Capítulo 6

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Capítulo 6 - Perros traidores y entrenadores locos

Me quedé mirando a Marco con los ojos entrecerrados. Había acabado un poco harta de él, por ahora.

- ¡Gracias Marco por salvarme de una caída mortal, eres mi héroe! - enfatizó él.

Yo pasé de su culo olímpicamente y seguí hacia mi casa. A los dos segundos lo tenía caminando al lado. Le miré con cara de pocos amigos y me quité los auriculares.

- ¿Pero a tí qué te pasa? ¿Me vas a seguir a todas partes?

Él me miró con esa expresión arrogante tan suya.

- Vivo allí.

Señaló un chalet a tres manzanas de mi casa. Dios, ¿qué he hecho para merecer esto?

- Pues bien.

- Eres muy borde, ¿sabías?

- Y tú un canso, ¿sabías? - contraataqué.

- Borde.

- Imbécil.

- ¿Lo ves?

- Ah, cállate.

Marco me miró como si hubiera ganado una batalla. Cretino arrogante imbécil egocéntrico y muchos insultos más le describían a la perfección. Desvié la mirada y me puse a mirar a mi perro, que olfateaba absolutamente todo. Se le veía entusiasmado de oler cosas nuevas. En una de estas, estornudó cerca de una duna y la arena voló hacia su cara. El pobre vino espantado hacia mí, pero en cuanto vio a Marco cambió de objetivo y fue directo a él moviendo la cola. Traidor. 

Mientras mi perro traidor embobaba al subnormal yo me quedé mirando el mar. Siempre me había fascinado el mar. Me entusiasmaba coger olas y no parar, aunque esas que te llevan directa al fondo mientras haces una serie de piruetas que nunca te has llegado a imaginar que pudieras hacerlas, esas no. Esas son basura. Tan ensimismada me quedé mirando el mar que no noté que Marco me observaba atentamente. En cuanto le vi, bufé y empecé a andar arrastrando a Koda. Cómo no, al poco rato ya estaba el otro pisándome los talones.

- ¿Sabes? - dijo - Algún día te cansarás.

Le miré de reojo.

- ¿Cansarme de qué? - pregunté.

Pero él no respondió. Se fue hacia la izquierda, porque ya habíamos llegado a su casa, y me dijo adiós con la mano. Será capullo. Tiré una vez más de Koda y llegamos a casa. Después de cenar, hablé un rato con mis amigos pamplonicas a los que echaba de menos, y luego me fui a dormir.

Al día siguiente fuimos al colegio andando. Mi padre había empezado a trabajar, al igual que mi madre. Como todavía no teníamos las bicis, mis hermanos se fastidiaron y tuvieron que ir andando. Yo como soy más de andar pues me dio exactamente igual. Cuando llegamos al instituto Martín y yo fuimos al patio de secundaria, y allí busqué con la mirada a alguien conocido. Divisé a Laura, y caminé hacia ella. Luego vi que Victoria también iba hacia ella.

- Hola - saludé sin ganas al llegar a su altura.

- Te veo un poco dormida - comentó Laura riendo.

- ¿Sólo un poco? - me reí yo.

- Bueno, más o menos - respondió Victoria.

Al poco rato llegaron Lucas y Miriam, y luego Eunate y Unai. Estuvieron contándome anécdotas hasta que sonó el bocinazo y tuvimos que entrar a clase. Ah, fenomenal. Seis horas con mi querido amigo.

-Ay, qué pereza - gimoteó Eunate.

-Dímelo a mí - suspiré.

Con pereza y arrastrando los pies nos dirigimos cada uno a su aula. Yo seguí a Laura por los pasillos hasta llegar a 2ºA. Miré hacia mi sitio, y no había ni rastro del acosador. Mejor. Caminé lenta y perezosamente hasta la silla, tiré la mochila en la mesa y me dejé caer en la silla apoyándome en la pared.

Ni lo piensesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora