Capítulo 3

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La concurrencia era excelente, las gemelas se lucían en el escenario y mis bolsillos rebosaban de dinero. Cada hombre que entraba quedaba embobado por ellas, y el ambiente era embriagador. Eran las dos y treinta de la madrugada y todo marchaba a la perfección, mejor de lo que hubiera podido imaginar.

Las chicas nuevas destacaban, y la decisión de renovar el personal se mostraba acertada.

—Fantiny —dijo Fausto, acercándose por el pasillo de los cuartos personales.

—¿Qué quieres? Estoy ocupado. Si vienes a sermonearme, mejor ahórratelo.

—La chica despertó. ¿Quieres verla o la dejo descansar en tu cama?

—Que se dé un baño, dale de comer, vístela y luego me llamas. Tengo algunas preguntas para la chica sin nombre.

—¿Que yo la vista? —rió Fausto, como si fuera un chiste.

—Fausto, mi paciencia —dije tocándome las sienes—. No me provoques.

Se marchó y continué supervisando el club. El área del bar estaba como nunca, llena de personas disfrutando del ambiente, el dinero entraba como si fuera un cajero automático, las mesas y los cuartos estaban llenos, y el área de entretenimiento ofrecía de todo para todos. Pero a pesar de lo bien que iba todo, una maldita curiosidad por la chica atropellada me carcomía por dentro. ¿Quién era, de dónde venía, por qué hizo lo que hizo? Pero debía irse, era una vagabunda, su ropa y su aspecto lo dejaban claro.

Pasaron las horas y Fausto volvió para llevarme a verla.

Entré a mi cuarto y la vi sentada en mi cama con un vestido que Meroly solía usar para nuestras sesiones. Le quedaba casi como hecho a medida. Ahora que la veía bien, me retracté un poco. Sí, acepto mi error. La chica tenía belleza, su cuerpo era hermoso y, con el cabello ahora reluciente y largo, su rostro delicado destacaba aún más. Levantó la vista y sus ojos, llenos de tristeza y dolor, se clavaron en los míos, brillando con un resplandor increíble.

—¿Qué dices ahora? Paolo la transformó —dijo Fausto.

Apenas escuchaba sus palabras, embelesado por la chica. Su mirada me cautivó de inmediato.

—Sal de aquí —ordené a Fausto.

—¿Por qué?

—¡Que salgas de aquí!

—¡No he hecho nada, Fantiny!

—Por favor —me acerqué a él amablemente—. Sal de aquí por las buenas. No querrás quedarte y ver lo que pasará.

Fausto bufó.

—No hagas lo que creo que estás pensando. No la conoces, Fantiny. No hagas nada de lo que te puedas arrepentir.

Luego se marchó.

Cerré la puerta con llave y me giré hacia ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas, intentaba secarlas pero seguían brotando como un río. Me acerqué lentamente, pero ella chilló cuando traté de tocar su mano.

—Tranquila —hablé con suavidad—. No te haré daño.

Ella levantó la mirada, sus ojos eran hipnotizantes, y al mirarme temblaba visiblemente. Un pequeño moretón en su frente revelaba el impacto del choque. Las marcas en su cuello y los rasguños en sus brazos contaban una historia de dolor reciente.

—¿Qué día es? —preguntó, mirando sus manos temblorosas.

—Es jueves —respondí.

—¿Jueves? Quiere decir que...

—Que no estás muerta.

—¡Maldición!

—No maldigas. Sabes lo fuerte que te chocaste contra mi auto.

Acuerdos [Vol1]  [Trilogía Relaciones Tóxicas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora