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—No debiste molestarte, Patricio

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—No debiste molestarte, Patricio.

Pat estaba casi encogido en el sofá acariciándose con timidez las manos. Su atuendo oscuro resaltaba tanto en la sala como una mancha de salsa en una alfombra pálida.

—No hay de qué —Cerró la boca y la abrió como si quisiera hablar, pero tardó en articular las palabras—. Yo... eh... tiene un hermoso jardín ¿Usted lo cuida?

Mi madre negó con la cabeza y acomodó las margaritas para que estuvieran derechas.

—No, lo hace Ángel.

No sabía quién era Ángel, deseé que fuera un novio de ella. Antes me hubiera molestado si escuchaba que tenía parejas, los motivos hubieran tenido algo que ver con mi padre, pero ya no lo recordaba, ni lo entendía. No sabía quién había sido mi padre ni por qué no había dejado huella en mi cabeza ni por qué no había fotos de él en casa.

Por el momento lo único que hice fue apartar la cabeza, desplomarme contra la pared, cerrar los ojos y cruzar los dedos.

—¿Un amigo suyo? —aventuró Pat, su voz llegaba desde la sala.

Ella rio sin mucha felicidad en la garganta.

—Salíamos, pero terminamos cuando Clay... ya sabes. El funeral fue la tercera vez que lo veía. Creí que se iría cuando terminamos, le dije que no quería nada con él, pero se apareció porque dijo que nadie debe pasar solo el luto. Apareció muchas veces. Siempre arregla mi jardín si fuera por mí ya estaría muerto, llena mi refrigerador, asea y se marcha. A veces lo hace sin hablarme, sabe que necesito espacio y lo acepta. Merodea por aquí. Creo que quiere que seamos amigos, pero yo no tengo lugar para algo tan poco importante como los amigos.

¡Pero si hay una vacante! ¡Está la mía!

Te equivocas mamá los amigos son importantes, el amor que dan mucho más, el monstruo de Frankenstein se vuelve un monstruo cuando se da cuenta que nadie lo querrá jamás. No somos nada sin amor, sin amor somos maquinas sin que no tienen un propósito. Sin amor somos muertos, puertas que no llevan a ningún lado.

—Ese hombre suena... amigable —opinó Pat un poco más animado.

Mi madre depositó el florero sobre un piano de cola ancha, las paredes de la sala eran de madera y de ellas colgaban a intervalos cuadros con fotografías.

—¿De qué querías hablar? —preguntó yendo al grano y sentándose en un sofá que lo enfrentaba—. Dijiste que Clay y tú fueron amigos, pero es extraño porque nunca te vi por aquí antes del accidente. No volví a ver a sus verdaderos amigos. Sólo Kevin vino después de... ya sabes.

No sabía quién era Kevin.

—Kevin su mejor amigo de toda la vida —exclamó Pat como si tratara de memorizar un libro y asintió—. Iban a todos lados juntos.

—Pero era duro para mí verlo, sobre todo cuando le creció la barba, sé que es una idiotez, pero... así que le pedí amablemente que se fuera y no regresara jamás. Creo que ya sabes cómo terminará esta conversación, Patricio.

Pat asintió, se veía más tenso. Rayos, mi mamá sí que tenía carácter.

—Lo que quería decirle era... que... yo... eh...

—¿Qué? —impacientó.

—Sé que ha pasado un año, pero quería saber cómo se encontraba, verás Clay y yo compartíamos clase de literatura, así que siempre hablábamos de cosas profundas —mintió—. Una de esas conversaciones involucró la posibilidad de muerte del otro. Prometimos que, si uno de los dos moría el otro, después de un año, se aseguraría de visitar a la familia y comprobar que se encontraran bien. Debíamos reunir todos los detalles como si fuéramos a contárselo en sueños. En caso de no que no se encontraran bien ayudar a que sí. Sé que fue una charla sin sentido y puede echarme a la calle como a Kevin, pero me estará condenando a atormentarme por no haber cumplido mi promesa.

Ella oprimió el labio y lo pensó unos momentos como si él le hubiera hablado en otro idioma, el silencio se apoderó de la habitación. Finalmente, Mamá se limitó a desplomarse sobre el sofá como si viniera de un largo viaje.

—Quiero que me diga cómo se siente, como si hablara con Clay, sé que es duro, pero se lo suplico. Clay fue mi único amigo, nadie nunca fue lindo conmigo, pero él sí, me defendía de matones, me daba una palmeada en el brazo y decía: Nos vemos la próxima. Como si estuviera dispuesto a ayudarme siempre.

Mi mamá estaba llorando, la oía tan claro como si padeciera sobre mis ojos o dentro de mi cabeza, dirigió sus temblorosas manos a la cara como si fuera a enjugarse las lágrimas, pero a medio camino notó que era muchas y las dejó deslizarse por su tersa piel.

Supe que estaba dispuesta a hablar y sonreí. 

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora