Capítulo VI, parte II

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Emily despertó en cuanto los primeros rayos de sol acariciaron su ventana. El suave reflejo dorado llenó de calidez su habitación y la hizo sonreír, aún medio dormida. Sin embargo, ese breve momento de tranquilidad no tardó en ser interrumpido. El reloj de pared de su habitación resonó suavemente, marcando al compás las nueve de la mañana. Inmediatamente después, como si el sonido del cuco la hubiera invocado, Isabela llamó a su puerta y estalló con brusquedad la burbuja de felicidad en la que estaba inmersa. Durante las veinticuatro horas anteriores había conseguido olvidar que su vida estaba regida por los compromisos y por las normas de su madre. La joven había conseguido darle largas una vez, pero no estaba segura de que pudiera volver a hacerlo. Cuando llegó la noche anterior, cerca de la madrugada, encontró a su madre sentada en su habitación, a la espera. Josephine había sacrificado horas de sueño para recordarle, muy amablemente, su excusa de esa mañana. Ahora, la joven se veía obligada a cumplir con una sesión intensiva de compras por todas y cada una de las tiendas de vestidos de Londres.

—Buenos días, Isabela. —Saludó con toda la amabilidad que pudo y salió de la cama a regañadientes. Su largo camisón de algodón blanco resbaló por su piel, del mismo color—. ¿Madre ya se ha despertado?

—Sí, milady. Y ha pedido que baje a desayunar—contestó Isabela a su vez, mientras preparaba una jofaina con agua caliente, así como un cepillo y una tira de seda de color verde esmeralda. Cuando estuvo todo preparado, se giró hacia ella y le enseñó uno de los vestidos de su guardarropa—. ¿El verde está bien, milady?

Emily observó con aire crítico el vestido de muselina y asintió. Éste era sencillo, pero cómodo y muy coqueto. No era de lo mejor que tenía pero para una ocasión como la que se avecinaba era, simplemente, perfecto.

—Es ideal, Isabela, gracias.

La joven criada sonrió, satisfecha, y se apresuró a colocarlo pulcramente sobre la cama. Uno de sus deberes principales era el de hacer de carabina y acompañante, pero también tenía la obligación de vestir y peinar a su señora. A cambio, recibía un sueldo bastante aceptable además de tres comidas al día y un lugar caliente donde pasar la noche. Esas condiciones de vida eran mucho mejor que las que recibía en su casa, así que se esforzaba mucho en hacer bien su trabajo.

Mientras ella terminaba de preparar las joyas y demás enseres, Emily aprovechó para lavarse. El agua caliente no despertó sus sentidos, como esperaba, pero sí dejó su piel brillante y perfumada. Después esperó pacientemente a que Isabela ajustara el corset en torno a su estrecha cintura y que abrochará a la perfección la hilera de botones del vestido. Por último, se sentó frente al tocador y se armó de paciencia mientras Isabela trataba de domar sus largos rizos dorados.

Quince minutos después, el complicado recogido lucía y se asentaba delicadamente con varias peinetas de pequeñas y brillantes esmeraldas, que contrastaban con el lazo que caía sobre nuca.

Emily sonrió satisfecha al ver su reflejo en el espejo. Era cierto que sus mejillas no tenían el color rojizo que deberían, pero tampoco podía quejarse, ya que sus labios, suaves y mullidos, sí lo hacían y sus ojos, completamente azules, también. Cuando estuvo completamente segura de que su aspecto era el adecuado, bajó a desayunar.

El salón de los Laine era una marabunta de objetos de diferentes estilos, a cada cual, más extravagante. No era una estancia muy grande, pero compensaba la falta de espacio con un gran lujo. En sus paredes había colgados muchos cuadros del renacimiento y sobre el poyete interior de las ventanas, se podían admirar algunas jaulas llenas de pájaros de colores, que cantaban en cuanto el sol les saludaba. La mesa, larga y ovalada, solía ser adornada con detalles poco comunes, como velas traídas de la India o enormes girasoles traídos de España. Era una mezcla extrañada, pero a la par, curiosamente atrayente.

Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora