Capítulo 10

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La puerta sonó, sacándome de mis pensamientos sombríos y de mi autodecepción

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La puerta sonó, sacándome de mis pensamientos sombríos y de mi autodecepción. Inhalé profundamente y me acerqué a abrirla. Allí estaba una chica de aspecto delicado, con cabello rubio largo y ojos grises. Su piel pecosa y su expresión dulce contrastaban con las cicatrices en sus pies, brazos y manos, señales de heridas que aún no sanaban del todo. Sostenía un balde con agua y una toalla, y aunque el dolor era evidente en su rostro, mantenía una sonrisa serena. Parecía tener unos catorce o quince años.

—¿Puedo pasar? —preguntó, señalando el balde y la toalla con una mirada de esperanza.

Sabía que este lugar no era precisamente legal, pero no imaginé que Sebastián emplearía a menores de edad. Era solo una niña.

—Claro, puedes pasar —dije, dejándola entrar y cerrando la puerta tras ella—. ¿Qué se te ofrece?

—Trabajo aquí —respondió mientras mojaba la toalla y comenzaba a limpiar las mesitas de noche con movimientos meticulosos.

—¿Perdón, dijiste que trabajas aquí?

Asintió, sin dejar de limpiar, como si mi pregunta no tuviera importancia.

—Entonces, eso significa que... ¿tú eres...?

—¡No! —interrumpió rápidamente—. El señor Fantiny me contrató solo para limpiar. La paga es muy buena y no tengo que hacer mucho. No me quejo; es mejor que mi vieja vida.

—Fue muy bueno de su parte. No parece tener el carácter de ser una buena persona.

—Pero lo es. Agradezco lo que hizo por mí. Gracias a él tengo un cuarto hermoso, mucha ropa y una nueva vida.

—¿Todas tenemos un cuarto como este? —señalé mi habitación—. Siento que tengo más de lo que debería y me miman demasiado.

—Tu cuarto es impresionante —dijo con asombro—. Es el único mejor equipado.

Él no mentía cuando dijo que tendría todo lo que deseara. Me siento excesivamente consentida, la única en el club que no debe acostarse con nadie. Tengo una cuenta bancaria llena y un armario capaz de vestir a toda la población de una pequeña ciudad.

—¿Tú solo limpias?

—Sí, es fácil. Casi todo está limpio. Solo tengo que quitar el polvo, lavar la ropa de las demás, hacer sus camas, recoger algunas prendas. El equipo de limpieza profunda se encarga del resto.

—Qué bueno —le sonreí—. Es reconfortante ver que debajo de esa fachada presumida tiene corazón y compasión por los demás.

—No lo conozco lo suficiente como para juzgarlo. Solo sé que si me ayudó a mí, puede que ayude a muchos.

—Pero solo a su manera.

—Nadie es perfecto.

—En eso concordamos.

Acuerdos [Vol1]  [Trilogía Relaciones Tóxicas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora