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—Sólo tres veces vi personas muertas, mi abuelo fue el primero, más tarde cuando fui a su entierro, ahí vi muchos, y luego cuando iba hacia tu tumba —explicó en voz baja—

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—Sólo tres veces vi personas muertas, mi abuelo fue el primero, más tarde cuando fui a su entierro, ahí vi muchos, y luego cuando iba hacia tu tumba —explicó en voz baja—. Ya sabía que eso no era normal, por esa razón siempre trato de evitar los lugares de muertos.

Asentí mirando el rincón.

—Harías bien en darles una oportunidad, podemos ser divertidos.

—Te ayudaré con tu familia, trataré de averiguar cómo es su vida ahora. Iré el sábado al cementerio con una respuesta que sea puramente verdad. Sólo dame tres días, lo lograré. Le preguntaré a la chismosa del pueblo, ella seguro sabe.

Creció un silencio.

—¿Cuánto tiempo pasó? Ya sabes desde... —de repente no pude terminar la oración.

—Un año —bisbiseó sin ánimos Pat como si lamentara darme malas noticias.

Me incliné sobre el suelo atosigado por los problemas, sentí que se abría un agujero negro en mi interior; porque si no recordaba mal esos pozos en el espacio, los agujeros de gusano, absorbían toda la luz por más intensa y resistente que fuera. En ese momento yo no podía crear ningún destello positivo y radiante en mi pecho. Pensé que por estar tan blanco era irónico que albergara sentimientos tan oscuros.

Fui consciente de que Pat me observaba sin saber qué hacer. Humedecí mis labios, sabor a cloro, dispuesto a formular la pregunta que me desgarraba el alma.

—¿Un año es mucho tiempo?

No lo sabía, un año para mí era un segundo, un milenio o un día, eran sólo nombres, sonidos que le asignaba a algo que no entendía.

—Es tiempo, mucho tiempo para estar ausente pero no lo suficiente como para superar una perdida. No sabría responderte. El tiempo es relativo —añadió Pat y se sentó en el suelo conmigo—. Albert Einstein lo dijo, tú escribiste un ensayo sobre él.

Las paredes del vestuario eran vidrios de modo que proyectaban infinitos Calys y Pats. Él estaba vestido con un traje negro, una camisa blanca y una corbata roja, a mí me habían enterrado con unas galas similares. Tenía los codos en las rodillas al igual que yo, me observó con sus ojos café y negué con la cabeza.

—No sé quién es ese tipo.

—Un científico. Creía que el tiempo era uno de los mayores misterios, lo propuso en su teoría de la relatividad espacial, decía que, el tiempo y las dimensiones cambian, con la velocidad. La luz es lo único que conocemos que viaja veloz, a unos trescientos kilómetros por segundo, mientras que nuestros cohetes más rápidos se mueven a veinte kilómetros por segundo. Es decir que nos movemos lentísimo. Si nosotros viajáramos en la luz, o a la velocidad de ella, el tiempo transcurriría más lento para el que viaja. Podríamos hacer un viaje de tres días en cohete y cuando regresáramos notaríamos que para las personas que no viajaron a través de la luz para ellos pasaron once años o más. Con la velocidad apropiada el tiempo se modifica, se retuerce y altera, porque el tiempo cambia, es relativo.

—Vaya ¿Yo expliqué eso?

—Eras bueno en matemáticas.

Pensé en ello, al parecer las matemáticas eran lo primero que había olvidado porque no me recordaba ni siguiera haciendo una suma. Traté de grabar en mi mente ese momento para contárselo a Eddie.

—Hay algo más —agregué sentándome como un monje y apoyando mis manos en las rodillas—. Mi novia ¿También podrías ayudarme a lograr que supere todo?

Pat había estado con la espalda encorvada, casi inclinado al espacio que nos separaba, pero cuando la mencioné se apartó. Suspiró prolongadamente como si quisiera desinflarse, supe que se acercaba algo malo.

—No te gustará lo que estoy a punto de contarte.

—¿Qué?

—Ya sé cómo se encuentra ella, no tengo que averiguarlo ni preguntar a nadie. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora