Capitulo 12

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Adriano llegó a los dos minutos del incidente. Regresaba de lo más tranquilo con una gaseosa y un piqueo snak grande en sus manos. Guardé la compostura y fingí que no pasó nada extraño; pero su padre, impactado como se supone, no intento ni siquiera ocultar lo sucedido y corrió a contárselo a penas lo vio entrar a la casa. Sentí un escalofrio. Algo malo iba a suceder más adelante y estaba muy segura de ello. Hablar sobre M, o mejor dicho, de Aimée era un peligro. Aunque no mencionases su nombre, si le contabas de alguien sobre una de sus apariciones descargaría su furia contra ti, y ni Adriano ni yo fuimos la excepción ¿Aimée se habrá presenciado ante otros vivos? Nadie lo sabe hasta ahora, pero al parecer tenía un cierto apego, un cierto patrón en el que nos tenía que atormentar sólo a nosotros dos sin razón aparente. Traté de averiguar mil veces el por qué, pero mi investigación no fue nada fructífera; al contrario, me trajo más problemas. Bueno, Adriano reaccionó de forma pacífica ante la noticia. Él era un muchacho que, si bien creía en los espíritus, no tenía miedo de ellos. Como bien siempre me repetía: "No le tengo miedo a los muertos, sus almas descarriadas no pueden atentar contra nosotros, pues no están presentes en sí; en cambio, los vivos son la verdadera amenaza, son seres que pueden hacerte daño de mil maneras, dándote directamente un golpe o apuñalándote con palabras a tus espaldas". 

Luego que el Sr. Alessandro terminara de contar su reciente experiencia, pasamos al comedor y nos sentamos para comer los bocaditos. Su comedor estaba plagado de fotos familiares (en las cuales también aparecía la mamá de mi Adriano). En la vitrina se guardaban celosamente tazas y jarras de porcelana fina minuciosamente decoradas y adornadas, que seguramente pertenecieron a la mamá de Adriano y que, por su posición, no habían sido tocadas en semanas. Yo estaba preparada para sentarme en una de las tantas sillas que habían, pero Adriano se quedó embelesado con la idea de recordar momentos pasados viendo las  miles de fotografías que estaban clavadas y colocadas estéticamente en la pared amarillenta. Sinceramente, esas fotos sí que eran fotos hermosas, sin punto de comparación con los actuales "selfies" o imágenes de mala resolución que se toman a la apurada y con la camarucha de un celular. Aquellas fotos eran artísticas, seguramente tomadas por un fotógrafo de profesión que era amigo de la familia y que, además, sabía qué ángulos le favorecían a cada uno de ellos. Eran fotos tan conmovedoras, transmitían felicidad y unión y, por ser tomadas de imporvisto, tenian belleza y naturalidad. Fue chocante para Adriano ver esas fotos desprevenido, pues por la pulcritud y el órden en todo el comedor se notaba que nadíe había comido ahí en cuestión de semanas y era la primera vez que contemplaba todas las fotos después de la muerte de su queridísima madre. Pude ver entonces la metamorfosis que el rostro de Adriano sufrió. Su tristeza desprevenida me hizo capturar con mis ojos algo miopes un plano deprimente del momento. Su padre, por el contrario, no se veía tan afectado como su hijo. Pero no  te vayas a confundir, amigo(a) mío(a), su rostro no fue del todo indiferente tampoco; mas bien, reflejaba culpabilidad y lástima, sensaciones comunes que una persona hace aflorar cuando hace un daño irreparable a alguien. 

