Capítulo IX, parte III

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Geoffrey avanzó entre la muchedumbre sin prestar atención a dónde ponía los pies. Al igual que Ulises, se sentía atraído por la música con la misma intensidad que el canto de una sirena. Saber, aunque fuera en lo más profundo de su corazón, que era ella la que inundaba la sala de tanta majestuosidad hizo que todo él se estremeciera, emocionado.

Se detuvo cuando llegó al círculo más cercano al clavicordio, frente a ella. A su alrededor sintió las miradas sorprendidas, altaneras e incluso asqueadas pero, esta vez, no les dio mayor importancia. En aquel preciso instante no la tenían, porque lo que realmente le interesaba estaba a escasos metros de él.

—No esperaba verte por aquí, Geoff. —El suave susurro de Rose alcanzó sus oídos y le sacó de la obnubilación en la que estaba inmerso.

—Bueno... —contestó con una sonrisa y, aprovechando que estaba completamente parado, apoyó más peso en el bastón. Dejó escapar un quedo suspiro de alivio y se giró para saludar a la mujer—. Le dije a Emily que vendría. No puedo faltar a una promesa como ésa ¿verdad? Además... estuve reflexionando. Creo que tenías razón al decirme que hablara con ella, a pesar de todo. Me ha... sonreído, aunque parezca mentira.

Rose esbozó una sonrisa que se llenó rápidamente de ilusión y buscó a la joven con la mirada. Cuando la encontró frente al enorme instrumento, lidiando con todas aquellas teclas y partituras, la admiró, porque ella nunca había sido capaz de entender la mitad de ellas.

—Si ves que la rodilla te duele mucho... avísame. He traído un tónico especial de Dotty. —Sonrió con chanza—. Últimamente los tobillos se me hinchan una barbaridad, y necesito potingues de estos para mantenerme de pie.

—¿Y pretendes bailar? Marcus se ha vuelto loco—contestó él en apenas un murmullo, porque la melodía estaba en su punto álgido y no estaba dispuesto a perderse semejante belleza. Ver a Emily tocar era un espectáculo maravilloso.

La melodía no tardó en apagarse y en mezclarse con el expectante silencio. Tras la última nota y su suspiro de alivio, los aplausos resonaron con fuerza y Emily, que hasta entonces había mantenido la compostura y la serenidad, se ruborizó intensamente. Cuando los aplausos cesaron y la sala recobró su animada charla, Christopher decidió que era hora de empezar con los primeros bailes. Hizo un gesto y, a su orden, la orquesta empezó a tocar una animada pieza. Como era de esperar en un evento como aquél, muchos jóvenes pretendientes acudieron en tropel a solicitar el primer baile. No obstante, antes de que éstos llegaran, Mirckwood tomó a la joven de la cintura y se apresuró a guiarla al centro de la pista.

—Está usted radiante, milady —dijo con suavidad y acercó a la joven contra su cuerpo. Fue apenas un roce casual pero sirvió para que sus sentidos se enardecieran y para que su deseo despertara con brusquedad.

—Gracias, milord —contestó Emily con amabilidad y trató de apartarse de él con toda la sutileza del mundo.

Su contacto la repugnaba. Sentir sus manos sobre cualquier parte de su piel era asqueroso, al igual que saberse observada por aquella mirada que dejaba tanto que desear.

Emily contuvo las náuseas hasta el límite y deseó, como nunca antes había hecho, que esa primera danza terminara lo antes posible. Si duraba un minuto más no lo soportaría, y todo su desdén se vería reflejado cuando le manchara la camisa. Afortunadamente para ella, su calvario no tardó en desaparecer. Un par de vueltas más y un roce más que desafortunado dieron por finalizado aquel suplicio.

Cuando se separaron, Emily suspiró profundamente y se quitó los guantes con rabia, porque ahora estaban impregnados en el desagradable olor de Mirckwood y eso era mucho más de lo que ella estaba dispuesta a soportar.

Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora