3. Acuerdo prenupcial

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EZRA VEIDER

La corbata se sentía como una gruesa soga ajustando mi cuello cuando observé a través de la ventana del edificio, miré en dirección a la ciudad bajo mis pies y a las edificaciones más cercanas. Los minutos transcurrían lento mientras una capa de niebla avanzaba de norte a sur cubriendo a la ciudad poco a poco. Estaba acostumbrado al invierno de Cleveland; sin embargo, el día se sentía frío y tétrico por razones distintas a un mal clima. Estaba fastidiado e incómodo desde que leí el contenido del portafolio negro que ahora descansaba sobre mi escritorio.

No importaba cuantas veces me diera vueltas al asunto, el acuerdo prenupcial que pensaba firmar papá era absurdo; no obstante, no había salida por la cual escapar. El señor Veider, amo y señor de la familia, daba órdenes a diestra y siniestra desde que tengo memoria y nunca antes se atrevió a enfrentarlo porque tanto mis hermanos como yo éramos conscientes de lo que era capaz si te interponías en su camino. Al fin y al cabo, no había nada más preciado para él que su dinero.

"No tiene límites", murmuré concentrado en el exterior. "Tampoco debería tenerlos yo", medité. Si quería cumplir la promesa hecha a mi madre la última vez que nos vimos, entonces tenía que ser tan severo como él y debía empezar a restarle importancia a lo subjetivo, como lo eran las emociones. Resoplé, lejos de lograrlo silenciar mi fastidio.

—¿Estás ocupado? —le oí decir a quien invoqué con mis pensamientos y giré sobre mi lugar para quedar a merced suya cuando nuestras miradas coincidieron. Él jamás pedía permiso para entrar. Él era la autoridad—. Los rumores dicen que últimamente estás muy distraído, ¿es cierto?

Extendí el brazo para que tomara asiento del otro lado del escritorio. Él obedeció y se cruzó de brazos a la espera de una respuesta que satisficiera sus estándares, pero me quedé callado.

—¿Vas a ignorarme toda la vida? —comenzó a decir.

—Señor,...

"Padre" —musitó para callarme. Él sabía perfectamente que desde hace catorce años esa etiqueta no era suya, pero disfrutó al verme desconcertado y abatido mientras batallaba en silencio para no responderle—. ¿Por qué no puedes llamarme "padre"? Tus hermanos lo hacen todo el tiempo, pero tú aún te resistes.

Tenía muchos motivos para desear no asociar ese sustantivo a su nombre, así que no respondí ni cedí ante sus claras provocaciones. Bans Veider distaba de ser un padre para mí desde el momento en que traicionó mi confianza hace catorce años cuando por culpa suya me alejé de mamá. No lo toleraba y lo habría echado de la oficina de no ser porque él era el dueño y porque ganarse su respeto era la única forma de que me cediera sus acciones para heredar la empresa.

Cambié de tema consciente de que no soportaría oír su voz por más tiempo. —Independientemente de cómo lo nombre, sería un placer si comenta el motivo de su visita.

Él sonrió satisfecho. —Tienes toda la razón, muchachito —resaltó la última palabra para minimizarme—. No he venido aquí a perder el tiempo como sí lo hacen tus hermanos. He venido a hablar de negocios, así que dame una respuesta sobre él acta prenupcial. ¿Ya sabes lo que harás?

Ambos bajamos la mirada y la fijamos en el portafolio negro que estaba en un punto equidistante entre nosotros. Yo me sentía nervios; él, excitado por saber mi respuesta y verificar cuánto control tenía sobre mí. Resoplé.

Firmar un acta prenupcial no era un juego, era una decisión trascendental que implicaba vender mi alma al mejor postor, en este caso Bans Veider. Firmar era como cederle el poder sobre mi libre albedrío y olvidar mi libertad de golpe. Era una tortura disfrazada como un acuerdo entre familias que nos traerían beneficios económicos que quizás no disfrutaría hasta que el señor Veider decidiera ceder su trono; por lo tanto, mientras más tiempo miraba el papel más convencido estaba de que aquel contrato lo propuso él adrede. Quería perjudicarme y empujarme al límite para así exponer mis cartas sobre la mesa y derrotarme

Las cadenas que nos unen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora