Capitulo 4

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_____ no podía moverse. Ni un músculo. Sólo atinó a estar parada, paralizada, mientras frente a ella Harry Styles se acercaba a la mujer que era su actual amante.

Harry Styles, a quien no había visto durante casi cinco largos años, del que había sido amante alguna vez, en otra vida, otra existencia...

El lujoso ambiente del departamento de ropa de noche de la tienda desapareció, al igual que los años. Estaba de pie, una vez más, detrás del mostrador de la cara tienda de regalos, en el lobby del hotel del West End, mientras el hombre más fabuloso que jamás había visto se acercaba a ella.

Había llegado hasta el mostrador y le había sonreído. Y en ese momento, ese irrepetible momento, había sentido hundirse su corazón como un pájaro bajando en picada de la rama más alta del árbol. Postrándose a sus pies en culto a su perfección masculina, su potencia sensual, sexual.

-¿Podría envolverme en papel de regalo un pañuelo? -Sus ojos habían le habían hecho un breve guiño y luego se movió hasta la cascada de los pañuelos de seda, que colgaban en exhibición, en el extremo del mostrador. Sus largos dedos se movieron con rapidez y a continuación seleccionó uno, estampado en colores de grises apagados y suaves rosados -Este, me parece -

Lo sacó y lo puso sobre el mostrador, delante de ella. La miró con una ceja levantada.

-¿Por favor? -

La petición la había sacudido haciéndola salir del aturdimiento total en que se encontraba. Se había quedado mirándolo, hipnotizada por su aspecto devastador. Alto, con un oscuro look mediterráneo, vestido con un traje de negocios color carbón que destacaba cada línea de su cuerpo delgado… y los ojos... oh, esos ojos que hacían que otra vez su corazón se precipitara, esta vez hasta las nubes, más allá del cielo...

-Sí, sí, por supuesto, señor -logró decir con voz repentinamente muy apretada, demasiado lánguida -Um... ¿Quiere que se lo entreguen en su habitación, o lo espera? -

Cómo había conseguido pronunciar la segunda frase, no lo sabía. De pronto no sabía nada, sólo una cosa, sólo que quería mirarlo, mirar la cara de ese hombre frente a ella.

Eran los ojos... no, la boca... no, todo, ¡simplemente todo! Sencillamente, todo le daba ganas de mirar… y volver a mirar. Sus ojos eran oscuros pero luminosos, y ella quería ahogarse en ellos. Su boca era esculpida, perfecta, y se movía de una manera que hacía que sus entrañas se apretaran...

-Voy a esperar… si es que usted no se toma demasiado tiempo -

¡Era su voz! Eso es lo que era, pensó ______, desesperada por hacer que su cerebro funcionar de nuevo, que razonara... pero lo único que quería era a disolverse en ese mundo informe y sensiblero. Su voz, profunda, acentuada.

¿¡Pero qué acento!? Se obligó a pensar al oír su propia voz murmurando: -Por supuesto, señor -mientras buscaba de abajo del mostrador el papel tisú de plata. Revolvió a tientas pero la mirada se arrastró hacia afuera. No podía estar aquí clavando la mirada en este hombre... tenía que envolver en papel de regalo el pañuelo. Era lo que él estaba esperando que ella hiciera.

Cómo lo consiguió, nunca lo supo. El hombre no se movió, simplemente se quedó allí, inmóvil, con los ojos fijos sobre su cabeza inclinada, mientras sus dedos se dedicaban desesperadamente a la tarea. Por lo general, era hábil y ágil con la envoltura de regalos, pero hoy estaba torpe. Y era por su causa.

Y todo el tiempo él no dijo nada, sólo esperaba, y pudo sentir su creciente impaciencia.

Echó una mirada a su reloj una vez, ella podría asegurarlo, al menos vio por el rabillo del ojo la elevación rápida de la muñeca y el pálido destello de oro.

Finalmente estuvo hecho, haciéndole un último rizo al lazo con el borde de la tijera. Con alivio buscó la etiqueta recortada y la pasó por el lector de código de barras para transmitir los datos e imprimir la factura. El costo de los pañuelos aún la asombraba, ella podría comprar un conjunto entero por el precio de una de estas obras de arte en seda pintadas a mano. En realidad todo lo referente a trabajar en esta tienda de regalos de lujo, en este hotel de cinco estrellas, la asombraba. Que realmente existiera gente que podían permitirse comprar en estas tiendas, y más aún que pudieran darse el lujo de quedarse en el hotel.

Este hombre ciertamente podría. Había llegado a reconocer el dinero cuando caminaba por el vestíbulo, y este hombre era una mina de oro caminando. Todo en él lo gritaba, desde su magnífico traje de negocios hasta las puntas de sus artesanales zapatos italianos.

Al igual que todo en él gritaba que era el hombre más atractivo que jamás había visto.

Y que iba a tener que mirar de nuevo. No pudo mantener el propósito de mantener la cabeza inclinada. Con gran esfuerzo, como si estuviera levantando un gran peso, ella lo miró.

El secreto de la amante (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora