Cristopher suspiró profundamente en cuanto escuchó los pasos de Mirckwood resonar por la escalera. Se quitó las gafas, pasó una mano por su rostro y sirvió dos generosas copas de licor. Sobre la mesa de caoba, un fajo de papeles sin firmar llenaba el espacio. Bastaba solo una mirada para darse cuenta de que eran pagarés falsos, o en su defecto, vacíos y devueltos. Su economía estaba por los suelos y si no hacía algo pronto, todo el mundo lo sabría.
Sacudió la cabeza, dio un largo trago a su copa y se giró en cuanto la puerta se abrió. Trató de sonreír, pero solo logró una mueca.
—Creí que venías a ver a Emily.
—Ya la he visto. —Espetó Mirckwood y se dejó caer sobre uno de los sillones—. Tenemos que hablar.
—¿Sobre qué? —Su voz sonó mucho más débil de lo que pretendía, así que carraspeó y sacudió la cabeza—. No vendrás a decirme que nuestro acuerdo...
—No. No es eso. El acuerdo sigue en pie pero... tendríamos que aclarar algunos puntos sobre Emily.
—¿Qué ocurre?
—Creo que alguien le ha metido en la cabeza ideas equívocas sobre el matrimonio. —Mirckwood suspiró profundamente y sacó uno de sus famosos puros—. Tengo la sensación de que los Meister tienen algo que ver con ello. Han debido hablar, y ahora Emily piensa que puede tener un marido a su gusto.
Cristopher sacudió la cabeza, inquieto. Tamborileó con cuidado sobre los papeles y suspiró, antes de enfrentarse a su inquietante mirada.
—La meteré en cintura, no te preocupes. Limitaré sus visitas a los Meister y... hablaré con ella, desde luego. Es evidente que mi hija está muy equivocada respecto a según qué cosas.
—No esperaba otra cosa de ti, viejo amigo. —Mirckwood esbozó una amplia sonrisa y dejó que el humo se disipara entre ellos. Después vació la copa de licor de un trago y la dejó sobre la mesa—. Estaremos en contacto.
—Por supuesto —musitó Cristopher, que también se levantó. No para acompañarle a la puerta, sino para cambiar el rumbo y desviar la mirada hacia la habitación de Emily.
Espero solo unos minutos, el tiempo suficiente como para que Mirckwood cerrara la puerta principal y él se dirigiera, sin demora, en busca de su hija. La encontró sentada en su habitación, con la mirada perdida en lo que había más allá de la ventana.
Cristopher suspiró al sentir que su corazón se encogía, solo un poco. A pesar de todo, seguía siendo su hija... aunque apenas le costara venderla para conseguir una vida mucho mejor para Josephine y para él mismo.
—¿Emily? —La llamó, con suavidad. Cuando la joven se giró hacia él, entró y cerró la puerta tras de sí—. Tenemos que hablar.
—He de imaginar que Mirckwood ha hablado con usted. —Emily asintió para sí, dejó el libro que tenía entre las manos sobre la repisa de la ventana y cruzó las manos sobre su regazo.
—Efectivamente. ¿Puedo saber qué ocurre? Tengo entendido que no estás de acuerdo con nuestros planes.
—Padre... —Emily tomó aire, pero su mirada se tornó derrotada—. No deseo su compañía, de ningún modo.
Una oleada de lástima reverberó en Cristopher, pero no se dejó guiar por ella. El dinero estaba muy por encima de toda esas tonterías sentimentales. Frunció el ceño y se sentó frente a ella.
—Acostúmbrate a él. —Le espetó, bruscamente—. Es tu sino como mujer.
—¿Y si hubiera otro camino? —contestó, desesperada—. Otro hombre, quizá. O cualquier otra cosa que no implique pasar toda mi vida con él.
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Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETA
Historical FictionAlcohólico, mentiroso, mujeriego, asesino... Geoffrey Stanfford no es, ni de lejos, la compañía que alguien desearía. Pero los que lo conocen saben que no todo lo que se dice, es cierto. Torturado por el recuerdo de alguien a quien no pudo salvar, e...