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 Eddie y Bianca se pararon en la acera, las calles estaban desiertas

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 Eddie y Bianca se pararon en la acera, las calles estaban desiertas.

—Me gustaría ver la cara de Pat cuando gritas como un demente por separarte de tu zona —se lamentó Eddie.

—No es gracioso —opinó Bianca y la recorrió un escalofrió de sólo pensarlo.

—Cuídense.

Ed tenía un brazo sobre los hombros de Bianca, se veía como esas parejas que colocan la mano en el bolsillo del otro.

—Eso haré, aunque tenga que alejar a todos los maniáticos que Bianca atrae en este lugar.

Ella rio y alzó la cabeza para observarlo porque él le sacaba unos centímetros.

—Tú eres el único que atrae a los maniáticos y ni se da cuenta.

—¿Otra vez con los chistes de mi exnovia? —inquirió con una sonrisa—. ¿Tendré bullying hasta en la muerte? Sus chistes me matan el espíritu —bromeó.

—Detente, me muero de risa —añadió Bianca con una sonrisa.

—Chicos, está conversación me está matando del aburrimiento.

Ellos rieron con ganas y yo también. Antes de que quisiera darme cuenta estaba sentado en el planeta de metal que manejaba Pat, pegado a un cristal transparente, viendo cómo ellos agitaban las manos y quedaban atrás. Pat les respondía con bocinazos de despedida mientras Eddie gritaba consejos y Bianca nos deseaba suerte:

—¡Adiós, buen viaje!

—No coquen ni levanten gente en el camino...

—¡Hasta luego, buen viaje!

—Sobornen a policías si es necesario...

—¡Buen viaje!

—¡Y recuerden que el agua de lluvia es bebible si todavía no tocó el suelo!

Sonreí y los observé hasta que sus siluetas se desvanecieron por la distancia y se fundieron con una ciudad que dejábamos atrás.

—¿Estás bien Clay? —inquirió Pat observándome de reojo—. Luego regresaremos, ya lo verás, es sólo un día.

—Sólo un día —repetí.

No tenía caso decirle la verdad porque si no Pat se hubiera negado a visitar a Alicia.

Los colores del chico invisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora