[En Pausa] Un débil e insignificante ser humano, eso era todo lo que significaba la mujer de su medio hermano para él. Sin embargo, esa explicación lógica y aceptable no resolvía el misterio que lo había conducido a una rutina nocturna de acecho a l...
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Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
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Stranno Yazyk
"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol".
Federico García Lorca
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Strange Lenguage: Los demonios no ronronean
Un Neandertal. No había otra forma de explicar cómo diablos había terminado siendo acarreada como un vil saco de patatas sobre el enorme y duro hombro del medio hermano de Inuyasha, más que estar lidiando con un maldito Neandertal. Un hombre de las cavernas. Un demonio que no estaba acostumbrado a escuchar que le dijeran que no y que para colmo, había decidido de la nada armarse del suficiente descaro para estampar su mano sobre la sensible piel de su trasero.
Una sensibilidad que cabía resaltar, sólo se había incrementado desde que su cuerpo y mente decidieron traicionarla rememorando una y otra vez el momento exacto en que había sido azotada, y desde el que entonces su cuerpo no había parado de cosquillear con una mezcla de ardor y placer. Sesshomaru había demostrado no sólo tener unos dientes y garras sumamente afilados, sino también una mano excepcionalmente pesada para dar azotes. Y que el cielo la ayudara, pero no estaba tan enojada como debiera estarlo por ello.
—Sesshomaru...—susurró con suavidad, tanteando el terreno. —¿Ahora se me permite hablar?
Un nuevo pero mucho más ligero azote aterrizó sobre la misma nalga que había recibido el primero y poco faltó para que un gemido fuera arrancado de su boca. ¡¿Por qué demonios había sido eso?! Que sus anteriores pensamientos le hubieran hecho parecer casi ansiosa por otra probada de ese poder, no significaba que no le doliera, ni que la parte lógica y empoderada de su mente no se opusiera al acto.
—Ya lo hiciste. —gruñó y le pareció escuchar una risa entremezclada con éste.
—¿Es en serio? —le gruñó de vuelta. —¿Qué sigue, vas a amordazarme y atarme a la cabecera de tu cama?