El pasillo del vestíbulo estaba completamente vacío y en semipenumbra. A cada lado, las cuidadas lamparitas brillaban tenuemente, pero apenas iluminaban nada.
Emily corrió hasta allí y cuando llegó, se giró en busca de Geoffrey. No tardó en reconocerle recortado en la oscuridad. Por un momento, la necesidad de llorar de alivio se apoderó de ella, y más cuando él la estrechó entre sus brazos.
—No pude... no pude escribirte antes —susurró Emily, sin dejar de temblar—. Lamento muchísimo que hayas tenido que esperarme.
—No me importa esperar, Em. Por ti esperaría toda mi vida —contestó con ternura y la besó en la frente, aunque tras un momento de duda, inclinó la cabeza y la besó con más decisión.
La caricia se alargó, como ambos esperaban que ocurriera. La dulzura se tornó en una pasión inconcebible y el ansia, en la única manera de respirar. Sus alientos entremezclados se volvieron gemidos ahogados y solo cuando sus pulmones se quejaron de la falta de aire, se separaron.
—Esto es muy indecente —dijo Emily en voz baja y dejó escapar una risa cristalina y pura—. Les dije que iba al baño ¿sabes?
—Entonces deberías volver antes de que alguien decida que es buena idea venir a buscarte. —Geoffrey jadeó al notar la intensa excitación que le recorría. Si hubiera sido de otro modo, y Emily fuera su mujer... ahora mismo no estaría escuchando palabras, sino sus gemidos de placer—. Nos veremos... en el descanso.
Emily sonrió y tras comprobar que nadie había bajado a buscarla, se puso de puntillas y le regaló un beso. Después acomodó la tela de su vestido de seda verde, se colocó bien los rizos, y huyó escaleras arriba.
Llegó cuando la soprano cantaba su aria favorita. Con una sonrisa llena de secretos, la joven se sentó en su butaca y, ahora sí, prestó toda su atención a la magia de la música. Sin embargo, no tardó en notar que Mirckwood se removía inquieto junto a ella. Molesta, se giró hacia él.
—¿Qué ocurre?
—Por el amor de Dios, creí que la ópera de Londres tenía mejores sistemas de seguridad y que evitaban que los indeseables entraran. —Espetó hoscamente y señaló a Geoffrey con un gesto de la cabeza—. Es indignante.
—Creo que dejan entrar a cualquiera que pueda pagarse su entrada. —contestó Emily, con más frialdad de la que pretendía. En realidad no podía ni quería evitarlo, porque estaba cansada de sus comentarios.
—¡Esa broma es buena, Emily! —Rió Mirckwood y aplaudió—. Desconocía su acertado sentido del humor.
—Sí, claro. —Emily tembló de ira, pero tuvo que limitarse a apretar su ridículo con fuerza. ¿Qué otra cosa podía hacer?—. Hay muchas cosas que desconoce de mí.
—Tiene razón, querida. —contestó y sonrió ladinamente. Después la cogió de la mano y besó sus nudillos—. Afortunadamente para nosotros, pasaremos mucho tiempo juntos.
Las palabras resonaron en su cabeza como una condena pero la joven consiguió contestarle con una sonrisa tirante. El dolor de sus caderas hizo eco de sus pensamientos...y de la última conversación con su padre, por eso, terminó por suavizar su sonrisa, aunque apartó la mano rápidamente.
La ópera continuó fluyendo y llenando de magia los corazones de quienes la escuchaban. Cada palabra, cada nota, se colaba en ellos y les hacían imaginar un mundo mejor, un lugar donde los problemas se solucionaban y donde, en la mayoría de los casos, el final era solo un reflejo de felicidad.
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Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETA
Historische RomaneAlcohólico, mentiroso, mujeriego, asesino... Geoffrey Stanfford no es, ni de lejos, la compañía que alguien desearía. Pero los que lo conocen saben que no todo lo que se dice, es cierto. Torturado por el recuerdo de alguien a quien no pudo salvar, e...