Capitulo 7

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-¿Y bien? -La voz áspera de Harry se coló a través de su autorecriminación.

A modo de una horrible repetición burlona de la primera vez que había hablado con ella en la tienda de regalos del hotel, _____ fue incapaz de responder, no podía hacer que su voz funcionara. Pero tenía que hablar, decir algo, cualquier cosa. A pesar de que sus miembros se sentían como el agua y sus huesos como cera blanda.

-Nada… -La palabra salió como un siseo de entre sus dientes. Tragó saliva y dijo de nuevo, esta vez más claramente -Nada -

El recuerdo de la última vez que había hablado con ella la asaltó. Las últimas palabras que le había dicho cuando le había prohibido asistir al funeral de su hermano Liam.

-¡Puta! ¡Puta asesina! -

Tropezó al pasar junto a él, pero una mano salió disparada, cerrándose sobre su brazo como si fuera una banda de acero, clavando los dedos en la carne.

-¡Déjame ir! -

Por un largo y devastador momento, que consumió su alma, lo miró a los ojos oscuros como la noche.

Y en ese momento el presente retrocedió, yendo hacia atrás hasta el pasado que alguna alguna vez que habían vivido juntos.

Tormento y gozo. Agonía y éxtasis. Todos al mismo tiempo.

Oh Harry,¡cómo te amé alguna una vez! ¡Cómo me habría rendido a tus pies! Pero no me quisiste, no me quisiste para ninguna otra cosa que no fuera tu cama. Y creías que todo lo que quería de ti era tu dinero...

Los ojos de él ardían en los de ella, y esa llamarada de fuego que le era familiar, y que producía un vacío en sus entrañas, le demostraba que no era sólo su riqueza lo que la había impactado. Había sido él, cada centímetro de él, todos los latidos de su cruda sexualidad, tan potente que podría derretir sus huesos, transformarla en una piscina de miel en sus brazos, con un solo toque, un solo beso...

El recuerdo de su primer beso estalló en ella. Él había vuelto a la tienda de regalos a la noche siguiente...

Colocó frente a ella el pañuelo, doblado flojamente dentro del envoltorio abierto.

-¿Tiene algún defecto? -preguntó con inquietud.

Él esbozó una sonrisa cáustica, pero no hacia ella.

-Color equivocado, al menos eso es lo que me dijeron -Notó un tono mordaz debajo del acento. Estaba molesto, lo pudo percibir.

-¿Le gustaría cambiarla? -ofreció. Estaba tratando de frenar los rápidos y repentinos latidos de su corazón desde el momento en que había entrado nuevamente a la tienda de regalos. Intentando contener sus ojos, que no hacían más que mirarlo impotentemente. Había pensado en él toda la noche. Dando vueltas en la cama estrecha en aquel diminuto departamento, en la parte lúgubre de Londres, que era todo lo que podía permitirse con su escaso salario. Su rostro seguía apareciendo delante de sus ojos cerrados, y no lo podía desterrar. No quería. Quería pensar en ello, en él, soñar con él.

Ahora estaba aquí de nuevo, en la tienda de regalos, en carne y hueso, y su pulso corría a toda velocidad.

De pronto, de improviso, él desarmó el paquete y tomó el pañuelo y lo extendió hacia ella con la mano en alto. Con un gesto casual envolvió el pañuelo alrededor de su cuello, levantando con sus dedos el cabello suelto.

Ella pensó que se iba a desmayar. Sus ojos se abrieron con impotencia, retuvo el aliento en un grito ahogado en su garganta mientras lo miraba.

Él le sonrió. La irritación se había esfumado. En su lugar había un gesto de diversión... y de especulación.

-Para ti -dijo, con una voz ronca que fundían sus huesos, -el color es perfecto -

Luego, con los extremos del pañuelo aún agarrados, tiró hacia delante y bajó la cabeza...

Su beso fue extático, su boca se movía con lentitud, apropiándose de sus labios. Sentía que le faltaba el aliento.

Luego se alejó de ella, mientras seguía sonriéndole.

-Ven a cenar conmigo -dijo.

Y fue. Así de simple. Sin pensarlo, sin dudar un instante. Al cierre de la tienda lo siguió hasta el vestíbulo del hotel, dócilmente, como un corderito. Lo único que atinó a decir, medio aterrada por temor a que cambiara de opinión, fue: -¡No estoy vestida apropiadamente! -

Hizo una pausa y recorrió con la miraba su limpia falda gris y su blanca blusa almidonada, de cuello alto.

Sus ojos la envolvieron, haciéndole aún más dificultosa la respiración.

-Te ves muy… recatada -Sus ojos la estudiaron minuciosamente y ella sintió una descarga de calor -Tiene su encanto -Y luego hizo un gesto imperativo con la cabeza -Ven -

Y así había comenzado. La había seducido esa misma noche.

Comieron y bebieron en uno de los mejores restaurantes, donde ella había probado cada bocado como si fuera ambrosía y a continuación la llevó de regreso al hotel, a su suite, descartando su almidonada blusa blanca, botón por botón, deslizando la falda estrecha hacia abajo, sobre sus caderas y sus muslos delgados. Y cuando ella había quedado desnuda, completamente desnuda, la había llevado a la cama, y al paraíso. Un paraíso que había durado seis exquisitos meses, antes de que el amargo final llegara.

El secreto de la amante (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora