Todos me evitaban y parecían no verme. Yo tampoco me molestaba en hablarles, a veces porque no quería, a veces porque las palabras no me salían.
De repente llegué a un lugar donde las personas se vestían de negro, lloraban enfrente de hoyos o placas de piedra. Allí me sentía más tranquilo, llegué a un lugar donde mi paz era tan dura como los guijarros que había sentido bajo mis pies.
Me situé en un puesto vacío a un lado de una niña y un hombre con las manos rojas y ensanchadas, no, tenía guantes y eran de algún deporte que no alcanzaba a recordar.
Me senté, apoyé mi cabeza en la lápida y me quedé allí viendo colores, manchas que transcurrían frente a mis ojos como una lluvia de estrellas.
De repente se acercó una pareja, estaban tomados de las manos. La mujer de piel de color crema, rizos dorados y ojos azules dejó un ramo de rosas a los pies de la niña regordeta y pálida que observó aquellas cosas como si tratara de decidir qué hacer, pero no hizo nada, permaneció quieta. La mujer estaba embarazada y parecía la más dolida de los dos.
El hombre tenía una mancha esponjosa sobre su cara, de color blanco, como una nube; su color trasmitía pureza, paz, bondad, inocencia y luz, resplandecía como un sol. La mujer estaba rodeada por una especie de tinta roja.
—Te amamos, Daisy Rose —dijo el hombre.
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Los colores del chico invisible
Teen Fiction🔸Historia de capítulos cortos🔸 Clay tenía todo lo que un adolescente de quince años podía soñar: una familia encantadora, una novia que era su mejor amiga, buen promedio, desempeño físico y un futuro por delante. Pero el mundo le tenía guardado u...