De inmediato quedó impresionado. Parado ante una librerı́a mirando una colección de pinturas de Van Gogh, sintió el impacto. Eso era pintar. Por supuesto, los Van Gogh eran tan sólo reproducciones fotográficas. Pero aun ası́, pudo sentir en ellas un yo que afloraba intensamente en la superficie.
La pasión de esas pinturas renovó su visión. Ahora veı́a las ondulaciones del ramaje de un árbol, la curva de la mejilla de una mujer.
Un encapotado crepúsculo de otoño, fuera de la ciudad, habı́a cruzado por un paso subterráneo. Allı́ al otro lado del terraplén habı́a un carro. Mientras pasaba junto a él tuvo la sensación de que alguien habı́a pasado antes por allı́. ¿Quién?... Ya no tenı́a necesidad de preguntarlo. En su mente de veintitrés años, una oreja cortada, un holandés, en su boca una pipa de larga boquilla, clavaba sobre el sombrı́o paisaje su mirada penetrante.