Christopher no pudo creer en su buena suerte. Lo que en un principio le había parecido alocado y peligroso, ahora parecía ser un juego de niños. El acercamiento previsto entre ambos había sido todo un éxito, incluso el hecho de haber sacado a Emily de la sala. Y, además, nadie parecía sospechar que en aquella sala pudiera haber un complot de semejante calibre.
Sonrió satisfecho y una vez más, observó todo lo que le rodeaba. A su lado, Mirckwood comentaba algo sobre los arrendatarios de sus tierras con otro aristócrata, y esa conversación, poco a poco, ganaba más adeptos. Un poco más allá, junto a las mesas llenas de viandas, los más jóvenes comían y bebían, sin apartar ni un momento la mirada de las muchachas casaderas que, ahora, bailaban con otra pareja. Entre las que bailaban, alcanzó a ver a los Meister que, perdidos uno en brazos del otro, ignoraban todo lo que les rodeaba. Y al fondo, por fin, vio a Geoffrey.
Un estremecimiento de malicioso placer le recorrió por completo. Aquel maldito malnacido al fin iba a servirles para algo.
—Disculpen caballeros, pero necesito ir a tomar el aire. —Se disculpó con educación y se alejó un poco, hasta alcanzar una pequeña puerta que daba a la zona del servicio.
El suspiro de alivio que brotó de sus labios estuvo tan cargado de perfidia que él mismo supo que se hallaba cerca de un límite que no debía traspasar. Sin embargo, pese a que rozaba aquel límite de peligrosidad, debía seguir adelante, así que atravesó los pasillos que cruzaban la casa y buscó rápidamente a uno de sus criados más fieles. Él sería el encargado de entregar la nota que llevaría a Geoffrey Stanfford a la más mísera ruina. Y él, por supuesto, estaría allí para recoger las mieles de una ansiada victoria.
Tras unos minutos deambulando por la casa, Christopher encontró a Edgar junto a la puerta del jardín. Tal y como habían acordado, esperaría unos minutos desde aquel momento y saldría a la pista. Después, se acercaría con toda la discreción del mundo y le entregaría una nota que, aparentemente, era de Emily. En realidad, todo aquello era una argucia para obligarle a salir al jardín y quitarle de la vista de todos los demás durante el tiempo suficiente como para que, después, cuando descubrieran el robo, le señalaran a él como principal sospechoso. El resto sería coser y cantar: un comentario aquí, un rumor allá... y todo estaría listo. Cuando encontraran el collar de diamantes en el bolsillo de Geoffrey, el plan quedaría prácticamente finiquitado. Solo había que tentar un poco a la suerte y a la lealtad de sus amigos. Si todo salía como él pretendía, podría olvidarse de las deudas al menos, durante un largo mes.
El apagado rumor de una conversación hizo que Chistopher regresara de la ensoñación en la que había vagado durante unos minutos. Le bastó una rápida mirada para comprobar que Edgar ya se había marchado y que estaba solo en aquella habitación. Hora del espectáculo, pensó y esbozó una sonrisa cruel y taimada. Esta vez no tardó en recorrer los pasillos de la casa por lo que en escasos momentos estuvo de vuelta en la sala principal. Todo seguía como lo había dejado: los hombres conversando en un lado, las mujeres separadas de ellos y, en el centro, una danza casi continua. La música seguía acunando a las parejas que giraban y con su arrullo las instaban a continuar una pieza más. Era el escenario perfecto para un plan como aquél.
***
Geoffrey apretó la mandíbula con fuerza cuando notó un fuerte latigazo de dolor en la rodilla. Mientras bailaba con Emily apenas había reparado en ello, pero ahora que la joven estaba lejos... el dolor era prácticamente insoportable. Ni siquiera conseguía alivio apoyándose en el bastón, lo cual era una horrible novedad. Sin embargo, tampoco se decidía a sentarse. A fin de cuentas, ¿Qué pensaría Emily si le veía sentado, apático? Obviamente, si tenía que elegir a cualquier caballero de los que había allí, no optaría por él y ése era un lujo que no podía permitirse... al menos no ahora que había conseguido captar su atención.
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Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETA
Ficción históricaAlcohólico, mentiroso, mujeriego, asesino... Geoffrey Stanfford no es, ni de lejos, la compañía que alguien desearía. Pero los que lo conocen saben que no todo lo que se dice, es cierto. Torturado por el recuerdo de alguien a quien no pudo salvar, e...