Yo sólo tragaba saliva mientras la incomodidad se empezó a apoderar de mí. Creía que lo mejor era dejarlos a ambos para que se consuelen mutuamente como familia que eran. Estaba a punto de escupir una excusa rápida que se me ocurrió para irme, pero entre las triviales visiones que lanzaba hacia cualquier objeto vano de entre el comedor, pude visualizar un dibujo que se destacaba de entre todas las fotos, enmarcado a su vez en platería fina y situado en una esquina poco visible de la pared. Era un conjungo de trazos apasionados que, bien posicionados, construían la imágen de una mujer jóven que no pasaría de los veintidos años de edad. Me acerqué con curiosidad para tener una mejor visión de aquel retrato. Una vez que estuve frente a frente ante el retrato (tuve que agacharme para verlo, por cierto),  noté que esa mujer no era la madre de Adriano ni tampoco era la amiga del Sr. Alessandro, pero sí teía una increible similitud con mi madre y conmigo, también. "Retrato a una musa" decía en letras pequeñas en la esquina baja del papel ¿Quiéres saber quien lo firmaba? Creo que ni tengo que decírtelo, son tan obvias las circunstancias, lo suficientemente obvias para que te enteres que el nombre de quien firmaba era Adult Man. Me sorprende no poder escribir su nombre completo hasta el día de hoy (se supone que la terapia que estoy llevando me servirá para superar ese trauma). Me llena de repudio incluso recordar el nombre en trazos curvilíneos de aquel depravado que resultaba también ser artista. Me tiembla la mano cada vez que tengo que tipear "Sr.Machitella" en mi novela. Ahora que lo pienso, no tengo porque tipear Sr. Machitella, con su sobrio sobrenombre bastaría lo suficiente. 

Bueno, una vez que había terminado de estudiar el dibujo, me paré silenciosamente tratando de fingir no haber notado aquel retratro, pero Adult Man se percató que yo me había percatado de ello.

-¿A que soy un buen artista? - se jactó 

- ¿Por qué tiene ese retrato en su casa? - pregunté 

-  Porque le tengo un cariño especial - contestó - Es mi mejor obra de arte hasta el momento. Se lo pensaba regalar a tu madre en el día de nuestro reencuentro, y esperé año tras año a que el destino me cumpliese ese gran deseo; pero como me dijiste que ya murió hace 10 años, mi gran dorado anhelo de ensueño no podrá hacerse realidad. 

Entonces, A.M descolgó el retrato y me lo entregó. Después de todo, haberme dado su preciada obra de arte fue para él el hecho más cercano que obtuvo del destino ante su ferviente deseo.

- Ya era hora de que te deshagas de ese cuadro. A mamá nunca le agradó que lo tuvieras en la sala. - ladró Adriano a lo lejos - Bonnie, si quieres bótalo, no te sientas comprometida a mantenerlo en buen estado. El ingenuo de mi padre cree que algún día esa mujerzuela volverá.

-Esa mujerzuela, como tú la llamas, es mi madre - le dije indignada

- ¡De ningún modo! - gritó incrédulo - Papá, ¿es eso cierto?

A.M titubeó al contestar su entrecortante sí mientras yo miraba insistentemente, al punto en que las miradas que cruzábamos parecían adquerir complicidad.

- Bonnie, ¿tú lo sabías? - interrogó Adriano

¿Que si yo lo sabía? Era la primera vez en mi vida que veía esa retrato, y segundos antes recien me había dado por enterada que ese dibujo era de mi madre. Adriano bociferó sin recato un odio inexplicable que le tenía a ella y yo no entendía. Fue entonces que volteé a ver a su padre para que le explicara como fue que ambos nos enteramos del asunto, pero... 

- ¡Contesta! - me insistió - Claro, ¿cómo pude ser tan estúpido? Ustedes dos no me quisieron decir nada, pero al final todo se descubre

- Adriano, así no son las cosas.... - le dije acercándome hacia su pecho

- Déjenme sólo, por favor - dijo al instante

Adriano se fue corriendo. Su padre salió tras de él, así que vi por conveniente largarme de su casa. Yo supuse que Adriano ya sabía del tema y también pensé que A.M ya había olvidado a mi madre después de tantos años transcurridos, pero fue en ese momento en que me di cuenta que mis suposiciones eran muy equivocadas. Todo adquirió sentido, las piezas del indecoroso rompecabezas iban encajando y empecé a comprender mejor el odio que sentía Adriano. Yo también hubiera odiado que mi madre siguiera viva y no tuviera recato en declarar públicamente que seguía fielmente enamorada de A.M,y que gracias a ello mi padre y mi madre pelearan a menudo. No, no me hubiera gustado para nada esa situación. Cuando a Adriano se le pasara la ira, no dudé en pedirle disculpas ¿Me perdonó mi amado por todo lo sucedido? Sí, claro que me perdonó, después de todo no era culpable de nada; pero me enteré de algo que hubiera preferido no enterarme.

Obsesión inmiscuidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora