Emily volvió a sonreír cuando Marcus la miró y tuvo que hacer un notable esfuerzo para no ruborizarse. El duque era mucho mayor que ella y, sin embargo, no tenía inconveniente en reconocer que resultaba muy atractivo. Era casi igual de atractivo que el hombre que se acercaba desde la lejanía y que, por su gesto, no parecía contento.
Suspiró brevemente e ignoró la pregunta de Marcus, más pendiente de los pasos que se acercaban que de otra cosa. Desde que Geoffrey y Rose se habían apartado del grupo, la joven había conseguido relajarse. Toda la educación y buenos modales que había aprendido en Rosewinter brotaron con facilidad y la conversación transcurrió con fluidez, como debería haber sido siempre. Sin embargo, en cuanto apreció que Geoffrey se acercaba acompañado, toda esa sencillez y gracia desaparecieron por completo, como si se los hubiera tragado la tierra.
Aquel hombre, con sus escasas sonrisas y sus dudosos modales, le imponían mucho. Apenas lo conocía, era cierto, pero cada vez que abría la boca lo hacía con la convicción de que él la rebatiría. Algunas personas encontrarían en esa actitud algo belicoso y no tardarían en darse la vuelta y marcharse en busca de otra persona que sí supiera apreciar una buena conversación. Y sin embargo... el cosquilleo de interés que nacía en ella cuando Geoffrey se acercaba le impedía alejarse y huir.
—Creí que ya no vendría, milord. —Saludó con un hilo de voz y se apresuró a sonreírle. No fue la mejor de sus sonrisas, pero se acercaba bastante. De todos modos, suponía que él tampoco esperaba un despliegue de felicidad por su parte.
Geoffrey se envaró al escucharla y tuvo que obligarse a pensar. Estaba seguro de que ella no lo hacía con mala intención y que sus palabras no llevaban ningún mensaje oculto. Simplemente era una manera de saludar, una broma para romper el hielo.
—Necesitaba un momento a solas, milad. —contestó y sostuvo su mirada durante un momento, hasta que los recuerdos le asaltaron con fuerza y le forzaron a apartarse—. Lamento si he vuelto a molestarla.
—Todos necesitamos un minuto de soledad al día, milord. —Emily sonrió cortésmente y echó a andar cuando estuvieron los cinco juntos.
Tuvo especial cuidado de no separarse de Isabela que, pese a que no decía nada, no perdía detalle de la conversación ni de los gestos que había en ella. Emily sabía que su madrastra había contratado a Isabela con la condición de que ésta fuera su sombra y de que ella, al finalizar el día, se enterara de todo lo que había hecho. Isabela, aparentemente, no era una muchacha muy sociable pero Emily sabía que no tardaría en florecer y que, en poco tiempo, serían grandes amigas.
El grupo continuó su paseo hasta que los caballos llegaron a orillas del lago. Sobre ellos, las nubes que antes eran grisáceas y de aspecto esponjoso se transformaron poco a poco en retazos negros y azulados que se movían a la deriva del viento. Era un espectáculo cautivador y en cierta manera, peligroso. La tormenta se acercaba con lentitud y aún sabiéndolo, ninguno se movió de donde estaba.
—Podríamos arriesgarnos y quedarnos un rato más. —Propuso Marcus y levantó la cabeza para comprobar que, efectivamente, el temporal les daba una tregua.
—No parece que vaya a descargar de inmediato, tienes razón, Marcus —corroboró Geoffrey y guió a su yegua de vuelta a la colina.
Las tres mujeres también mostraron su aprobación y no tardaron en seguir a Geoffrey y a Marcus. La suave pendiente de la colina estaba cubierta de hierba fresca y húmeda, pese a que esa mañana había hecho calor. El roble que coronaba su cima era majestuoso y en su sombra se adivinaban sus muchos años de vigilia.
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Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETA
Historical FictionAlcohólico, mentiroso, mujeriego, asesino... Geoffrey Stanfford no es, ni de lejos, la compañía que alguien desearía. Pero los que lo conocen saben que no todo lo que se dice, es cierto. Torturado por el recuerdo de alguien a quien no pudo salvar, e...