19. Heridas del alma

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EZRA VEIDER

Caminamos en dirección al roble donde entablamos una de nuestras primeras charlas pacíficas y ella se sentó sobre el verde pasto sin objetar nada, le seguí los pasos y me coloqué a su costado para observar el cielo oscuro con pocas estrellas sobre este. Había pocas nubes y la luna apenas iluminaba los rincones de aquel mirador cuando miré el reloj en mi muñeca que marcaba las ocho de la noche, tres horas antes de que Bans Veider pisara el suelo de Cleveland.

Inhalé aire hondo, mi mente estaba llena de pensamientos e ideas poco gratas, entonces Glensson giró sobre su lugar para acomodarse mirando en mi dirección. Ella no estaba avergonzada, aunque sí un poco fastidiada por todo lo que estaba aconteciendo desde la última vez que nos vimos.

—Sé que no vinimos hasta aquí en vano, así que dime algo —susurró.

Levanté la mirada para coincidir con la de ella, entonces el dolor se volvió más real. —Lamento mucho todo lo que he causado —fue mi confesión más sincera. Ella asintió lentamente y una sonrisa melancólica se asomó entre sus labios. Estaba dolida, pero se negaba a perder la compostura.

—No quiero más drama entre ambos —indicó con voz firme, pero tono bajo—, así que me aferraré a la confianza que una vez te tuve para permanecer en silencio. Te daré una oportunidad, la última, solo porque quiero oír las verdaderas razones por las que peleaste con Carter o diste esa entrevista en The Journal. Dime por qué actúas como si yo te hubiera hecho daño cuando eres tú quien me apartó sin darme razones o tiempo para explicar mi verdad.

Miré el horizonte que se abría paso ante nosotros y comprendí que era el momento de hablar con la verdad, sin importar si ella me creía o si la perdía después de esto.

—Carter me mostró un video de lo que sucedió entre sus amigos y usted en aquel bar hace dos años, así que lo golpeé cuando insinuó que vendería esas pruebas a la prensa —susurré nada sorprendido al recordar lo que vi. Ella se quedó en silencio ante el impacto de la revelación. Suspiré—. Sé que se trata de aquel tipo, al que llaman Ignacio Howland... —continué, pero tomé una pausa para observar mis manos. Confesarse no era sencillo—. Recuerdo su nombre porque luego de que nos presentaron, mucho antes de que la conociera realmente, fui a El Imperial por cuenta propia. No me enorgullezco de lo que hice, pero nada de eso se revertirá aunque lo niegue múltiples veces...

—¿Investigaste sobre mi pasado? —cuestionó al comprender el rumbo de mis palabras.

Asentí y la oí suspirar, como si un golpe le hubiera quitado el aire de los pulmones. —Solo sé la versión que ha rondado Cleveland desde entonces, la misma que seguramente conoce Bans Veider, así que probablemente no sea mucho. Después de todo, conocer solo una versión de la historia es como saber nada...

—Dices que no le crees, pero aun así cancelaste el acuerdo prenupcial y me dejaste en ridículo en esa entrevista —argumentó en contra. Resoplé. Estaba seguro de que la imagen de Dominique Glensson que la prensa o el resto de ciudadanos tenían era muy distinta a la real, pero no podía ir en contra de la marea mientras Bans Veider tuviera el control en la ciudad.

Admitir que todo fue una orden de parte de Bans era difícil de creer, especialmente porque todo se oía como excusa. Sin embargo, pensé en ello unos segundos e intenté una vez más poner las cartas sobre la mesa.

—Su pasado no fue la razón por la cual cancelé el contrato; lo cancelé porque no merecía ser arrastrada al mismo camino que yo he seguido por años. Incluso si es fuerte, no quería que Bans la usara como anzuelo para clavarme puñales por la espalda o que la pusiera en mi contra... —susurré. Había puesto mis emociones sobre una bandeja y me sentí descubierto, tanto que quise romper esa burbuja—. También lo hice porque, entre Sebastián y yo, él siempre será un mejor compañero, así que consideré prudente dar un paso al costado y dejar de pelear por un momento para darles la libertad de elegir a personas que pudieran corresponder ese cariño —el aire se sentía pesado de repente—. No era mi intención que se sintiera rechazada al anular el contrato, lo único que deseaba era quitarle las cadenas que la atan a mí...

Las cadenas que nos unen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora