Veintinueve años de existencia humana le habı́an ofrecido poca iluminación. Pero Voltaire al menos lo equipó de alas artificiales.
Desplegando esas alas hechas por el hombre, se remontaba con facilidad hacia el cielo. Empapado por la luz de la razón, la alegrı́a y el pesar humano se hundı́an bajo sus ojos. Sobre sórdidas ciudades, dejando caer la burla y la ironı́a, se elevaba hacia el espacio despejado, encaminándose directamente al sol. Lo mismo que con alas hechas por el hombre, derretidas por el resplandor del sol, habı́a lanzado al mar a un antiguo griego, muerto. Parecı́a haberlo olvidado...