Capítulo 13

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Continuamos con nuestro viaje rumbo a Washington, esperando en llegar lo antes posible, pues era de suma importancia ponernos a salvo y encontrarnos con mi padre. 

Las horas habían pasado dentro de aquella camioneta de una forma lenta, siendo un completo suplicio. Sentía las piernas y mi cintura completamente atrofiadas, entumecidas, y estaba segura de que los demás se sentían igual.

Y bueno, ni hablar de nuestro estado de ánimo, así como del terrible cansancio que todos llevábamos arrastrando incluso a pesar de haber pasado un par de noches refugiados en aquella casa de descanso en Detroit.

El panorama afuera del vehículo no ayudaba. Cada ciudad o pueblo que quedaba atrás era probablemente más caótica y terrorífica que la anterior. 

El sol comenzaba a salir, y Riker conducía con atención y cuidado mientras la mayoría en la van se encontraban dormidos. Ross y yo intentábamos conversar en voz baja, sin molestar a nadie más, intentando idear un plan para llegar de forma sana y salva hasta la Sede del Centro de Control de Enfermedades. Afortunadamente yo conocía las salidas y entradas principales del lugar, pues cuando eres hija de uno de los doctores y químicos a cargo en el lugar, se te abren muchas oportunidades para entrar y salir por ahí sin problemas.

No había más que tranquilidad en aquella pequeña atmósfera.

Pero como esto parecía ser el fin del mundo, y claramente el destino demostraba a cada minuto que nos tenía guardadas bastantes sorpresas, esa tranquilidad llegó a su fin en cuestión de segundos.

Cuando pensaba que ya nada podía salir mal en este largo camino y que llegaríamos apenas a tiempo y sanos a Washington, un autobús de pasajeros que circulaba por la vía contraria de la autopista, perdió el control, chocando contra nosotros y arrojándonos fuera del camino.

La camioneta se meció inevitablemente, derrapando en el pavimento y dando un par de vueltas con suma fuerza y brusquedad, quedando destrozada.

No había forma de describir como se sentía por dentro de aquel vehículo.

Todo comenzó a dar vueltas en mi cabeza. Sentí el cuerpo roto, los huesos y los músculos paralizados, y mi respiración increíblemente agitada, y después, me desmayé.

[...]

Un fuerte agarre se apoderó de mis brazos, y de pronto sentí mi cuerpo moverse con lentitud. Finalmente sentí mi propio peso levantarse y después volví a tocar el suelo con cada parte de mi cuerpo.

La cabeza me dolía, no de una forma que pudiera soportar, pero tampoco sentía que eso podía matarme. No dejaba de punzar y sentía un fuerte golpe en la parte superior de la misma, justo en la sien.

Aquellos brazos con los que era sujetada nuevamente volvieron a arrastrarme, esta vez con mayor fuerza y durante más tiempo. Mi vista se encontraba completamente nublada, viendo únicamente borrones y figuras para nada claras. No lograba reconocer el rostro de la persona que me sujetaba.

Los oídos me palpitaban, y un molesto zumbido se hacía presente cada vez más fuerte. Respiré hondo y con algo de trabajo y aparentemente, mi sentido del oído regresó a mí en cuestión de segundos. Empecé a escuchar con claridad, sin embargo, mi vista continuaba igual de borrosa.

—¡Rydel, sal de la camioneta! —escuché el grito de alguien. No pude reconocer la voz.

—¡Ryland está atorado! —volvieron a gritar.

Percibí un tono de desesperación en cada una de las palabras y oraciones que la gente a mi alrededor lograba formular. 

De repente me tocaron el rostro, con suavidad, dando leves palmadas sobre mis mejillas. Sentí las yemas de los dedos de aquella persona acariciando mis mejillas, y escuché como soltó un suspiro, cargado de preocupación y aguantando alguna clase de dolor.

INFECCIÓN // Ross Lynch (ACTUALIZADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora