14. El peso de nuestro pasado

369 40 5
                                    

DOMINIQUE GLENSSON

—¿Vas a contarme qué pasó?

Miré a Hunt mientras limpiábamos las mesas de los salones VIP y negué. No estaba de humor para hablar respecto a la excursión, especialmente porque el final fue un desastre. Solo quería paz y no volver a recordar aquellos días, al menos no mientras estuviera en el trabajo, que ahora era mi única forma de escapar de mi realidad, así que ordené las sillas e hice suficiente bulla para que no hablara.

—... Adivinaré —dijo indignada porque seguía sin comentar nada al respecto pese a que pasó una semana desde mi regreso—. ¿Él se enojó contigo? —tanteó. Deseé no haberme detenido durante un micro-segundo, pero ella lo notó y obtuvo su respuesta de mi silencio—. ¿Qué hiciste? ¿Qué le dijiste?

Volteé solo para verla indignada. —¿Por qué tengo que ser yo la que cometió un error?

Hunt sonrió como si la respuesta fuera obvia. Dejé el trapo sobre la mesa a la espera de una respuesta racional, ella bajó la guardia. —Te amo, pero hay que admitir que eres testaruda y que te indignas con facilidad, razón por la cual es fácil verte envuelta en problemas.

"Suficiente", susurré y abandoné el salón VIP para descender por las escaleras. Cassandra me siguió en silencio a la primera planta y, luego de saludar al resto de chicas, me jaló del brazo directo hacia el salón de descanso. Corríamos el riesgo de ser atrapadas por el señor Osler, pero no le importó cuando aseguró la puerta y luego me obligó a ocupar el sillón. Ella me observó desconfiada y ocupó la mesa de noche como asiento. Quería estar frente a mí para darse cuenta si le mentía o ocultaba algún detalle importante, así que me resigné a decirle la verdad.

La curiosidad acabaría con ambas tarde o temprano. —¿Qué pasó?

Ella notó que, independientemente de quién fue el que inició la discusión, me sentía culpable así que dejó de bromear sobre el tema y atrapó mi mano entre las suyas, como si estuviéramos en medio de una terapia psicológica. Bajé la mirada y respiré hondo para ordenar mis pensamientos, pero no soporté. Me eché sobre el sillón y miré la pintura blanca del techo en busca de respuestas.

—¿Por qué no me dices qué pasó entre ustedes? —insistió al verme afligida.

—¿Recuerdas a Jared Carter? —susurré antes de juntar los párpados.

Claro que Hunt sabía quién era él porque era imposible olvidar a uno de los chicos que estuvieron dentro del salón VIP aquella noche con Ignacio Howland, especialmente si Carter fue quien le ofreció drogas reiteradas veces a ella luego de esconder algunos paquetes en mi bolso. No solo eso, sino que fue por su culpa que Hunt terminó llamando a la policía para denunciarlo por acoso sin esperar que seríamos nosotras las que acabaríamos siendo perjudicadas luego de que Ignacio Howland declarara ante la prensa y los policías que yo intenté doparlo para robarle. Sin duda, no había manera de que Hunt olvidara a Carter, así como yo no podía borrar a Howland de mis recuerdos. Resoplé, cero contenta por cómo se resolvió la situación, pero acostumbrada a que el machismo en esta ciudad siempre se usara como carta para juzgar a las mujeres.

—¿Qué pasa con Carter? —murmuró ella. Lamenté que sus recuerdos aún la atemorizaran.

Jared era la némesis de Cassandra mientras que el mío era Ignacio, al fin y al cabo le debía a este último el haber sido tildada como prostituta, ratera y drogadicta.

No estaba libre de culpa, era obvio. Fui ingenua al ceder ante las peticiones de Howland cuando probé una que otra sustancia esa noche; sin embargo, su versión del incidente era una completa mentira que solo buscó desprestigiar mi imagen para que nadie más me creyera cuando acusé a Ignacio de filtrar la versión beta de Date me, una versión que solo tenía papá, su principal socio, él y yo.

Las cadenas que nos unen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora