Capítulo 9

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Samira Rockefeller 

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Samira Rockefeller 

Desperté sintiendo una opresiva presión en mi cuerpo. Abrí los ojos y vi que era Sebastián quien estaba presionando su cuerpo contra el mío. Me costaba respirar, así que, con sumo cuidado, aparté sus brazos de mí y escapé de su prisión de músculos. Me levanté de la cama, y al hacerlo, la memoria de la noche pasada regresó en un torrente implacable. Recordé el preciso instante en el que Sebastián descubrió mi virginidad y huyó como un niño asustado.

—Tú lo ahuyentaste —murmuraba mi subconsciente, una serpiente venenosa siseando en mi oído.

Esa voz de la razón, tan odiosa. No quería tener sexo con él, pero aún así, me sentí herida. Él me había visto casi desnuda y su huida intempestiva, como un lunático, no me gustó. Se arrepintió al no encontrar en mí la experiencia de las mujeres que solía frecuentar. Ese pensamiento me llevó a un lugar oscuro, al día en que Bob entró por primera vez en mi cuarto. Jamás pensé que haría algo así; lo trataba como a un miembro de la familia. Aquella noche, justo cuando estaba a punto de dormir, entró. Al principio me reí, pensando que había sido un error, pero luego noté su mirada, su respiración agitada, su erección prominente. Me tapó la boca y se lanzó sobre mí. Grité, pero no pude ser escuchada. Arrancó mi bata de baño y, en ese momento, pensé lo peor. Cuando creí estar lista para el infierno que él me arrastraría, se detuvo, me soltó y se marchó. Eso continuó por más de cinco años. Sebastián, en cambio, no me estaba obligando; era un acuerdo mutuo.

"Nuestro acuerdo, para ser precisos."

Me senté en un sillón cerca de la ventana, observando la ciudad adornada por los rayos del amanecer. Los edificios se teñían de un dorado esplendor, creando una vista única y hermosa. Por un breve instante, me sentí en paz. Luego, un gruñido de Sebastián rompió la quietud. Se estaba despertando, frotándose los ojos como un niño somnoliento. Me miró y sonrió tiernamente. Le devolví la sonrisa, pensando que era la primera persona que veía tan bien al despertar.

—Buenos días —dijo él, su voz suave, casi melancólica. No respondí, solo asentí levemente, sonrojándome.

Sebastián se levantó de la cama, semidesnudo. Bajé la mirada para no ser imprudente.

—No haré lo que hice anteriormente. Te pedí perdón. —Se cubrió con una sábana.

—Gracias —respondí, la voz apenas un susurro.

Él notó mi rubor y sonrió aún más. Caminó hacia el baño, deteniéndose en la puerta.

—Si quieres entrar conmigo, dejaré la puerta sin seguro.

—No... yo, no.

—Solo si lo piensas.

Su propuesta me dejó eufórica, ansiosa, y desesperada. A veces pienso que si no estuviera tan traumada, disfrutaría del sexo como todos los demás. Pero la mera idea de que tener relaciones pudiera cambiar algo en mí o hacerme sentir peor me aterra. Al bailar, tengo que enfrentarme a miembros de todos los tamaños, colores y formas. El cliente número cinco era un hombre de color; casi me desmayé al verlo. Por suerte, solo bailo.

Acuerdos [Vol1]  [Trilogía Relaciones Tóxicas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora