Capítulo 10

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¡Dios! Me salteé algo muy importante. Ahora recuerdo lo que pasó exactamente en el dentista. No fue una cita cualquiera, estuvo llena de incomodidad (no, nada relacionado con la ortodoncia ni con nada dental).

Al llegar al dentista no había nada de gente. Me atendió rápido, pero dentro del consultorio estaba algo molesta porque a mi dentista se le ocurrió la genial idea de colocarme otro aparato más en la boca (paladar le llaman). Todo transcurría con total normalidad, no había nada extraordinario que pervirtiera esa monotonía, hasta que al salir vi a mi padre hablar con el Sr. Machitella hablando en la sala de espera. Sí, yo tampoco me lo podía creer cuando los vi hablando apaciblemente y con total normalidad. La verguenza me comía por dentro y yo no sabía exactamente qué hacer, hasta que el papá de Adriano me saludó con una sonrisa blanca en el rostro.

- Buenas tardes  - contesté ante su saludo

- Con permiso. Un gusto, señor - dijo el Sr. Machitella mirando titubeantemente a mi padre

Él se marchó sin decir nada más y entró al consultorio del dentista. Vi a mi padre calmado,señal de que no había recibido ninguna noticia desagradable (que para él vendría ser enterarse que tengo enamorado).

- ¿Quién era ese señor? - pregunté con fingida ignorancia

- Era un padre de familia llamado Alessandro, su hijo asiste al mismo colegio que tú - respondió - Resulta que también se atiende con mi amigo el dentista

- ¿Ya lo conocías?

- No, es la primera vez que le hablo

- ¿Y de qué hablaron?

Pensé que con tantas preguntas que ya le venía haciendo iba a empezar a dudar de algo, pero no, mi padre no levantó sospecha alguna.

- Bueno, cosas triviales. Dice que eres amiga de su hijo Adriano pero que tú no lo conocías aún - prosiguió

- Sí, en eso tenía razon, si me acabo de enterar que es el papá de mi amigo y sólo porque me lo acabas de decir - mentí

- Ah, otra cosa, me habló muy bien de tí. Dice que eres una chica encantadora, de buenos sentimientos, inteligente, talentosa y que tienes la sonrisa y la mirada dulce

- ¿En verdad te dijo eso de mí? - pregunté admirada

- Sí, al parecer no eres tan mala hija como creía 

Al oir aquella última frase dicha por mi padre sentí una mezcolancia de alegría y tristeza. Alegría porque mi padre aceptó por primera vez de que yo tenía muchos atributos, y sentí tristeza porque a pesar de aceptarlo siguió afirmando indirectamente de que yo todavía soy una mala hija. Lo que más me sorprendía de esa situación es que incluso el padre de Adriano me valoraba más que mi propio padre, y le restregaba en la cara el buen concepto que tenía acerca de mí. Me di cuenta entonces que él era gentil, bondadoso y todo un caballero (hasta llegue a tenerle un gran aprecio a mi suegrito por aquel gesto que, aunque realmente lo hiciera con otras intenciones, cambió la expresión de mi rostro). Y eso no era todo, sino que le mintió a mi papá asegurando que yo no lo conocía. Seguro lo hizo para guardar la discreción y no entrar a discusión mi relación con Adriano. Era evidente que su papá era su mayor confidente, sino nunca hubiera mentido con tal descaro. "Que padre más chévere que le tocó a Adriano" pensaba. Yo nunca hubiera podido contarle a mi padre sobre mis amoríos o mis problemas, pues eran "tonterías" y "asuntos vanales" para él. Cómo ansiaba que el padre de Adriano sea mi padre. El deseo de que ese hecho se haga realidad era tan vehemente que incluso fantaseaba e imaginaba como sería mi vida si el Sr. Machitella fuera mi padre (decartando en mis imaginaciones, por supuesto, el hecho de que Adriano fuese su hijo también). En aquel instante perdí verguenza a hablar con el padre de Adriano, incluso me entraron unas ganas grandes de tratarlo con confianza, como si él en verdad fuese mi padre. Si el día anterior había sido algo distante y temerosa con él, en el preciso momento en que me enteré de sus palabras bondadosas me arrepentí de haber tenido tales actitudes con él. Todas esas sensaciones y todos esos pensamientos los sentí camino a casa. Al llegar a la casa me encerré a mi cuarto y me puse a escuchar música, como ya mencioné anteriormente. La felicidad se apoderó de mi alma y abordó en mi corazón en todo lo que quedaba de aquel día.

Me quedé dormida escuchando el álbum de música clásica, un regalo que le habían dado a mi madre. Era un álbum que contenía todas las sonatas de L. van Beethoven. Puedo decir firmemente que ese era mi álbum de música favorito, pues Beethoven siempre fue un compositor al cual le brindé toda mi admiración por sus piezas llenas de sentimiento, pasión, desolación,angustia y desesperación. Antes creía que mi madre compró ese álbum, pero un día descubrí que dentro del plástico transparente que guarda la portada del álbum había una pequeña notita doblada en varias partes.

Para la mujer más fantástica, magnética y talentosa el mundo. 

A.M

No, ese A.M no se refería a "antes del mediodía", sino que hacía referencia a las iniciales de algún hombre que estaba enamorado de mi mamá. En primera estancia yo creía que se trataba de un admirador secreto y que una explicación creíble y lógica del por qué ella lo conservó era por su importancia musical. Sólo había visto esa nota por única vez y no volví a verla después de tiempo. En ese instante yo pasaba inadvertida la nota y nisiquiera me ponía a adivinar nombres (porque, sinceramente, no me interesaba estar haciéndolo), pero como se que el lector es muy astuto y audaz no es necesario que le diga ahora el nombre completo de la persona que le había regalado ese disco. Hace unos pocos meses que recién me percaté de ello, cuando después de un largo período de tiempo me puse a revisar aquella notita por segunda vez mientras escuchaba el disco en mi radio. No fue muy fácil para mí aceptar y admitir que Adult Man fuera el emisario, incluso me llené de odio, desprecio y confusión cuando me percaté de ello, pero eso lo explicaré con mayor claridad más adelante. 

Desperté al día siguiente muy temprano, a las 4 de la madrugada si bien no recuerdo (o eso marcaba mi reloj-despertador). Al ver que todavía era algo temprano, volví a tumbarme en la cama para seguir durmiendo, pero percibí entonces un fortísimo hedor a putrefacción.

- Mierda, tengo que despertar a mi papá para que el olor se vaya - pensé

Entonces decidí ir al cuarto de mi padre a cumplir mi cometido. Tranquila y con una sensación Deja Vú caminé con confianza hasta su cuarto, pero (oh sorpresa) estaba con broche y no podía abrirlo. El colmo era que la llave que abría ese cuarto la tenía mi padre escondida en ese mismo cuarto. Sí, habría que ser bien idiota para cometer semejante estupidez. 

- ¡Papá, despierta por favor! ¡Papaaaaá! ¡Despierta maldita sea! - gritaba, con la esperanza de que mis gritos fueran suficientes para que él se despertaste.

Y creía lo peor. Ante la situación, la paranoia se había adueñado de mí y me hizo creer todo tipo de cosas, pero me hizo pensar en algo positivo como la muerte de mi padre. Que, ¿por qué leiste la oración anterior con esa cara? Dios, dime por favor que comprendes mi situación. Bueno, como decía, temía lo peor. No, no temía su muerte, pues si yo hubiera tenido la oportunidad de largarme de esa casa e irme con algún tío o pariente mío lo hubiera hecho, pero la verguenza y la falta de confianza que les tenía era suficiente excusa para mí descartar esa opción. Cómo deseaba que algún terremoto, maremoto u otro fenómeno inesperado dejara impacto tal en mi padre que lo hicieran desaparecer de la faz de la tierra. Deseaba cambiarme de casa, irme a un hogar más feliz en donde la palabra monotonía se perdiera entre tanta felicidad. Pero como así deseaba eso, también temía que la muerte de mi padre significara soledad, falta de dinero, separación y más tristeza.

- ¿Qué quieres maldita sea? - preguntó furioso mi padre mientras abría la puerta de su habitación y hacía visible las grandes ojeras que tenía debajo de cada ojo, desvaneciéndose en el aire el sueño que quería que se haga realidad.

- Quiero que te mantengas despierto

- No me jodas... 

- Por favor - le rogué - sino un espíritu me va a asechar 

- Jajajaja. No me hagas reir, bastarada - me dijo

Y volvió a encerrarse en su cuarto para seguir durmiendo. Lo único que se me pasó por la cabeza fue desesperación y miedo, miedo en su concentración más pura e inmaculada. Espere en una silla de la cocina, con la luz encendida y con la música de mi celular en volúmen alto a que sean al menos las 6 de la mañana. No pasó nada, lo único desagradable fue soportar que la mano helada y cosquilleante me rose todo el cuerpo. Para tí puede parecer cosa de nada, lector, pero es realmente escalofriante tener que soportar eso por un tiempo muy prolongado ¿Qué podría más que tratar de ignorar a ese demonio tal y como me había aconsejado Adriano? Créeme, créeme que en verdad intentaba ignorarlo, pero su presencia se volvió tan real como los latidos de mi corazón y, por lo tanto, su presencia se volvió también inefable y dificil de ignorar. 

Obsesión inmiscuidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora