16. Las cadenas que nos atan

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EZRA VEIDER

"¿Él la quiere?", repitió mi subconsciente.

Fue absurdo utilizar esa frase para arreglar la situación entre Sebastián y Dominique; sin embargo, no esperé que se enojara por mi declaración ni que me dejara plantado mientras sus compañeras nos veían. Tampoco pensé que había escogido el peor momento para hacerle una petición de ese tipo hasta que oí de sus propios labios cuando hablaba con otra de las empleadas que acababa de renunciar. Resoplé y me rendí.

Salí detrás de ella y evité verla cuando abandoné Hampton, tampoco la esperé ni intenté nuevamente hablar con Glensson cuando subí al auto y le pedí a Robert que me llevara a casa, solamente cogí el móvil y empecé a hilar una red que fuera el soporte para lograr mi cometido.

"McGregor renunció al trabajo, habla con ella", fue lo que le escribí y envié a Sebastián Veider. Saber eso de primera mano al menos podría servirle para arreglar su situación sentimental con Dominique. Suspiré. "No lo hagas", ordenó mi subconsciente cuando cogí el móvil una vez más y rebusqué entre mis contactos. Sonreí al encontrar el número de Hunt.

"La señorita Glensson renunció al trabajo, le aviso para que pueda ser su soporte por si necesita de alguien", mandé a Hunt, consciente de que no podía tolerar la idea de dejar enfrentar esa situación sola a Dominique. Incluso si ella era fuerte y reacia a recibir ayuda, no quería quedarme con los brazos cruzados después de haberla visto batallar en silencio mientras dejaba vacío su casillero.

"No te entrometas más", fue la orden de la voz chillona en mi cabeza, así que silencié el móvil y lo guardé en el bolsillo de mi chaqueta. Eran casi las nueve y media de la noche cuando Robert estacionó el auto fuera del edificio donde vivía.

—Déjame las llaves —murmuré—, toma el día libre mañana.

Robert no cuestionó mis órdenes cuando bajó del auto y lo vi marchar en un taxi cinco minutos después. Dejé caer mi peso sobre el respaldo del asiento y observé a través de las lunas oscurecidas el exterior del edificio que se convirtió en mi hogar temporal luego de negarme a vivir en la misma casa que Bans Veider. Respiré hondo, deseando poder retroceder el tiempo hasta el día en que tomé el vuelo hacia Cleveland.

Había mucha gente transitando alrededor ya que era una zona céntrica y era viernes; sin embargo, apenas noté a un tipo de chaqueta de cuero y pantalón de mezclilla caminando en dirección al auto, bajé la luna. Él sonrió de oreja a oreja al comprobar que yo me encontraba dentro del vehículo e hizo una seña con su mano para que bajara. No habría obedecido de no ser porque necesitaba descender para ir al departamento, así que cogí las llaves y me quedé junto al auto cuando Jared, el chico del campamento, se detuvo a unos metros.

No sabía mucho sobre él, excepto el hecho de que también conocía a Ignacio Howland y que sabía sobre el incidente de Glensson tuvo con él, así que esperé en silencio a que tomara la palabra.

—¿No te parece estupenda esta coincidencia? —agregó sarcástico.

Era obvio que no estaba aquí sin motivos.

—¿Para qué me está buscando?

La sonrisa que dibujó en su rostro solo confirmó mis sospechas. Aquel tipo que no conocía más allá de un par de semanas emanaba un aura oscura cuando se apoyó sobre la camioneta contigua a la mía y se cruzó de brazos. No quería un escándalo, especialmente porque había mucha gente alrededor, así que bajé el tono de voz y moderé mi mal humor cuando lo presioné con la mirada.

Él se veía complacido. —Quiero decirte la verdad sobre lo que pasó hace dos años.

"¿Qué verdad?", susurró mi subconsciente, pero no dejé que aquella pregunta abandonara mis labios porque mi corazón aseguró que era mala idea darle más cuerda a alguien que estaba dispuesta a pisotear a una mujer para lograr su propósito. Además, no quería oír rumores sobre Glensson, quería que el asunto muriera ahí, así no tendría razones para buscar respuestas o exigir justicia. No saber de ella también me serviría para marcar la distancia entre ambos ahora que no teníamos ningún asunto en común del qué conversar.

Las cadenas que nos unen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora