1. Antes del Caos

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-¿Te gustan los árboles? - preguntó de pronto, yo solo asentí con la cabeza y volví mi vista a la ventana del coche- a tu madre también le gustaban, incluso plantamos algunos en el jardín de mi casa el verano pasado.

Cada vez que hablaba de mi madre, sus ojos se humedecían, ambas eran hermanas inseparables y yo tenía claro que esto era más duro para ella que para cualquiera.

-Me gustaría verlos.

-Sí, voy a enseñártelos cuando lleguemos, si te gustó el lugar donde nos quedamos estos días te encantará mi casa –borró el semblante triste de su rostro y sonrió ampliamente mientras conducía, ojalá yo pudiera hacer eso, lo único que podía hacer era verme más demacrada.

Ya hace cinco días que había viajado desde Inglaterra y me encontraba viviendo con mi tía Evaneesce en Oregon, específicamente en Greenwell, al noroeste de Estados Unidos, pero, ¿Qué habría pasado si mamá siguiera con vida? Muchas preguntas rondaban por mi cabeza, casi ninguna tenía respuesta, ya que el sólo hecho de pensar en mamá me provocaba una angustia tremenda, ella era la que estaba conmigo en las buenas y en las malas y aunque suene repetido era cierto, me aguantaba en todo sentido y jamás la verías de mala gana, ella siempre veía el vaso medio lleno, que por mi parte ahora veo medio vacío o mejor dicho, vacío y quebrado.

Desde que no estoy en Inglaterra, desde que no estoy con mi madre, mucho de lo que antes me gustaba, ahora sólo me recuerda a ella.

-¿Helado?

Estacionó el auto frente a un almacén de color blanco entero y decorado con algunos globos de colores ya que la mayoría habían sido reventados por las aves. Desvié mis ojos hacia la ventana y vi la silueta de un muchacho alto apoyado en una camioneta negra enorme mientras hablaba por teléfono, parecía enfadado o tal vez reía, no era muy buena observando sin mis anteojos.

-No gracias –froté mis manos y las metí dentro de mis bolsillos, tía Evaneesce me miró no muy convencida y se bajó del auto entrando a la tienda.

A pesar de que era pleno verano, las mañanas eran igual de frías que en Londres y no me podía despegar de mi abrigo aun y tampoco pensaba hacerlo, no solía tener mucho calor, sólo cuando era sofocante e insoportable podía sentirlo en parte, esto era muy raro en mí y por años mi madre pensó que sufría de alguna enfermedad por no sentirlo, pero sólo era cuestión mental, no piensas en calor, no sientes calor, simplemente eso.

-Toma –dijo mientras entraba en el auto y me daba una botella- sé que no quieres molestarme pero escucha Mia, ahora yo cuidaré de ti.

-Y te lo agradezco mucho, tía -saqué una mano de mi chaqueta marrón, acepté la botella y por primera vez en un largo tiempo, sonreí.

-Ya tienes dieciocho años y sé que puedes considerar absurdo que te trate como una niña, pero tu madre así me lo pidió.

no podía seguir siendo tan áspera con tía Evaneesce, ella no se lo merecía.

-Entiendo –abrí la botella y le di un sorbo.

Con la radio sonando fuerte, seguimos nuestro camino a la que ahora sería mi casa, no me acostumbraba a llamarla así aun, pero al menos lo intentaría.

La calle estaba desierta, no habían autos ni camionetas, ni camiones, sólo uno que otro estacionado en las gasolineras. El cielo estaba cubierto por nubes que se volvían grises de pronto y una cálida brisa acariciaba las copas de los gigantescos árboles, árboles...eso me recordaba a mi madre.

-Ya estamos aquí –anunció dejando el auto a un lado de la enorme casa.

-Es muy grande.

El auto estaba estacionado y parecía haber espacio para otro más, supuse que Albert lo estaba usando en ese momento.

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