Capítulo 10

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Durante los dos próximos días en las tutorías, Javier dejó de acercarse como ya empezaba a hacerse costumbre. En el examen me fue de maravilla, gracias a su ayuda fue fácil contestar todas y cada unas de las preguntas al igual que cada ejercicio. Gracias al tratamiento mi vida estaba cambiando, estaba empezando a sentirme como una persona normal. El miedo fue disminuyendo, cualquier extraño podía acercarse y hablar conmigo sin problemas. Me sentía mejor.

Ya casi era tiempo para las vacaciones, los exámenes vendrían fuertes, aunque ya no me preocupaba, mi mente estaba en mejor estado.

Salí de la prueba de matemáticas para ir directo al tratamiento, el maestro decidió dejarlo para la última hora de clases y darnos tiempo de repasar antes de tomar el mismo.

Dejé a Sophia en el Instituto y me dirigí al lugar de tratamiento. Luego de terminar iría a su casa y me dijo que debía hacer algo antes de llegar. Acepté sin problemas.

Subí las escaleras, justamente frente a la puerta, pensé en tocar antes de entrar pero mi mano se detuvo a unos centímetros de ella cuando escuché decir mi nombre.
Mi oído se agudizó para escuchar dicha conversación. Eran Javier y su padre ¿Hablando de mí? ¿Qué mierdas?

—Tendría que llevarla a un internado —escuché decir al señor Simpson.

—¿Es tan necesario? —preguntó javier.

—Aunque aparentemente, parezca que está mejorando, puede pasar otra crisis. Nada la cura, quedará con problemas mentales. —Al momento de escuchar cada palabra, mi corazón se llenó de ira y dolor. Sentí mis mejillas húmedas y de un portazo abrí la puerta. Cuando sus miradas se posaron en mí, me observaron con asombro. En ese momento no tuve miedo, no tuve nervios, sólo rencor y decepción. Los miré con repugnancia y grité.

—¡Nunca debí venir aquí, sabía que era mala idea y aún así, trataron de obligarme. Váyanse a la mierda todos! —dicho esto salí de allí entre lágrimas. Me sentía inútil, no era cierto ningunas de sus palabras. Estaba bien, incluso antes de que iniciara el tratamiento. Quien diga lo contrario no me interesa. Tenía que ir a encontrarme con Sophia pero no iba a ir, no me sentía bien para dar explicaciones, mucho menos iría a casa, mamá empezaría a cuestionar y a tratar de hacer que cambie de opinión. Mi única opción era mi casa cerca del lago. No lo pensé más y me dirigí a ella, si mi mejor amiga preguntara, le diría que lo olvidé o me quedé dormida. Deseaba cualquier cosa menos compañía en ese momento.

Una vez en el pequeño lugar, entré a la habitación y dejé mi celular. No deseaba llamadas ni mensajes molestos. Volví a salir y me senté en la orilla del lago. Mi visión se posó sobre el agua y me dejé llevar por el sonido de la naturaleza. Sequé mis lágrimas y recosté mi cuerpo sobre suelo para luego cerrar los ojos. Por un momento dejé de pensar en las palabras que había escuchado hace minutos y me tranquilicé. Pasaron minutos, quizá horas y yo aún seguía en el mismo lugar recostada en el césped. Mi mente se refrescó gracias a mi soledad y serenidad.

Mi corazón se disparó cuando sentí a alguien tocar mi hombro. Abrí mis párpados de golpe y de un respingo me senté en el suelo, me sentí un poco mareada pero aún así me aparté impulsándome con los pies. Con asombro observé a quien tenía en frente y me paralicé.

—Lo siento, no quise asustarte —Javier me miraba con vergüenza.

Mis ojos se quedaron abiertos como platos y mi boca cerrada sin decir ni la mínima palabra. Por alguna razón mi boca dejaba de hacer cualquier sonido frente a él. En excepción del encuentro de hace rato. Se acercó y pude divisar mi pecho expandirse y volver a su lugar cuando noté su intención.

—Tranquila, no te haré daño. —dijo y de un movimiento rápido me tomó por mis hombros. Cuando sentí sus manos sobre mí, cerré los ojos y las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas. —Lo siento, lo digo por lo que escuchaste —permanecí con mis ojos cerrados. No quería ni podía observar sus ojos. No se movió del lugar y duró varios minutos en la misma posición. Mi respiración se fue normalizando y dejé de llorar. Sentí las manos de Javier alejarse de mi cuerpo para luego tenerlas rodeando mi cuello. Me asusté por el gesto por lo que permanecí inmóvil sin responderlo. Sentir su calor era algo que nunca podía imaginar. Nunca pensé estar en dicha posición, mucho menos con él. Me sentía rara. Yo misma estaba sorprendida de mi resistencia y de que no había hecho una locura en ese momento. Mis brazos se desplazaron desde mi regazo hasta su espalda baja. No sé como demonios pude hacerlo, un poco de confianza se asomó y sólo lo hice. Mis fosas nasales absorbieron su perfume y un aroma totalmente varonil inundó mis pulmones. Luego de unos largos segundos, bueno, quizá minutos, nos separamos y traté de abrir mis ojos. Una vez nuestras miradas se encontraron, pude notar sus ojos con una intensidad o algún brillo.

—¿Te sientes mejor? —preguntó sentándose frente a mí. Asentí. —Me alegra saber eso —sonrió y logré ver dos pequeños hoyuelos formarse en sus mejillas. ¿Pondría ser más perfecto? Lo miré detenidamente para grabar cada facción en mi mente. Algo como eso no se ve todos los días. —Lamento lo que pasó —comentó mirándome atento. Tampoco respondí. Lo sé, parecía una estúpida toda callada, aún así no se rindió. —¿Me perdonas? —Dije que sí con la cabeza y el negó —Quiero escucharlo de tu boca —su mirada bajó hasta mis labios y me sentí algo incómoda.

—Si —dije con voz entrecortada.

—¿Si qué? —Alzó una ceja.

—Te perdono —respondí nerviosa.

—Tienes una voz angelical —sentí un rubor en mis mejillas. Su sonrisa se convirtió en una expresión seria para luego continuar hablando —Quiero que tengas claro que nada de lo que escuchaste es cierto. Estás mejor, haz cambiado de una buena forma. Sé que puedes salir de esto. Aquí estoy para ayudarte y de ahora en adelante le harás saber que está equivocado. —su mirada permanecía sobre mí analizando mi expresión. En su mirada podía notar sinceridad y comprensión. No sabía que responder y simplemente me quedé perdida en sus ojos verdes. —Dime algo, quiero escuchar tú voz.

—Te lo agradezco —mi mirada se desvió hacía unos arboles que estaban a lo lejos. Con una de sus manos agarró mi barbilla para que lo mirara. Volví a encontrarme con sus hermosos ojos y sonrió.

—No tienes por qué agradecer —rozó sus dedos por mi mejilla y cerré mis ojos a su tacto para luego volver a mirarlo —Vayámonos de aquí es un poco tarde —volví a mi realidad y el cielo se estaba tornando un poco oscuro. Se levantó de su lugar para luego tomar mi manos y ayudarme a levantar. salimos del lugar y vi su carro aparcado en la acera. Abrió la puerta del copiloto y con un ademán me invitó a que subiera. Luego hizo lo mismo pero al volante.

Encendió el motor y nos alejamos de mi preciado lugar...



Desasociego. [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora