Capítulo XVIII, parte I

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El sonoro traqueteo de las ruedas del carruaje resonaron en sus oídos como una suave melodía. Era un sonido poco atractivo, pero su humor, tan manso en aquellos momentos como el aire que discurría entre las ramas de los árboles, convertía toda fealdad en una explosión de hermosura.

No podía evitarlo. Su vida había cambiado en unos días y le había demostrado con contundencia cuán equivocado había estado en confiar en su mala suerte. Ahora veía un mundo de posibilidades infinitas, complicadas, por supuesto, pero no tan insalvables como todos creían.

Geoffrey esbozó una sonrisa complacida y perdió la mirada en los campos verdes de la campiña. Los recuerdos le asaltaron con premura, como cada vez que su mente divagaba demasiado. En realidad no le importaba que eso ocurriera, porque ansiaba tanto esos momentos que casi soñaba despierto.

Habían pasado cinco días desde que Emily fue a visitarle. Cinco largos y tortuosos días en los que recordaba cada momento, cada breve instante compartido. Era maravilloso, simplemente, porque le había ayudado a llegar cuerdo al sábado... día que, de momento, transcurría con lentitud.

Siguiendo la costumbre de esos días, empezó rememorando el momento en que Emily había bajado al salón tras el baño. Nunca, en su vida, había visto una criatura tan hermosa e inocente, incluso vestida con la tosca bata que él le había prestado estaba maravillosa. Recordó que su corazón había latido con una fuerza desmesurada y que había susurrado juramentos que nadie había llegado a oír. Rememoró también su vergüenza inicial, su rubor, y la tierna conversación que había seguido. Hablaron de niñerías, de recuerdos apagados por el tiempo y de sueños que desearían ver cumplidos. Después, Emily se ganó, una vez más, su corazón. Con la dulzura propia de la juventud, la joven conquistó a James y lo invitó a comer con ellos, a pesar de que apenas había nada para llevarse al estómago. Su gesto emocionó a ambos hombres, que terminaron decidiendo en el fuego de sus corazones que aquella mujer era única... y que tenía que quedarse con ellos.

Más tarde, fueron a pasear por los jardines bañados por el sol. Encontraron un rincón lleno de tulipanes y allí, se abandonaron al placer de la compañía y de la poesía susurrada.

Geoffrey suspiró como un niño enamorado y cerró los ojos, escuchando aún en el eco del viento la voz de su joven dama. Había vivido momentos que no olvidaría en cien vidas, y solo había pasado un día completo con ella... Inconscientemente, se preguntó cómo sería pasar el resto de su tiempo con la joven. No le vino ninguna respuesta inmediata, pero si se vio inmerso en una placentera sensación de paz.

Los recuerdos cambiaron al compás de los movimientos del carruaje. Emily desapareció de su memoria un momento y, a cambio, aparecieron Rose y Marcus, con sus habituales sonrisas que todo lo saben. Una sonrisa se dibujó en labios de Geoffrey cuando recordó la última visita que les había hecho: había sido justo después de que Emily se marchara a casa y había sido, posiblemente, una de las mejores decisiones de su vida. Al margen de la discusión que mantuvo con Marcus sobre si estaba o no enamorado de la joven, consiguió que Rose se implicara con su causa... y que organizara una fiesta en la que podrían verse de nuevo. Por lo que le habían dicho, había costado mucho que los Laine aceptaran la invitación... hasta el punto de verse obligados a invitar también a Mirckwood.

En realidad, a Geoffrey no le importó demasiado. Sabía que al pedirle eso a sus amigos, corría riesgos... pero estaba dispuesto a superarlos todos por volver a Emily, esta vez, en un terreno amigo. Pero aún no sabía qué iba a hacer cuando la tuviera delante. Había fantaseado mucho durante esos cinco días y las posibilidades que había atesorado eran tan dispares como reales. Ahora, a escasos minutos de llegar a la finca de los Meister, todas le parecían una locura. Sin embargo, no cedió a ella. Se limitó a sonreír como un chiquillo y a desear que todo fuera bien. Por eso mismo, cuando llegó, poco después, obvió la entrada principal, que empezaba a llenarse de invitados y optó por la del servicio, en la parte de atrás. No tenía intención de que nadie le viera deambular por allí...salvo aquellos ojos que sabían la verdad. Aquella fiesta, realmente, no era para quienes habían invitado, ni para quien deseaba asistir a ella. Era una fiesta privada. Y una declaración de intenciones.

Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora