Despertó, como cada mañana, dolorido y lleno de calambres que le atormentaban. El trabajo en la fábrica era mucho más duro de lo que él había creído en un primer momento y día a día, el esfuerzo pasaba factura en su maltrecha salud. El dolor que atormentaba su rodilla empeoraba por momentos, y ni siquiera el tónico que Marcus le había regalado surtía efecto. Durante los primeros días la idea de retomar sus hábitos y de perderse en la marea del alcohol había sido verdaderamente acuciante, pero no se había dejado tentar. La única tentación que en aquel momento de su vida era realmente importante era Emily, y ella no estaba allí para dejarse llevar.
Una sonrisa cruzó como un suspiro el rostro de Geoffrey. Los recuerdos de la tarde anterior le acariciaron tiernamente, con esa dulzura especial que provocaba un primer encuentro, o una primera mirada... o cualquiera que ella le dedicara. Por Dios, era increíble que después de todo lo que él sabía, de todo lo que le había tocado vivir, pudiera ilusionarse de aquella manera. Como un niño que abre los ojos a una nueva perspectiva, así despertaba cada día... y no quería evitarlo.
Geoffrey sonrió para sí mismo y se apresuró a salir de la cama. Las pesadillas ya no le acosaban, porque el cansancio y esa nueva fuerza de voluntad que había nacido en él, las repelían y hacían que éstas se escondieran de nuevo entre las sombras de la desdicha.
—¿Milord?
—¡Un momento, James! —Gritó y incorporó rápidamente.
La fuerza con la que lo hizo le desestabilizó de inmediato y tuvo que apoyar la pierna para no caer. Sin embargo, la fortuna no jugó a su favor: un latigazo de dolor recorrió su rodilla que, simplemente, dejó de sostenerle. No pudo evitarlo, y cayó todo lo largo que era. Un gruñido escapó de sus labios, mientras golpeaba con el puño el suelo.
La puerta de la habitación no tardó en abrirse y James, presuroso, se adelantó para ayudarle a levantarse.
—¡Joder! Puto tiempo de Londres, puta humedad, puto ruso... —maldijo, como un auténtico estibador, mientras aceptaba la ayuda de James. Después se giró para mirar por la ventana.
Las gotas de lluvia caían dibujando espirales en el cristal y manchaban con su particular fuerza la tierra que ahora, bebía de ellas. El cielo, encapotado en gris, cubría toda la extensión que veían sus ojos azules. Y bajo aquella lluvia, bajo el aguacero y el triste gris del cielo, vio brillar el verde de su jardín y en éste, el rojo de dos tímidos tulipanes.
—¿Se encuentra bien, milord? —James le escudriñó, preocupado, pero frunció el ceño al ver que él sonreía estúpidamente.
—James, necesito... necesito salir al jardín, aunque solo sea un momento.
—Pero, está lloviendo y usted tiene que ir a trabajar, milord. De hecho, tiene el carruaje fuera, esperándole.
—Será un segundo. —continuó él, mientras se vestía rápidamente. Necesitaba coger esos dos tulipanes, fuera como fuera porque le recordaban tanto a la joven que era casi doloroso—. No pasará nada por retrasarme un poco.
No dio a James opción a contestar. Se colocó la chaqueta, cogió su bastón y bajó las escalaras todo lo deprisa que pudo. Aún sentía el doloroso resquemor de su rodilla, pero su anhelo y sus intenciones eran mucho más fuertes.
Diez minutos después, entró de nuevo en la casa, empapado y con los dos tulipanes delicadamente cortados entre sus manos. Eran dos ejemplares magníficos a pesar de su juventud, rojos, brillantes y tersos, como si hubieran nacido solo para brillar en una ocasión.
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Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETA
Historical FictionAlcohólico, mentiroso, mujeriego, asesino... Geoffrey Stanfford no es, ni de lejos, la compañía que alguien desearía. Pero los que lo conocen saben que no todo lo que se dice, es cierto. Torturado por el recuerdo de alguien a quien no pudo salvar, e...