el día que me encontró, o me salvó, quizá sería más apropiado decir. Pero no podía arruinarlo, si él no sentía lo mismo terminaría arruinando nuestra amistad. No podía arriesgarme a perderlo todo. Él e...