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Primero de Octubre, se cumplía un mes de la muerte de mi madre, y yo aun lo sentía como si acabara de pasar.

Tía Evaneesce había preparado un desayuno asombroso, pero como era de esperarse, a ninguno le entró ni un sólo bocado a excepción de Ally que comió todo lo de su plato.

-¿Vas a enviarle algún mensaje a tu padre? –me preguntó sin borrar su sonrisa tan característica.

-No lo sé... Quizás ya está bastante deprimido como para recibir un mensaje de mi parte y deprimirse aun más.

-Tienes razón, pero pienso que unas palabras de su hija es justo lo que necesita para levantar un poco el ánimo, ¿No crees?

Tenía razón, desde que llegué a Greenwell aproximadamente hace un mes, había hablado muy poco con mi padre, tenía miedo de que el simple hecho de escuchar mi voz lo entristeciera ya que el día del funeral estaba completamente deshecho y por ningún motivo quería revivir ese momento.

Muchas veces me he preguntado, ¿Por qué mi padre me envió a vivir a Oregon en vez de tenerme a su lado? Pero no logro responderme, quizás mi relación padre a hija es algo débil... o también puede que sólo sea una idea equivocada y que el verdadero motivo no sea nada grave, tal vez mi padre no quería que me quedara a su lado deprimiéndome también.

El día había transcurrido normal, pero tenía ese aroma amargo, el aroma del recuerdo.

-Mia, ¿No te quedarás? Vamos a dedicarle nuestras oraciones a tu madre.

-Prefiero que no, lo siento.

Subí a mi cuarto luego de rechazar la oferta de Tía Evaneesce, no fuimos al cementerio porque la tumba estaba en Londres, pero confiábamos en que mi padre había ido por nosotras.

Me senté en la cama y cerré los ojos intentando ver su rostro, sonreí por inercia cuando apareció en mi mente, con el cabello suelto y sonriendo despreocupada pero a la vez diciéndote con sus ojos que le dejaras todo a ella, que tenía todo bajo control. Una lágrima rodó por mi mejilla y fue a parar en mis piernas, no sabía que decirle, porque era obvio que estaba ahí, que me estaba escuchando, pero las palabras no se agrupaban en mi cabeza, así que con mucho esfuerzo logré susurrar, "Te extraño, pero estoy intentando hacer lo que me pediste, trato de cumplirlo cada día y aunque sea difícil, se que estas cuidándome como siempre"

Lo que mi madre me había pedido o más bien lo que me había hecho jurar, era que si algún día no estaba conmigo, yo intentaría hacer lo mismo que ella, vivir una vida plena y lograr ser feliz.

Esa noche concilié el sueño un poco más fácil que los días anteriores debido a que la presencia de mi madre inundaba cada rincón de la habitación, acompañándome.

A la semana siguiente, tuve un poco más de preocupaciones, ya que noté que Gabriell se comportaba extraño, distante, como si me estuviera evitando o como si le avergonzara mirarme, al verlo sentía que me ocultaba algo, como si tuviera algo que decirme, y su rara actitud no cambio, ni en esa semana ni en la siguiente, para mi suerte, Frank me hizo compañía y escuchó varios de mis alegatos en contra de Gabriell y Carol, porque si bien, Carol me hablaba normalmente, traté de preguntarle si conocía a Gabriell pero no lo logré y cada vez que iba a sacar el tema algo sucedía. Las dudas estaban comiéndose mi cerebro.

-¡Mia! –gritó tía Evaneesce y se abalanzó sobre mi adentrándome a la casa de un tirón.

-Hola –saludé algo atónita y sin darme cuenta del porqué de su actitud.

-Tienes que entrar ahora y ver a mi angelito –me jalaba hacia la cocina sin dejar su emoción de lado.

Cuando por fin entramos, no podía creer que él estuviera ahí. Habían pasado meses desde la última vez que nos habíamos visto, quizás un año y aunque nos manteníamos en contacto por la computadora y por teléfono cada vez que podíamos, tenerlo cara a cara no era lo mismo que enviarle mensajes. Era mucho mejor.

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