5. Traicionados

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EZRA VEIDER

Mientras observaba el techo de color crema y superficie lisa de la habitación me pregunté cuántas cosas cambiaron desde que me fui hace catorce años. Yo encabezaba esa lista y era normal. La inocencia de un adolescente de dieciséis años se esfumó con el tiempo gracias a las acciones de extraños y mi confianza en el resto se desvaneció cuando fui traicionado por quien llamaba padre en aquel entonces, quien no me contó sobre la enfermedad de mamá hasta que fue demasiado tarde. Me convertí en un hombre superficial, olvidé lo que era ser empático y abracé la soledad como si fuera mi única compañera olvidando a mi familia con el paso del tiempo, por eso no volví a Cleveland hace seis años envés de hacerlo hace solo un mes.

"El dinero es la meta", era el mantra que me acompañó cuando tomé aquel avión de regreso a esta ciudad y eran las palabras que necesitaba cada vez que mis decisiones flaqueaban; no obstante, el precio de olvidar mi lado humano ahora me causaba problemas porque estuve tan acostumbrado a seguir mi instinto sin reparar en el resto que olvidé que los demás tenían emociones incluso si yo no sentía. Siempre me tomaba el doble de tiempo reconocer los sentimientos del resto, pero eso no me convertía en mi padre.

Bans Veider tenía como meta el poder y el dinero, pero la diferencia conmigo es que él era consciente de los sentimientos de la gente y aun así no le importaba pisotearlos. Tampoco sentía afecto por mis hermanos y era yo quien se encargaba de reducir el impacto negativo que las decisiones de Bans tenían sobre ellos, incluso si yo salía perjudicado. Era lo mínimo que podía hacer tras haberlos abandonado por catorce años.

"Los recuperaré", pensé al recordar la promesa hecha frente a la tumba de mamá, lugar que tuve la oportunidad de visitar por primera vez cuando volví a Cleveland hace un mes. Pasaron catorce años para que Bans Veider revelara el lugar donde la enterró y esa era la segunda razón por la que no podía llamarlo padre. Él era un extraño para mí.

Pensar en mamá fue como sumergirse a un hoyo gris lleno de remordimientos, así que me puse de pie de inmediato para sacudir mi cuerpo de la energía negativa y cambié de posición al sillón de la sala, donde estaba la mesa de noche en cuya superficie estaba el portafolio negro.

Observé el objeto, junté los párpados y retrocedí en el tiempo al recostarme sobre el sillón, entonces vi mi reflejo caminando en dirección al edificio McGregor. Había pactado un almuerzo con mis hermanos; sin embargo, fui un poco antes para visitar a Dominique, quien irónicamente vivía en el mismo edificio que mi hermano menor, pero que al parecer no lo conocía. Fue una charla que se extendió más de lo debido, pero que aun así no sirvió para hacer las paces. Ella me odiaba y seguía enojada conmigo por haberle pedido continuar con este compromiso, así que volvió a declararme la guerra y la situación empeoró cuando nos cruzamos con Isaac Veider frente al ascensor porque este empezó a reclamarme sobre los contratos de su banda, maldijo y me golpeó dejando una herida abierta y sangrante sobre mi labio inferior.

"¡Eres un idiota!", fueron las palabras que Glensson utilizó al tratar de ponerse en medio de ambos, pero cuando Isaac la reconoció comenzó a llamarla "golfa". Oírlo tratarla así fue decepcionante, por lo que me puse delante de ella para bloquear el acceso visual del chico a Glensson y él volvió a golpearme. Habría continuado así de no ser porque Sebastián apareció en el lugar. Cómo sabía que estábamos en el cuarto piso es una pregunta que siempre rondará mi mente.

Efectivamente ni la visita a Glensson ni la visita a mis hermanos resultó como debía y ahora casi todos me tenían en su lista negra.

—... Isaac. Él será un problema —concluí después de todo el tiempo en que duró mi catarsis.

Las cadenas que nos unen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora