8. Nuestro secreto

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DOMINIQUE GLENSSON

"¿Tienes todo listo?", decía el mensaje de Alejandro, quien estaba revisando los últimos detalles de su propuesta de matrimonio, la cual estaba programada para dentro de tres semanas. La cómplice era yo, sin duda alguna, así que salí a comprar un atuendo que hiciera juego con las facciones de Cassandra en compañía de mi madre, quien parecía más ilusionada que yo.

—¿Imaginas cómo será cuando llegue tu momento? —negué. En mi caso el acuerdo prenupcial ya estaba hecho, así que no había necesidad de una propuesta romántica—. De todos modos, podría decirle a Ezra que organice algo similar...

Giré a ver a mamá, quien comenzaba a entusiasmarse. —Dejemos la idea de lado, ¿te parece? Veider está ocupado.

Mamá sonrió de oreja a oreja e ignoré sus expresiones. No quería hablar de mi boda falsa cuando teníamos una propuesta genuina a la vuelta de la esquina.

Si bien luego de la ceremonia íntima de mi abuela tenía un concepto un poco diferente de Ezra, no quería que mi mente fuera ocupada por pensamientos suyos o los de Sebastián, con quien la relación escalaba a velocidad. Suspiré. Era innegable la química que nos unía, a diferencia de Ezra, con quien pocas veces terminaba una conversación sin discutir.

"Deja de compararlos", pensé y traté de enfocarme en los vestidos que una encargada de la tienda colocó sobre el mostrador, pero mamá no ayudó.

—¿Sabías que Ezra fue el fin de semana a casa? —empezó. La miré de reojo y ella empezó a parlotear—. Le regaló un atuendo a Pecana... —asentí poco interesada—. Parece un chico excepcional y caballero —"Sin duda alguna", confirmé en silencio. El no se parecía nada a su hermano.

Dejó de hablar porque la vendedora trajo dos atuendos más para colocarlos sobre el mostrador. Revisé cuidadosamente las prendas y el diseño mientras mamá me miraba de reojo. Era claro que quería abordar un tema que le producía angustia, así que fui directa luego de pedir que nos trajeran otros vestidos.

—Lo que quieras preguntar solo hazlo, mamá. No me enojaré, lo prometo —pese a que le di permiso de abordar cualquier asunto que le preocupara, no lo hizo, así que me puse de pie y salí del lugar abarrotado de gente.

Mamá me siguió paso a paso hasta llegar al área de comida del centro comercial y nos acomodamos en la mesa más alejada de la bulla, entonces la miré curiosa.

—Dime qué te preocupa y veré si puedo ayudar.

Dudó mucho antes de hablar y era lógico por el tema que tocó. —¿Has pensado contarle sobre Ignacio?

No me enojé porque así lo prometí, pero desvié la mirada en dirección a las personas que transitaban cerca. Nadie podía oírnos e incluso si lo hicieran, no entenderían de qué hablábamos; sin embargo, una parte de mí aún era cuidadosa sobre el asunto. Tenía motivos válidos puesto que, cada vez que uno se enteraba de mi secreto, lo primero que hacía era chantajearme (señor Osler) o tratarme como si no mereciera respeto (Isaac Veider).

Suspiré sintiéndome agotada repentinamente.

Hablar sobre lo qué pasó con Ignacio Howland era retroceder treinta meses en el tiempo y ubicarse en el bar del centro una noche de verano donde el atuendo que traía puesto era "ofensivo" y "revelador" para la gente ortodoxa de Cleveland. Pensar en ello era recordar el salón VIP con la mesa llena de tragos y pastillas de éxtasis esparcidas por todos lados, también era recordar las manos de los amigos de Ignacio apoyadas sobre mi cintura o mis rodillas expuestas, así que preferí solo bloquear ese recuerdo antes de empezar a enumerar las consecuencias de mi error, como lo fue haber arruinado el lanzamiento de la versión beta de la aplicación Date me, que en ese entonces estaba a cargo de mi padre.

Las cadenas que nos unen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora