Capítulo XI, parte III

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—Sé que llego pronto pero quería... —Se detuvo de inmediato al ver a Emily, pero continuó con aplomo—. ... cambiarme de ropa. Buenas tardes, milady.

—Buenas tardes, milord —contestó ella a su vez y se levantó, lentamente. No podía dejar de mirarle. Era extraño, pero lejos de avergonzarse por lo que veía, un aristócrata hundido en la miseria, se sentía bien. Veía en él algo que antes no estaba ahí y que ahora constituía un seguro en él. Fuera lo que fuera, le agradaba.

Fue él quien apartó la mirada de ella y fue solo para dirigirse a Marcus.

—Necesito cambiarme. ¿Puedes dejarme algo? —preguntó a media voz y trató de ocultar el temblor de sus manos.

Dos días sin beber y ya creía haber conquistado el mundo... aunque tuviera que pagar consecuencias tan horribles como la de temblar continuamente, o la de sentir que todo giraba a su alrededor. También tenía ganas de maldecir. Y de gritar. Pero, curiosamente, se sentía mejor que en mucho tiempo. Sabía que en realidad todo se debía a sí mismo y a su no tan espontánea decisión de no beber. El trabajo que le había ofrecido Marcus llevaba implícita esa cláusula, aunque él ya lo hubiera decidido de antemano. Y ahora, allí estaba, sobrio y luchando contra una marabunta de sentimientos y de sensaciones que luchaban por hacerse con él.

—Sube conmigo, anda. —Marcus sacudió la cabeza, sonrió a ambas mujeres y tiró de su amigo en dirección a la escalera que subía al segundo piso. Cuando la puerta se cerró tras ellos, se giró hacia él—. Trata de no babearme el suelo, Geoff.

—Está...vaya, preciosa. —Atinó a decir y no pudo evitar girarse hacia la puerta, quizá para buscar otro destello dorado de su pelo—. No pensé que hubiera llegado ya.

—¿Quieres tranquilizarte? Pareces un mocoso asustado —contestó Marcus a su vez, burlonamente, mientras abría la puerta de su habitación—. No te va a comer, idiota.

—No la tientes ¿quieres?

Una carcajada, ronca y franca, resonó por la habitación durante un momento. Casi un segundo después otra muy diferente le acompañó, pero ésta también estaba llena de nerviosismo y de una extraña alegría.

—Todo irá bien, idiota. —Marcus sonrió ampliamente y le ofreció una de sus camisas, un chaleco y algo que, en general, no desentonara tanto en una ocasión como aquella.

—Lo sé. No puede ir de otra manera —musitó a su vez Geoffrey y cogió el montón de ropa—. Es imposible que la fortuna me odie tanto. Y si resulta ser así.... empezaré a mirar los pactos con el diablo de otro modo.

—Puede ser interesante, Geoff, no cierres la puerta a esa negociación. —Se burló Marcus una vez más, mientras se alejaba hacia la puerta. Cuando llegó a su altura, le palmeó el hombro con fuerza y sonrió—. Te veo abajo, amigo.

Geoffrey asintió de manera ausente y empezó a desvestirse con rapidez. El ansia que sentía por ver a Emily empezaba a hacer mella en él: sus movimientos estaban descoordinados y cuanto más deprisa quería hacer algo, más lento iba. Era frustrante y le ponía de mal humor, porque retrasaba el momento en que volvería a verla.

No pudo evitarlo. Bastó ese atisbo de pensamiento para retroceder en sus recuerdos al momento en que había entrado por la puerta. Emily estaba encantadora y nada, ni nadie, podía desmentir algo como aquello. Sus recuerdos fluyeron con suavidad y, como una caricia, rozaron lo que él no se atrevía: vio, en el fondo de su fantasía, su piel blanca, suave y satinada. Recordó la intensidad de sus ojos, la ternura de sus labios al entreabrirse. Vislumbró su pelo, oro recogido en perlas, seda prohibida en sus manos. Y sintió, una vez más, que su corazón se conmovía ante la inmensidad de lo que provocaba en él. Era un sentimiento desconocido y a la par, tan curiosamente familiar en él que le costaba ponerle nombre. En realidad, no quería hacerlo. No quería admitir nada de todo aquello porque hacerlo sería ponerle punto y final. Por eso... dejó que las palabras se deshilvanaran en su mente, que desaparecieran como humo llevado por el viento. Solo quedó en su pecho la sensación, la magia creciente... la fantasía que, una vez más, le impulsó a ser inocente y a bajar las escaleras.

Recordando lo imposible (Saga Imposibles II) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora