2. Mi ángel

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DOMINIQUE GLENSSON

La noche en la que el desconocido de mirada celeste y rostro sereno hablara con Osler, no fui despedida, pero sí suspendida durante dos semanas como castigo por mi subordinación y por violar las normas del restaurante. Según el señor Osler, mi temporal ausencia era una advertencia previo al despido y servía como aviso para las demás chicas por si alguna quería revelarse. Estaba de acuerdo con ello, no obstante, lo que me enojaba de todo esto eran las últimas palabras que él usó antes de echarme de su oficina: "Agradece porque aún no les dije quién eres".

Osler tenía mi curriculum y probablemente sabía sobre mi pasado después de investigar antes de ser contratada, así que no me sorprendía en absoluto su amenaza, lo que sí me sorprendía es que lo usara de arma recién ahora cuando tuvo muchas oportunidades para hacerlo. Sin embargo, no me quejé. Lo último que deseaba era ver mi nombre escrito en los titulares junto al apellido Veider. No quería otro escándalo.

—... ¿Acaso no tenía algo que decir antes? —murmuré observando mi vaso.

Era un sábado por la noche del último fin de semana en el que me tocaba descansar. Debería estar en mi departamento en el edificio McGregor, pero en cambio vine a uno de los bares del centro que era parte de la franquicia de los Veider para repasar los términos de mi suspensión sin compañía de Cassandra Hunt. Quería espacio y tiempo, sobre todo para descubrir quién era el tipo que me salvó de ser echada del único trabajo en el que me aceptaron pese a mi pasado. Aún continuaba enojada por cómo me acuso, pero también estaba agradecida.

Suspiré bebiendo un poco más del contenido de mi vaso. —Dome, ¿qué ganas pensando en ese tipo? Deberías disfrutar la noche. —sonreí y levanté la mano para pedir otro vaso de Cuba libre.

Era mi cuarta bebida de la noche y no paré aunque comenzaba a sentirme mareada.

En contadas ocasiones asistía a bares o a fiestas aquí en Cleveland, especialmente porque mis padres no conocían mi forma de ser cuando estuve fuera de esta ciudad y tampoco lo hacía porque aquí mi reputación pendía de un hilo. Incluso si mi libertad hubiera sido restaurada después de dos años, cualquier error podría costarme caro. No podía salir, beber o coquetear como el resto. Mis acciones las determinaba el entorno y cuánto recordaba la gente al ver mi rostro.

"Es patético". Asentí conforme y para evitar que los recuerdos de hace dos años me perturbaran de nuevo, extraje el móvil del bolsillo. No tenía mensajes ni notificaciones en el buzón, así que fui al buscador consciente y tipeé tres palabras que rondaban mi mente: Familia Veider integrantes.

Un montón de información se mostró en mi pantalla, pero fui directo a ver las imágenes para ahorrarme el tener que leer artículos y notas sobre aquella familia. Lo único que quería encontrar era una fotografía de la familia completa; no obstante, lo poco que encontré parecía de hace veinte años. En la foto salía una pareja mestiza sonriendo mientras cargaban en su regazo a un par de niños de ojos cafés y atuendo celeste. Los vistieron como si fueran gemelos aunque claramente llevaban un par de años de diferencia. Busqué otra foto, una más reciente, pero solo encontré la foto actual del padre de los niños. El resto de imágenes eran de sus posesiones y propiedades.

—Si fuera tú, dejaría de investigar al respecto —agregó Isaac Veider junto a mí.

Estuve tan concentrada revisando entre el montón de basura publicada en internet que no noté el momento en el que arrastró una de las sillas para sentarse junto a mí ni cuando cogió mi vaso para beber el contenido que quedaba dentro.

—Lárgate porque no estoy de humor para hablar contigo —susurré sin pelear.

Era la primera vez en que ambos nos encontrábamos fuera de Hampton, así que no temí ser ruda ni faltarle el respeto al hablar. Eso le sorprendió, pero no lo suficiente para aceptar mi advertencia. —Si no quieres saber de mí entonces por qué buscas mi nombre en tu teléfono.

Las cadenas que nos unen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora